jueves, 29 de abril de 2010

Jugando con las estampitas

Dicen que los hombres somos niños mayores y con barba. Nos acusan de que no maduramos nunca. Y fíjate, que creo que esa es una de nuestras virtudes. Yo añadiría algo más: nos negamos a abandonar nuestros orígenes, nuestras aficiones de niños, por mucho que pasen los años. Un primer ejemplo: un día juré que vería el fútbol tranquilo. Hoy sigo vibrando con los partidos del Barça y del Levante. Reflexionaba sobre esto mientras rememoraba el encuentro contra el Inter y dedicaba un rato a mi nueva frikada.
He estado pegando cromos como un crío. El domingo decidí algo que llevaba rondando desde que en septiembre me regalaron el álbum de la Liga en los aledaños del Camp Nou. Pensaréis que es lamentable, pero he regresado al pasado para hacerme una colección. Lo echaba de menos y no podía esperar a tener un hijo al que, si Dios quiere y la salud me lo permite, le inculcaré esta bonita afición. Mientras tanto la mantendré yo.
Los cromos son uno de los grandes recuerdos de mi infancia. Me hice una sola colección y fue la de una Liga. Empecé a pegar cromos en el álbum en verano. Cosas de chavales, no pude esperar a la temporada siguiente. Esta vez coleccionaré de forma diferente, porque por primera vez he empezado a comprar cromos.
Cuando era un niño de colegio, me especialicé en las timbas de recreo. En ellas conseguí auténticos tacos de estampitas de futbolistas. Me asocié con Miguel. Ambos llegamos a reunir un taco con 600 cromos sin pagar ni una peseta. Todos los cursos hacíamos lo mismo, pero nuestros compañeros no parecían enterarse.
Alguien nos prestaba tres cromos. Jugábamos una partida, normalmente a pantalón. Y es que había tres juegos, todos igual de sencillos: el ya nombrado del pantalón, camisetas y equipos, reservado a auténticas timbas donde se comprometían 20 o más cromos por participante.
Ibas tirando estampas y, cuando coincidía la prenda o el equipo, quien había lanzado el último cromo se llevaba todo lo que había en la mesa, que solía ser el piso del patio. Había jugadores (normalmente cuatro) y espectadores. Algunos, como yo el primer día en que se ponían a la venta los cromos de fútbol, eran mendigos que querían un préstamo para probar fortuna.
Se llegaban a ganar o perder grandes cantidades de cromos, hasta el punto de que Miguel y yo llegamos a un acuerdo: llevar cada día al colegio un máximo de 20 cromos. Nos fue bien hasta que decidimos que este juego no nos haría ricos. Ese verano decidí reunir la colección. El álbum quedó a medias y todavía coge pronto, si mi padre no lo ha enviado a reciclar, en el sótano de casa.
Espero que eso no ocurra con el álbum de Sudáfrica. Quiero acabarlo y luego conservarlo. Es un reto que me he marcado. Busco cómplices porque no quedaría muy bien que un tío barbudo se presentase por los colegios con cromitos. Deseo acabar alguna colección que otra mientras llega el Moi júnior para relevarme. Espero que mi deseo sirva para forjar a un friki, que disfrute con cosas como reunir 600 estampas, leer cómics, ver partidos... pasatiempos que no hacen mal a nadie y que te alejan de otras cosas no tan buenas.

