lunes, 11 de octubre de 2010

El viaje de nuestras vidas. Capítulo 1: La isla

Primera y última moraleja: los viajes hay que planearlos minuciosamente, hasta el último detalle. Caímos en la isla casi por sorpresa. Bueno, por lo menos nuestro avión no se partió en el aire y nos vimos encerrados en un lugar donde no cesan de ocurrir cosas raras. Un detalle: aterrizamos en Tenerife Norte a mediodía, sin sobresaltos y casi sin turbulencias.
Mientras Maggie esperaba las maletas (por increíble que parezca no se perdieron), yo me dediqué al mercadeo. Reconozco que disfruto comparando precios y apliqué el criterio de 'contrata el más barato' en nuestra búsqueda del coche de alquiler con el que nos desplazaríamos por la isla. Como no me pagan, obviaré la empresa por la que nos decantamos.
Nos ofrecieron un coqueto Toyota Yaris. No es ninguna maravilla, pero como ventaja, se aparca en cualquier sitio. Todo iba de lujo hasta que abandonamos el parking cubierto y, cosa rara, comprobamos que llovía... y nosotros que volamos a las islas en busca de un sol estival. Total que el aguacero nos permitió observar una pequeña tara en nuestro pequeño vehículo: no funcionaba uno de los limpiaparabrisas... el del conductor.
Un cuarto de hora después, a bordo de un Opel Corsa parco en potencia, nos dirigíamos a Santa Cruz de Tenerife. Error. Comprobamos al llegar la calle Venezuela que allí no había ni hotel ni playa. En nuestra habilidad de turistas ignorantes, habíamos introducido esta dirección en el GPS... sin tener en cuenta de que el municipio al que debíamos dirigirnos era Puerto de la Cruz. Reconozco la culpabilidad absoluta de una metida de gamba que no la comete ni Mr. Bean.
Un aguacero (menos mal que ya iba el limpiaparabrisas) y 50 kilómetros después, llegábamos a nuestro destino, el Hotel Beatriz Atlantis. Cerca de las 16 horas, mientras realizábamos el check in solicitamos desesperados algo de comer. "Disculpe, pero la cocina ya está cerrada. Si quieren pueden pedir un sandwich frío en cafetería. Al final de la calle hay una pizzería". Me exaspera la amabilidad del personal de los hoteles cuando te clavan un cuchillo en el riñón para cobrar el agua a precio de oro o denegar algún servicio. No conceden la coartada para acordarse de toda su familia. Nos negamos a pagar un pastón por un puto sandwich de vete a saber qué. El italiano que nos recomendaron resultó tener más calidad de la esperada.
Por si el lector aún no lo había percibido, nos encontrábamos en Tenerife, el caribe español... y llovía. Como tener que ponerse un anorak en el infierno. Me tuve que calar hasta los huesos para ir a por agua a un supermercado... otra ironía del destino. Y luego no probé bocado en la cena gracias a un maldito refresco de grosella que engullí de regreso al hotel. Mejor, así tardé más en aborrecer el repugnante buffet.
Consejo gratis: jamás pidáis pensión completa en un hotel. Parece más barato, pero si estás más de dos días acabas negándote a comer siempre la misma comida recalentada, expuesta para que una horda de jubilados y turistas alemanes buceen en las bandejas eligiendo la mejor porción.
Hablando de germanos. No podría dejar pasar la ocasión de contar la aventura en el ascensor con la pareja de alemanes. Para ser más precisos, unos señores de avanzada edad, con los que nos quedamos atrapados en el ascensor. Recuerdo ser empujado por una fuerza monstruosa nada más pararse el elevador. Era la señora, que histérica se había erigido en nuestra salvadora. Bueno, lo intentó tocando todos los botones, de los cuales me había apartado sin la menor consideración.
Desde fuera nos tranquilizaban. Maggie y yo nos reíamos, y los señores nos miraban con cara de flipados. 'English?', le pregunté al hombre. Ni pruna. Un cuarto de hora después, salíamos del habitáculo rojos como tomates y empapados en sudor. Juro que no organizamos una orgía, por los malpensados. 'Podrían tenerlo en cuenta en la factura', bromeé a medias cuando contamos nuestra aventura en la recepción. 'Les ha salido la sauna gratis', replicó el empleado con la misma amabilidad del primer día. No reproduciré aquí lo que opiné para mis adentros sobre su progenitora, la meretriz.
Para ser justos, no podemos tampoco quejarnos de nuestra estancia en el Hotel Beatriz Atlantis. La habitación estaba muy bien, con vistas al mar... eso sí, y ya no es defecto exclusivo de este alojamiento: ¿Por qué resulta tan complicado hallar una cama de matrimonio cuando se sale en pareja? ¿Por qué las habitaciones dobles, en el 90% de los casos, ofrecen catres individuales que convierten en incómodo el legítimo derecho de dormir acurrucados como tortolitos?
Recomendamos Garachico, sus piscinas naturales y un mesón del centro del pueblo donde se come de lujo. También resulta divertido pasar un día en el Loro Parque, y sobre todo hay que disfrutar de las playas. Decía que el viaje fue precipitado, y por eso nosotros nos fuimos al norte de la isla.
Allí pudimos contemplar y disfrutar de las playas de arena volcánica y cenar en un acantilado. Degustamos el mojito canario (una delicia) y, como no, el mojo picón. Pero cuando la climatología se vuelve adversa, es el norte de la isla el primero que lo padece. Prácticamente todos los días tuvimos bastantes horas presididas por las nubes.
Nos comentaron de regreso a Valencia, que para ir como turista a Tenerife, mejor el sur: más sol y playas con arena amarilla. Nos quedaron muchas cosas que ver, como el Teide, a cuyo cráter sólo entran 200 personas al día por su condición de reserva natural. Preferimos ahorrar los 25 euros del telesférico para la próxima vez. Porque regresamos con ganas de volver... y si la vida nos lo permite, regresaremos.
El día que nos despedimos de las islas Canarias, hacía un sol veraniego. Fueron 90 kilómetros de morriña y desencanto. Nuestras vacaciones, las primeras de casados, las de nuestras vidas, se acababan justo cuando la climatología nos iba a regalar el día soleado de verano caribeño que anduvimos buscando una semana. A estas alturas, quien nos conozca y no sepa el giro inesperado que dio nuestra luna de miel, estará flipando. ¿Pero no os íbais a Riviera Maya? ¿Y qué hacíais en Tenerife? Esa es otra historia que requiere, al menos, un capítulo.