miércoles, 23 de marzo de 2011

Los centros demenciales

Vivo, como tú y el vecino del quinto, por citar a tres individuos, en una sociedad carente de toda lógica, diseñada para que nos dejemos llevar sin preguntar. En esta red del consumismo exacerbado, uno de esos planes que crean vínculos rollo madre-hija bien avenidas es el del día de compras. Cuando llegan las rebajas una y otra rotulan en rojo la cita en la fecha acordada (con los tiempos que corren, más del 70% preferirán establecer una alarma en el móvil).
El objetivo: comer fuera, tener horas para charrar y volver a casa con diez bolsas de papel repletas de gangas de tela. Diré, como calmante para quienes me estén tildando ya de sexista, que no a pocos chicos les gusta ir de compras pero... ¡seamos sinceros! la mayoría nos decantamos por un partidete con una tapita de por medio, una partida de póker o un campeonato de FIFA o de PRO.
Lejos de abrir un debate sobre las preferencias de ocio de ellos y de ellas -que igual inspira a otro post en el futuro- quería hacer una reflexión sobre ese plan de rebajas. Un centro comercial cualquiera, de esos que abundan en las grandes ciudades como Barcelona, Madrid o Valencia, dispone de un mínimo de 20 tiendas con infinidad de prendas de vestir de todos los precios. Un paraíso para todo/a aquel/a que guste de tener un buen fondo de armario.
Pero el que escribe ha sido testigo del drama que supone el no tener un cuerpecito de Barbie. Eso ya descarta el 50%, siendo generoso, de los establecimientos disponibles. Si se tiene algún kilito de más, el drama puede tornarse en pesadilla. Camisetas ajustadas que lucen tripita y pantalones que no cierran ni a la de tres, a pesar de lucir una etiqueta que reza 'talla 44'.
Tras visitar más de la mitad de las tiendas y después de más de cuatro horas encerrado en todo tipo de probadores, a uno le entra el hambre. Si el centro comercial fuera acorde con lo que predican sus establecimientos a la hora de poner a la venta las prendas, habría decenas de restaurantes que ofrecerían menús con ensalada, pollo a la plancha, agua mineral y yogurt destanado... ¡y un tordo!
Hamburguesas, pizzas, pasta, carne con patatas fritas, refrescos, helados, tartas, cafés especiales adornados con nata... el paraíso de los hidratos de carbono y las grasas saturadas. Si por la mañana ya no te metes en la talla 44, después del avituallamiento necesitas un saco. Total, que lo más probable es que la madre y la hija del principio decidan alargar el café de sobremesa, ir al hipermercado a hacer la compra de la semana o meterse en el cine, y regresar a casa.
En ese hipotético paraíso, uno cualquiera de una gran ciudad, conviven las tiendas de ropa diseñada para lucir tipito con los establecimientos de comida rápida, totalmente prohibidos para quienes esculpen una bonita escultura a golpe de horas de gimnasio o de sacrificadas dietas. Pero al fin y al cabo, estos centros demenciales no son sino un enjambre más de una sociedad en la que sólo importa la imagen y el consumismo.