jueves, 29 de octubre de 2009

Está "visto" que no se enteran de nada

Esto es pataleo. Lo reconozco en la primera línea para que luego no os quejéis. Estoy totalmente indignado. Se acerca Halloween, pasará la noche más terrorífica del año, y yo seguiré sin mi metadona, sin mi ración anual de 'Saw'. Suerte que mis ansias otoñales de ciencia ficción sádica se ven en parte cubiertas con 'Perdidos'.
Me parece absolutamente marciana la polémica suscitada con 'Saw VI'. No voy a decir que la saga sea un clásico de Disney. Jigsaw no podría trabajar en Cáritas ni erigirse en heredero de la obra humanitaria de Vicente Ferrer.
Esta serie de películas tiene sus detractores. Los del cine clásico teatral, en blanco y negro, y mudo de una fecha a atrás. Los asiduos a la Filmoteca y al cine austrohúngaro subtitulado. Los críticos que saben mazo del celuloide y lo demuestran con textos cargados de frases que suenan a literato pero que no se entienden. Las nenitas que lloran con cada bodrio romanticón pese a saber que al final la parejita va a quedarse feliz y comiendo perdices.
Yo no voy a pedir ningún Oscar para Saw. Sólo digo que me gusta. Hay películas de discutible calidad pero que te hacen disfrutar. De esta saga, defiendo al guionista, sádico y macabro pero unos auténtico genio. Reconozco que cada cinta da una vuelta de tuerca en la violencia.
Pero es que parece que la primera de la saga sea 'Blancanieves y los Siete Enanitos' y 'Saw 6' forme parte de la sección sadomaso de un sex shop. Al menos eso ha venido a decir el Ministerio de Cultura al calificarla como X.
Lógicamente no voy a defender los valores morales de Saw. La película no es nada recomendable para chavales y para alguna mente peligrosa. Habría que discutir el bien o mal que producen a la sociedad este tipo de obras. En mi caso, no me imagino decapitando a mis compañeros del periódico (aunque alguien alguna vez se lo haya merecido) por el simple hecho de haber visto Saw.
Lo que me sorprende es que el Ministerio de Cultura (Gobierno de España) haya tenido que ver seis películas para darse cuenta que la saga exhibe una violencia extrema, que es lo que ha llevado a calificar como X 'Saw VI'.
Mi lectura de todo esto: que entre la gente que nos gobierna hay personajes que se tiran muchas horas jugando al solitario de Windows. El señor que ha dictaminado que 'Saw' debe compartir cartel con películas porno debe ser despedido de inmediato... y no por esa decisión, sino por no haber hecho su trabajo en los cinco años anteriores.
Disney (que tiene su gracia que Jigsaw pertenezca a la misma empresa que el repipi de Michey Mouse) ha decidido no estrenar 'Saw VI' en las salas X, que los aficionados al cine de terror no vayan a las mismas salas que los pajeros... a mi tampoco se me habrían caído los anillos.
En fin... esperaremos... Confíó en que al final se resuelva este dislate y la película se estrene. Si no, esperaremos al vídeo. En todo caso, confío que esté disponible pronto. Ojalá la solución para saciar el mono de los miles de fans no deba buscarla un incompetente como el que califica las cintas desde el Ministerio de Cultura.