lunes, 26 de abril de 2010

La última sorpresa

La verdad es que no me puede pillar por sorpresa. Siempre has sido así. Te ha gustado sorprender. Actuar por impulsos. Sin pensártelo ni una décima de segundo. ¡Zas! Ya estaba hecho. Lo bueno. Lo malo. Lo regular. Nos dejaste pequeñas señales. Avisos en forma de concesiones impropias de un alma inquieta como la tuya.
He pensado en varias ocasiones, durante estos días en que no pude escribir estas líneas. No lo he encontrado. Me ha resultado imposible rescatar del baúl de mis recuerdos esa primera mirada, el día en que te conocí. Sí resuenan en mi interior los gritos que conseguías arrancar en plena noche, durante aquellas conversaciones maratonianas que también son cosa del pasado.
Irrumpiste en tu familia de repente. Una noche me dijeron que había un gatito en casa. Se llamaba Pancho Tomás y la mamá lo había lavado dos veces porque a mierda triplicaba el peso del animalejo. No era cuestión de adoptar a un pordiosero y dejarlo como tal.
Durante cuatro años has vivido como un rey. Cualquier gato te hubiese envidiado. Unos sofás donde afilarte las uñas, un balcón para ti sólo, jamoncito de pavo siempre que Juan regresaba a casa... eras un minino feliz. Correteabas a tus anchas.
Ya hace dos años del día en que nos hicimos amigos. Ocurrió durante la Eurocopa. Hasta entonces nos soportábamos. Yo iba a tu casa y tú soportabas que te tirasen del salón porque una minúscula parte de ti me producía alergia. Tuvimos que olvidar esos puntos de desencuentro.
Tú necesitabas comida y yo precisaba combatir la soledad pasajeras. Te daba tu sustento mientras tú me saludabas en un sucedáneo de los holas que alegran mi vida desde hace ya más de tres años. Algún día me reprochaste en forma de arañazo o mordisco que te cambiase por el partido de la noche.
Vovieron tus amos y ya nada fue como antes. Mantuviste tu carácter indomable y yo continué tratándote como al gato al que mi alergia impide tocar... demasiado. La vida ha pasado muy deprisa... otra vez demasiado y no voy a hacer esfuerzos por eliminar la repetición.
Alguna vez bromeamos con que acompañases a Nick el 12 de septiembre. No va a ser posible. Como cuando te lanzabas a los pies para jugar, has elegido una forma de marcharte que te va como anillo al dedo: de repente y sin avisar. Estuviste enfermo menos de un día y cuando quise sentir pena ya no estabas ahí.
Eres muy cabrón. Has elegido el mismo día que otro ser indomable y controvertido. Querido y odiado. Has emprendido el camino sin retorno junto a Juan Antonio Samaranch, otra muestra más de tu falta de respeto, de tu desparpajo.
Sé que ya nos habíamos hecho colegas. Venías a saludarme en cuanto llegaba a casa. Me pedías comida. a te molaba que te acariciase el cuello. Cuando el otro día te cogí con las dos manos y te acaricié quise convencerme de que aquello no era un hasta siempre. Odio las despedidas, incluso con un comercial al que he dicho que no celebraré la boda en el salón al que representa.
Pero es que tampoco quería emociones, ni lágrimas. Deseaba que aquello fuera a tu modo. Frío y calculado. Sin parpadear. Afrontando el momento. "Adiós, minino. Cuídate", recuerdo que te dije. Me miraste mientras ronroneaste por un instante. Me marché.
Sonó el teléfono. Por la voz que me saludó ya conocía la noticia. Mira que has sido arisco y testarudo, pero se te echa de menos. Seguimos cerrando la puerta para que no entres al salón a arañar los sillones nuevos. Cada noche continúo teniendo cuidado de que no te escapes cuando salgo a llamar el ascensor.
A tu manera te hiciste querer. Lo lograste. De mayor quiero ser como tú. Deseo poder decidir sin pensar. Aspiro a que quienes me rodean, me amen. Ansío que, cuando llegue el momento, pueda marcharme sin molestar a nadie. Espero que haya un sitio donde pueda leerte estas palabras. Me consuela saber que has sido un gato feliz. Hasta siempre, Tomás. Hasta siempre, minino.

