viernes, 21 de enero de 2011

Soy Isabella

Ocurrió una noche de otoño
de esas en las que el viento de Valencia te hiela
escuché a lo lejos el llanto de este retoño
que clamaba: '¡Ya estoy aquí, soy Isabella!'

Para tus papis eres un regalo del Cielo
te acunan con esmero y celo
durante meses esperaban a su niña bella
para presentarla al mundo: '¡Esta es Isabella!'

Ahora que ya estás aquí
y es que todo llega
tu familia ansía ese momento feliz
del primer : '¡Papá, mamá, soy Isabella!'

Que te vaya bonito en la vida
salud y amor en ella tengan cabida
y que cada noche antes de que duermas
pidas a Jesús: '¡Cuídame, soy Isabella!'

NOTA: No suelo publicar y, por lo tanto, escribir poesías o canciones. Esta es mi segunda, la primera se la dediqué a Maggie. Seguro que hay gente que escribe versos mil veces mejor que yo, con criterio técnico (yo por ejemplo no me detengo en la métrica)... pero bueno, estas creaciones son mías, como todos los textos, y tienen un sentido especial. Esta la recité (fatal y con muchos nervios porque jamás he recitado poesía) durante la presentación de mi sobrina Isabella en la Iglesia Adventista de Valencia-Vives.

miércoles, 12 de enero de 2011

El viaje de nuestras vidas. Epílogo: Los ángeles de Aravaca

No recuerdo el momento. Ocurriría algunos minutos después de que despegase el avión de Cancún sin que nosotros hubiésemos percibido el aroma de sus playas. Lo cierto es que nos dormimos. Casi por inercia, había apagado el móvil después de enviar los últimos sms: 'Volvemos a casa'. También había dejado un mensaje al chaval que nos vendió el viaje: no voy a hablar mal ni bien de él, simplemente creo que cometió un error que nos metió en todo esto.
Lo cierto es que cuando despertamos, quedaban un par de horas para aterrizar en Madrid. Logré desayunar, pero Maggie fue incapaz de probar bocado... de nuevo. En un momento dado, un hombre se dirigió a mí: 'Perdona, ¿puedo ayudaros?'. Le conté a grandes rasgos nuestra historia y me dijo que era piloto y que la aerolínea que nos dejó embarcar, debía devolvernos el precio del viaje, al menos el de ella.
Le dimos las gracias, a él y a la tripulación del vuelo, que nos trató genial. El avión había aterrizado en Barajas. Vivimos otro mal momento. El de la recogida de los equipajes. Mientras esperábamos las maletas, vimos a varias parejas rescatar las suyas junto a algún que otro sombrero mexicano. Regresaban sonrientes de una semana en un paraíso al que no pudimos llegar por un jodido papel.
Encendí el móvil. Hablé con el chaval de la agencia, que intentó por todos los medios que pudiésemos volar de nuevo al día siguiente. Pero necesitábamos el visado mexicano. Estaba la primera en la lista porque había sido esa última llamada desde México: 'Vanessa Pérez'.
'¿Cómo estáis? Cansados, me imagino. Mira, he llamado a la embajada y está difícil. Llamad vosotros y que os expliquen, y cualquier cosa, ya me decís'. Si algo he podido comprobar en esta dura experiencia es que los amigos son aquellas personas que están en los momentos difíciles. Que aunque no los veas durante meses, sabes que no te van a fallar. Y Vanessa, sin olvidar a su marido, Jaime, se portaron no de diez, ni de matrícula, sino de lo siguiente.
No quiero aburrir a nadie, ni a mí mismo, narrando las vueltas que dimos por Barajas, ni las llamadas a la embajada de México o la noticia de que, casualmente, el vuelo a Cancún del martes estaba completo. Lo cierto es que lo de volver a Madrid a por el visado y regresar al día siguiente, no era tan sencillo como había sugerido la arpía de la aduana.
'Vane, dinos dónde vivís y vamos'. Habíamos decidido aceptar la invitación para hacer noche en casa de nuestros amigos y buscar el nuevo destino que nos llevaría a Tenerife. '¡Qué cojones, vamos a por vosotros al aeropuerto!' Jaime es demasiado grande para mí, pero a Vanessa, por poco la estrujo cuando la abracé.
Estáis en vuestra casa!'. Fue la frase que más repitió durante las 36 horas que nos alojamos en su piso de Aravaca, una localidad en el área metropolitana de Madrid. Nos invitaron a cenar la primera noche ('eso para que olvidéis el mal trago') y la segunda pagamos nosotros. Nos reímos y por un rato olvidamos nuestra pesadilla en Cancún.
Esa primera mañana, Vanessa nos había preparado un desayuno imperial, ¡y vaya si lo era!, y después visitamos el centro de Madrid. Al día siguiente, Jaime nos llevó a Barajas para volar a Tenerife. De regreso, nos volvieron a acoger una noche. En la vida hay gente con la que mejor no cruzar palabra. Les sudará la entrepierna mis palabras, seguro, pero estoy satisfecho de no contar entre mis amigos a tres impresentables como los responsables de aduana del aeropuerto de Cancún.
Durante esas horas, y días después, recibimos el cariño de nuestra familia y muchos amigos, algunos de los cuales han conocido nuestra historia a través de este relato que necesitaba escribir para pasar página definitivamente. No dudo que la mayoría de ellos hubieran deseado hacer algo más por nosotros. Permitidme que, a modo de gracias, dedique este relato a Jaime y Vanessa, que nos mimaron en esos momentos duros. Serán para siempre, nuestros ángeles de Aravaca.