viernes, 16 de octubre de 2009

Si la cosa no funciona

-"¡Joder, menuda sobada te has pegado!", exclama Pedro.
Los créditos y la música preceden a las luces que iluminan la sala. Siento que tengo los ojos pegados, pero aún así he visto los últimos cinco minutos de desenlace.
-"¿A ti te ha gustado?", le pregunto, avergonzado, obviando su apunte.
-"A mí si..."
-"A mi no me ha gustado nada"
-"No si ya se nota, con la sobada que te has pegado. Estaba a punto de salirte la babilla, y no has roncado de milagro".
-"Sí, me he sobado y bien media hora... es que me ha parecido un rollo", me veo obligado a reconocer.
De camino al coche, Pedro reconoce que 'Si la cosa funciona' es demasiado previsible y no es ni de lejos la mejor de Woody Allen (a pesar de que el cartel diga lo contrario), aunque apunta que tiene monólogos de Boris, el protagonista, muy divertidos.
En eso estamos de acuerdo. De hecho, lo mejor de la cinta es su estética teatral que se ve reflejada en las muchas secuencias en las que Boris se dirige a la audiencia, a la sala: "¿No lo véis? Ahí fuera hay mucha gente, algunos comiendo palomitas".
Eso tiene su gracia... el resto de la película es lenta y totalmente previsible. Pese a miu cabezada de media hora, con dos minutos en que Pedro me aclaró lo que me había perdido, tengo una visión de todo lo que se narra.
Y llegado a este punto, no sé qué quiere transmitir Woody Allen en la peli: si la vida es una mierda sin sentido; o si da igual a quién elijamos por pareja y que lo único que cuenta es que nos llevemos bien... o una combinación de ambas.
Mi conclusión es que esta película ya la había visto: que forma parte de la forma de pensar y de hacer cine de Allen, que por genio que sea, no puede hacer cine como si se tratase de una cadena de producción.
Si la Ford puede trabajar en cadena y hacer nosecuantos cientos de coches diarios, opino que empezarse a parir una película por año es una autoexigencia excesiva. A mi parecer, Woody Allen lo ha pagado creando un verdadero bluf.
Para los que no han visto más películas suyas, o disfruten de las pelis lentas, la cinta puede resultar entretenida. Al resto de los mortales, o bien os dejará, como a mi amgigo Pedro, con un sabor aseptico, u os servirá, cual documental de La 2 en la sobremesa, para echar una cabezadita.
'Si la cosa funciona', merece la pena; para mi, la última de Woody Allen no funciona. Descartad que fuese al cine ya somnoliento. Cuando llegué a casa, me automediqué con dos capítulos de 'Perdidos'. Cual antibiótico de choque hizo efecto: hora y media con los ojos abiertos como platos.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Falta de tolerancia en el ágora

"Lugar de reunión o discusión". Es una de las acepciones que otorga el diccionario de la Real Academia de la Lengua (RAE) a la palabra ágora. Las otras dos corresponden a la denominación de la plaza pública griega y a las asambleas o discusiones que en ella se celebraban.
Ágora tiene una cuarta acepción: plasmación artística del pensamiento de Alejandro Amenábar, quien definitivamente ha dejado de ser un director sorpresa. El español no tenía posibilidad de errar: todos esperaban mucho de él. Una buena película, un taquillazo en su país y que el film se estrene en todo el mundo.
La cinta puede considerarse buena sin haber llegado al nivel, ni de Tesis, ni de Mar Adentro ni, por supuesto, de Los Otros. Lo único Ágora que tiene en común con la obra maestra de Amenábar es que gira en torno a una actriz que hipnotiza al resto del reparto y a buena parte de la audiencia. Aunque Rachel Weisz lo consigue, tampoco llega a la altura de la diva Nicole Kidman.
En todo caso, la protagonista borda el papel y los malos, que por una vez son los cristianos, también otorgan credibilidad a la acción. Como siempre, y sin desvelar nada, los buenos se hacen de querer y los villanos resultan odiosos. Síntoma de que los actores han trabajado bien su papel.
Primer fin de semana: cines repletos en toda España. Yo fui una parte de la marea humana que rindió pleitesía a Amenábar en el día del estreno. El segundo objetivo está cumplido. ¿Y el tercero?
Esa es la parte complicada. El Vaticano ha recomendado que la película no se proyecte en las salas de Italia. Es la primera voz discordante, pero más notable será la opinión de los judíos norteamericanos, con un enorme peso en la industria sin obviar la cinematográfica. Si bien Amenábar no los deja nada bien parados, en su historia son más una víctima que unos verdugos.
Lo que nadie podrá negarle a Alejandro Amenábar es haber tenido un par de... para, en la película que se la jugaba, plantear un tema que inevitablemente va a herir sensibilidades. Si en las películas históricas siempre se ha presentado a los cristianos como una víctima, en esta ocasión son los paganos los que se ven reprimidos.
Y ese es el dedo que toca la llaga, la tesis que plantea la película, el avisto a cualquier milititante de una religión o partido político: que cualquier idea es respetable hasta que queremos imponerla por la fuerza bruta.
Ágora me pareció tediosa en algunas fases. Lo habría cortado, con cariño y sin hacerlo a ciegas, en torno a 25 minutos de metraje. Pero es de las típicas películas que te van gustando más conforme avanzan.
Amenábar, ateo confeso, nos lanza un aviso a quienes sí profesamos una religión: no caigamos en la barbarie de imponer nuestras ideas. De nosotros depende crear una plaza donde todos defendamos nuestras ideas como hermanos (si dos hombres son iguales el tercero no será tan diferente) o convirtamos el ágora en un lago de sangre.