martes, 13 de abril de 2010

Aspersores adictos al trabajo

Hubo un tiempo en que creía que la adicción al trabajo era cosa de los periodistas y los altos ejecutivos. Ya hace tiempo que salí de mi error y comprobé que de todo hay en la viña del Señor y que en todos sitios cuecen habas. Pero lo de ayer supera todos los límites, de lo real y de la fantasía. Jamás sospeché que hubiese aspersores, de esos que riegan los jardines públicos, enfermos de un exceso de celo en la vida laboral.
Regresaba a casa después de disfrutar una cena en el Sanfran con mi hermana y mi novia. Cuando declaras la guerra sin cuartel a la nada deseada curva de la felicidad, salirte un día de la dieta sabe a gloria. Esos sandwiches gigantes, unas patatas bravas alucinantes y los palitos de mozzarella conforman el mejor de los manjares. Después de dejar en casa a Maggie, traté de concentrarme para moderar la velocidad. Había llovido y no era cuestión de acabar el día de San Vicente compartiendo con él la última copa en su morada eterna.
Sobre la 1 de la madrugada, los aspersores riegan a diario el césped y las plantas que actúan como medianera en la avenida del Cid de Valencia. Lo que no me esperaba es que este sistema de riego estuviese ayer en marcha. Me equivoqué. Después de un chaparrón que hizo bueno lo de que en abril aguas mil, y cuando aún chispeaba, las mangueras echaban aún más agua. ¡Menudo empacho se cogerían los sufridos vegetales!
No había día festivo que valiese. Ni que la tierra ya se hubiera empapado tras dos horas de lluvia. Los aspersores estaban empecinados en cumplir su jornada laboral. ¿Y si a alguien se le ocurría aplicarles uno de esos ERE tan de moda en estos tiempos? No es cuestión de arriesgar el puesto de trabajo, y más teniendo pequeñas mangueritas a las que mantener.
Sonreí. Me dije : "Una más de Rita". Lo reconozco. Me vino a la cabeza el desmedido gasto en cambiar cada pocas semanas la decoración del Puente de las Flores, o la pasta que está costando la Ciutat de les Arts. No creo que la inversión de agua sea fastuosa. Más bien la califico de absurda.
Seguí conduciendo mientras escuchaba a De la Morena entrevistar a Luis Rubiales, y aprovechar la huelga de los futbolistas para pegarle un hostión a Ángel María Villar. Lo del director de El Larguero con el presidente de la Federación ya es una promesa de odio eterno.
Un cuarto de hora después, sin que mis limpiaparabrisas hubiesen parado en todo el viaje, tomé la salida de L'Eliana. Cuando llegué la segunda rotonda, me quedé perplejo. Ya no debe ser cosa de Rita y el PP, o de mi alcalde, José María Ángel, y el PSPV. San Vicente Ferrer comparte el 12 de abril con la celebración del día de los aspersores trabajadores. Esta glorieta ajardinada también necesita riego diario... pero no anoche.
Esas mangueras, sin embargo, ahí estaban trabajando a altas horas de la madrugada, quizás con la intención de no ser menos que sus homólogas de Valencia. Este post trata de ser una simpática denuncia a algo que puede parecer insignificante pero que desde luego deberían cuidar los Ayuntamientos. En unos tiempos de apreturas económicos y cuando la palabra sostenibilidad viste como complemento idóneo de cualquier programa electoral, no podemos derramar de una forma tan absurda unos cuantos cientos de litros de agua.
Tras una jornada festiva, entiendo que esos aspersores estarían programados, y que la persona responsable no previó que lloviese horas antes de que se pusieran en marcha. En una sociedad gobernada por las tecnologías, es posible manejar estos dispositivos incluso con un mensaje de móvil. Será costosa la instalación, pero cuando se malgasta el agua se pierden todas razones para luego reclamarla si escasea. Seguro que cuando llueve, los aspersores agradecen una jornada festiva. El medio ambiente también.

jueves, 8 de abril de 2010

La sala hostil

La ciudad es un ecosistema formado por pequeños ecosistemas. Si fuisteis aplicados en las mates de allá cuando tenías 8 añitos os sonará a 'subconjunto de...' Las especies de seres humanos o sucedáneos también son de lo más dispar. De entre todas esas variantes, y si a alguna le toca, existe una a la que deseo que entre cuanto antes en peligro de extinción... para que así desaparezca pronto. Me refiero a los moscones de cine.
Con los 30 ya cumplidos, no entiendo a los que van a la sala a charrar, a comentar la película, a dar por culo con bromas de las que ellos mismos se ríen o a devorar palomitas masticándolas como los chuchos ara que se les oiga bien. Para hacer todo eso están los bares, la calle o el salón de casa. Cuando pagas siete euracos por una entrada, es para ver una película... o por lo menos respetar a los que se han rascado el bolsillo para ello.
Mi última experiencia con los moscones de sala fue en los cines Lys. El primero en desesperarse fue Pedro. La verdad es que a él le atacaban por doquier. Los menos molestos eran una parejita. Por lo visto, no tenían lugar donde apagar su fogosidad lejos de las miradas indiscretas. Eso o que a la chica le pone pegar un polvo en público, pues se tiraba encima de su acompañante. No me quiero imaginar cómo estaría el asunto.
Yo tuve que soportar a una familia, integrada por pareja joven y matrimonio mayor. El hombre bostezó, habló, gruño... la chica le llamó la atención. "¿Pero está borracho?", me preguntó mi amigo al final de la película totalmente indignado.
La cinta tampoco ayudó demasiado. A veces no entiendo a los académicos de Hollywod. Que alguien me razone por qué han considerado 'En tierra hostil' la mejor película del año. Personalmente, ni la hubiera nominado.
Después de verla, creo firmemente que ya tocaba darle los dos oscar más importantes a una mujer y Kathryn Bigelow pasaba por allí. Eso o que querían castigar a su ex marido, James Cameron y no se les podía ocurrir otra forma más maquiavélica.
Tampoco voy a decir que la película sea un bodrio. Me parece demasiado larga, con alguna secuencia que sobra y otras que se hacen demasiado extensas. La cinta ofrece todas las técnicas de moda en el cine bélico: la cámara en mano, los planos cortos y de detalla, los silencios tensos... Dicho esto y sin que la opinión florezca de un experto, creo que la cinta se soporta pero se ha exagerado con los premios. Varias de las otras nueve nominadas superan con creces esta obra.
Además, después de ver 'En tierra hostil' entiendo la indignación de los marines. Si la película es fidedigna, los artificieros son verdaderos suicidas. Desde el ejército americano se criticó el film porque tildaba precisamente de eso a los encargados de desactivar bombas.
Un último apunte es el cameo de Evangeline Lilly, la Kate de 'Perdidos', con una aportación a la historia muy inferior a la que hace en la popular serie o incluso en los anuncios de productos de belleza. Discreta, como el resto de una película que tuvo la injusta e inmortal noche de gloria en el teatro Kodak.