jueves, 8 de octubre de 2009

Tetris en el parking de Leroy

Esta es la breve historia de una odisea. Definitivamente y como ya he comentado en Facebook, Leroy Merlin debería hacerme hijo predilecto. Es lo que tiene hacerse una reforma en casa: he pasado de gastarme un pastón en librerías, tiendas de videojuegos y cine, a invertirlo en artículos de bricolaje. La sociedad del consumo nos atenaza.
Salíamos con un carro cargado de maderas: quince paquetes de friso de pino. A efectos numéricos, once kilos por pack y diez tablitas de dos metros y pico por cada uno de ellos.
José Luis y yo jugamos al Tetris, el legendario videojuego en el que había que ensamblar piezas para no perder.
Bajamos los asientos, retiramos un reposacabezas y colocamos una manta en el salpicadero. Empezamos a meter las piezas. Suerte que todas son alargadas y, como en el Tetris, no tienen cada una su caprichosa forma. Las primeras ocho caben sin problemas en el coche. El resto, tienen que ir irremediablemente asomando por la parte de atrás.
Varios malabares después y visiblemente acalorados, conseguimos meter en mi Nissan Almera esos 160 kilos de madera, a un servidor y a mi amigo José Luis, que iba entre el friso, donde podía como si fuese un chucho.
"Yo controlo, pero ve despacio a ver si la armamos". Por ir abreviando porque tengo que ir a un sitio del que otro día os hablaré. Llegamos al destino y el chico que hace la reforma exclama: "¡Están locos, eso no es un coche, sino una furgoneta!"
Diez minutos después, José Luis y yo nos despedimos. Ya era la hora de comer. "Muchas gracias, tío. Desde que surgió, sabía que este marrón nos lo comeríamos tú y yo", le digo. "No es nada. Ya tendré yo que hacer algo y te llamaré. ¿Para qué están los amigos?", me respondió.
Otra respuesta y un choque de manos sirven para asentir. Y este enlace. Porque estas pequeñas cosas son las que para mí definen la amistad. Son esos momentos de los que luego nos reiremos cuando quedemos a tomar un café solos o acompañados de nuestras novias.
José Luis y yo tenemos decenas para contar. Esta es la última, por ahora. Aún no os había hablado de él. Es de esos amigos que no sabes por qué han llegado a serlo. Es anti fútbol y conmigo eso es difícil de compaginar. En el trasiego de la vida, al menos en una ocasión le he dado razones para mandarme a la mierda por alguien que no merecía ese sacrificio.
Por fortuna, esa crisis pasó y ahora puedo contar con él para transportar cosas, pedirle auxilio cuando el cajero de la gasolinera no lee mi tarjeta de crédito o simplemente para charrar con un almuerzo de por medio.
Las grandes amistades no necesitan una eterna simbiosis, ese ser uña y carne con el que la definía cuando tenía 15 años, y que ahora califico como camaradería. Me vale un sms de un amigo que me felicitó por un pequeño cambio en la vida, cuando a él los giros se la están jodiendo en los últimos años.
Me valen esas llamadas a altas horas cuando lo estaba pasando mal. Tú las sabes, porque de vez en cuando me recuerdas los paseos que te dabas por el carril bici a las tantas mientras hacías de psicólogo. Me conmovió esa llamada en la que una frase me lo dijo todo: "Te llamo porque han pasado las semanas y no quería que te enterases cuando naciese". Me compensan esos cuatro minutos que me esperas por semana, y esos meses que tardo en llamarte que solucionas con un "sé que eres un impresentable, te conozco y te acepto así"
Seguro que me olvido de muchos. Son las pequeñas cosas que me han venido a la cabeza que, para mi, hablan de amistad. Porque un amigo no se juzga por peso, y tampoco creo que haya mejores amigos. Un amigo lo es porque lo sientes... y punto final.