martes, 6 de abril de 2010

Noche de terapia

Reconozco que lo necesitaba. Hacía tiempo que echaba de menos esa sensación tan placentera de sentirte sólo pero rodeado de gente. El plan ya es de por sí, perdonad el coloquialismo, la mar de friki. Hacía cerca de tres años que no iba al cine conmigo mismo. Sin tener que negociar para elegir la peli. Sin hablar con nadie. Sin la cálida compañía de mi amor o de un amigo. Algunos lo ven como algo triste, yo lo concibo como uno de esos momentos que, si sabes disfrutar, son sumamente placenteros. Algo así como el sabor del vino: al principio lo detestas hasta que te das cuenta que el simple aroma de un buen caldo te hace soñar despierto.
Salí del periódico un poco a regañadientes. Me apetecía ver el Villarreal B-Betis, pero alguien me aconsejó que huyese: "¡Para un día que podemos irnos pronto!". Como en los viejos tiempos, miré el reloj. Las 22.25 horas. "Da tiempo", me dije. Nos despedimos. Mi amigo, el del consejo, y yo. Él prefiere irse a casa. Aprieto el acelerador a fondo y llego a Kinépolis en diez minutos. Sé que las opciones van a ser escasas porque muchas pelis ya han empezado.
Una pareja que no se decide. Tres amigos de esos que tienen la puta manía de empezar a elegir película cuando están delante de la máquina expendedora... y así sucesivamente. Me desespero, pero finalmente llega mi turno. Saco la entrada a contrarreloj después de elegir la única opción mínimamente atractiva. Sé que salen Noriega y Belén Rueda, pero no me daba tiempo de leer la sinopsis.
Me siento en mi butaca sintiéndome observado. Algunos pensarán que soy friki, a otros les dará lástima ver a ese chaval barbudo y desaliñado entrar sólo al cine. Otros pasan de mí. Yo sigo tan feliz hasta que empieza la peli. Detrás de mí tengo a una parejita. Ella pide disculpas hasta con la risa, pero él está encantado de escuchar sus risotadas. Como si quisiera impresionarla. A ella o a todo el cine. Por muy buen chaval que sea, logra que lo deteste. Conforme avanza el metraje, su exagerado jolgorio se apaga. Menos mal que era un drama, si llega a tratarse de una comedia disparatada, le arranco las cuerdas vocales.
El título de esta entrada habla de una terapia. Hasta ahora he hablado de una actividad que echaba de menos, pero no de un tratamiento a dolencia alguna. Eso lo constituyó la propia película, 'El mal ajeno'. La trama transcurre en un hospital y las enfermedades consitituyen el hilo conductor de la historia.
Me veo obligado a esconder mi hipocondría para lograr la sensación más parecida posible al disfrute. Aunque algo previsible, la película está muy bien. Noriega da vida a un personaje más del corte de sus papeles habituales, que uno no sabe ya si los borda o es que este chico hace de sí mismo. No destacan los actores, más bien nos hallamos ante una cinta de guión.
No sé si la terapia ha surtido efecto. Durante la hora y media que he estado sentido en la butaca, me ha dolido el corazón, la cabeza y la garganta. He soportado la película como he podido, y no porque haya dejado de gustarme. Esta terapia no me da resultado. Si alguien tiene la panacea para esta sensación, que no espere más en decírmelo. Pero no voy a hablar hoy de mi hipocondría. Eso será otra historia.