viernes, 2 de octubre de 2009

El valor de una sonrisa

Siempre se ha dicho que la vida viene marcada por grandes decisiones que se toman en pequeños instantes. Hay otras elecciones, más cotidianas e insignificantes, que también acaban marcando lo que somos. El color de una camisa, o una frase en el currículum, incluso decantarse por el pedal izquierdo o el del centro, terminan caracterizándonos.
Ocurrió hace algunos días. En su momento me conmovió, luego pensé que era una chorrada, demasiado incluso para que apareciese en este espacio. Pero hoy no he podido resistirme a dedicar unos minutos a contaros esta fugaz anécdota.
Iba con prisa, como siempre. Me dirigía al Mandor, a mi sitio, a nuestro espacio, al lugar que me ha absorbido durante todo el mes de septiembre. Dos bolitas blancas que avanzan despacio amenazan con intermponerse en mi camino.
Las veo de reojo. Me da el tiempo suficiente para pasar sin aplastarlas. O no. Dudo un instante. El tiempo se para, contengo la respiración, pero el coche avanza. Durante unas décimas de segundo, dudo entre chafar a fondo el acelerador o frenar, entre parar o dejarme llevar y que se detengan ellos.
Decido lo primero. Muevo la palanca y dejo el coche en punto muerto. Piso el freno. El vehículo se detiene como si lo hubiesen fulminado y yo noto como mis músculos de la cara empiezan a contraerse mientras mi cerebro genera fórmulas de hastío y contrariedad.
No les puedo poner nombre ni reconstruir su vida, ni siquiera conozco su edad. Son mayores, ambos han sobrepasado las ocho décadas. Caminan por el paso de cebra, ajenos a lo que había ocurrido dentro de mi coche y a mis pensamientos.
Cruzan la calle despacito pero sin pausa, cogidos del brazo, cumpliendo el voto que hicieron hace ya muchos años, cuando prometieron que estarían juntos para siempre. Por un instante nuestras existencias se han cruzado, quizás para no encontrarse nunca más. Eso creía yo.
No los he vuelto a ver. Sólo fue un instante más. Un regreso al pasado inmediato, a los recuerdos que ni siquiera los peces con su fugaz memoria habrían podido aún resetear. Iba a meter primera y a acelerar cuando el tiempo volvió a pararse.
No pararon, ni separaron sus brazos, pero el señor giró el cuello con un movimiento ágil, quizás el único que le queda. Entre el pelo blanco de su poblada cabellera y de su gracioso bigote, el anciano guarda una simpatía perceptible en un instante fugaz como aquel en el que nos encontramos.
Pero lo que me conmovió, me dio un latigazo en el estómago y me generó un nudo en la garganta fue su sonrisa mientras asentía. Concisa, sincera, llena de amabilidad y de gratitud. Fue apenas un segundo. Luego se giró y prosiguió su camino hacia L'Eliana.
Me sentí pagado, correspondido. Ingoro, en caso de no haber parado, si la veterana pareja me habría maldecido. Lo importante es que decidí parar y descubrí en la sonrisa de aquel anciano que el mundo sería mejor si todos fuésemos más cívicos y amables. Ese señor no sabe que su simple gesto de gratitud tuvo para mí un valor incalculable.