jueves, 29 de agosto de 2013

Ilusiones rotas

Como periodista con alma de reportero, siempre he tenido algo de voyeur. Me gusta observar y escuchar para luego escribir lo que he visto y oído. Esta entrada reproduce una situación real que se produjo hace unos días en una tienda de videojuegos de un centro comercial de los alrededores de Valencia. Los nombres, ni los sé ni son importantes. Vamos allá...

Entra un niño de unos 12 años y se pone a husmear entre los juegos de segunda mano para PS3. Elige uno y una mujer, su abuela, acude al encuentro del chaval.
-¿Me lo compras? -masculla el chico- mira, es barato...
-Yo no tengo dinero, pídeselo a tu madre.
-Ya te he dicho que hoy no te iba a comprar ningún juego -responde la susodicha madre desde la distancia, sin molestarse en acceder a la tienda.
-¡Jolín! ¡Ya habéis roto mis ilusiones!
-Yo sólo tengo 19 euros -apunta la abuela, manteniéndose firme de el papel de poli bueno.
-¿De verdad? ¿No tienes más? ¿Son otros 20 de nada? -insiste el chaval, ahondando en la grieta que ha dejado abierta la abuela.
-No, yo no tengo más dinero. Pídeselo después a padre -recula la mujer.
-Es que no me lo comprará, él también es muy malo.

Llegado a este punto, dejo de escuchar. Sigo escrutando videojuegos sin intención de comprar, pero elaboro una triple reflexión mental. Dos posibles reacciones si el chaval fuera mi hijo y una moraleja.
-Reacción A: 'Un gustazo pero nada pedagógica'. Soltarle un buen mascón al mastuerzo al tiempo que se le espeta: 'Como soy tan malo, el siguiente videojuego te lo compraré cuando el Almería gane la Liga'.
-Reacción B: 'Más complicada pero más educativa'. Proponerle al chaval que me lave el coche una vez por semana. Le propondría pagarle 5 euros cada vez y, cuando los tuviera, iríamos juntos a comprar el juego. Para esto hay que hacer de tripas corazón ante lo de las 'ilusiones rotas' y 'eres muy malo'.
-La moraleja. Desde bien pequeños nos tienen educados en que el consumismo feroz nos da la satisfacción. Pasamos horas de ocio deambulando por centros comerciales sin nada necesario que comprar. Reaccionamos ante los 'por sólo 10,98 euros' sin pensar en que con eso podemos comer más de un día entero. Nos seducen con el 'te lo financiamos al 0% de interés'. Y sí, formamos parte de una generación que ya ha intentado chantajear a la abuela para que nos compre algo que nuestros padres nos habían negado.

martes, 27 de agosto de 2013

Historias de L'Eliana (II): SOS desde una farola

Hay ordenanzas municipales que me parecen absurdas. Hace unos meses leí una noticia de que en un municipio, no recuerdo cuál, se pasaba a sancionar a quienes colocaran anuncios en las farolas. De acuerdo con que a estas enormes luciérnagas de metal se las ve más esplendorosas sin esos papeles pegados con celo y que se consumen a la intemperie. Y por supuesto no sería de recibo que una gran empresa emplease este tablón de anuncios gratuito para llevar a cabo su particular campaña publicitaria.
Subrayo, por el contrario, la notable efectividad de este 'medio de comunicación' al paso de cualquier viandante. Este verano me he parado ante el anuncio de un vecino que había perdido un hurón, el del padre o madre que vende libros de Primero de Bachiller, o el de la señora que ofrece sus servicios para cuidar niños o ancianos. Algunas de estas farolas son como el 'prime time' de una cadena de televisión. Están al paso, como la que hay justo al lado de la farmacia de enfrente del centro de salud de L'Eliana. Allí colocó Amparo el mensaje de socorro que reproduzco en la fotografía que acompaña esta entrada.
Se trata de un simple folio con cuatro retratos que pretenden confeccionar un breve cómic. En cada instantánea aparece un perro, de cuyo hocico emerge un bocadillo. '¡Ayuda!', imploran los animales. Debajo de esta composición, se explica que estos canes se hallan abandonados en una casa y que los vecinos de los alrededores, al percatarse de que estaban famélicos y hacía tiempo que nadie se pasaba por allí, los están alimentando.
'¡Hay que ser hijoputa!', pensé cuando acabé de leer. Abandonar a un perro al que has criado en la calle me parece ya una aberración... pero dejarlos a su suerte, encerrados en una casa sin posibilidades de buscar comida es una canallada. Al andoba, si es que alguien se preocupa de denunciarlo, puede caerle una multa por maltrato animal y ya está.
Amparo no busca al amo, sino a gente que quiera adoptar a esos perros. Aunque yo no tengo posibilidades de llevarme otro a casa, he querido usar este humilde foro para corear su mensaje de socorro: el suyo y sobre todo, el de los cuatro animales abandonados. Si a alguien le interesa, esta vecina culmina el escrito con su mensaje de socorro. Si nadie se hace cargo de ellos, como comenta, al final los canes serán sacrificados. Si alguien lo evita, las farolas de L'Eliana habrán tenido, de nuevo, una utilidad accesoria a la de iluminar las calles durante la noche.

jueves, 22 de agosto de 2013

Historias de L'Eliana (I): Aguas sucias

Tuerce el gesto y se lleva la mano a la nariz. La izquierda, mientras usa la derecha para espantar la nube de mosquitos. "Vámonos de aquí, porque ya me está dando malestar de garganta". Juan y Sonia no median ni una palabra más. En ese ambiente enrarecido, cualquier bocanada de aire puede resultar nociva. "Estas aguas están muy sucias, ¡qué horror!", comenta él mientras apretuja contra su pecho a su hijo menor. La mayor echa la mirada atrás mientras su mujer la arrastra hacia la salida.
Cualquiera diria que esta familia se había perdido en el laberinto subterráneo que conforma el alcantarillado público. Me los encontré esta semana apoyados sobre una celosía de escayola, observando el estanque del parque de L'Eliana, cuyas aguas surcan a diario decenas de patos. Este padre, joven de apenas 40 años, soportaba el mal trago mientras sus hijos permanecían embelesados mirando las aves.
Cierto, había mosquitos. Agosto, agua, animales, ¿qué pretendía? Tampoco es mentira que el agua no era cristalina... tampoco se hallaba al pie de un manantial pirenáico. ¿Su malestar de garganta? Casi puedo afirmar que lo había somatizado, que de arranques hipocondríacos se un rato... El fictício Juan -no iba a preguntarle el nombre y tampoco lo desvelaría si lo supiera- sufría por sus dos pequeños y la de enferemdades que podía transmitirle a él y su familia una horda de insectos y unos cuantos patos.
Mientras me alejaba, casi caigo en la tentación de esbozar una sonrisa como preámbulo de la correspondiente carcajada. Pero entonces noto un tirón en el brazo derecho al tiempo que escucho una respiración ronca y acelerada. Miro a mi perro y recuerdo que toma jarabe, y usa collar, pipeta y spray para ahuyentar a los flebotomos... y porque no puedo instalarle un antiaéreos en el lomo. Sufro cada vez que vomita, si lo veo apático o si caga un poco suelto. Mirándolo bien, si alguna vez soy padre, igual causo más risa que mi desconocido Juan, o como se llame.

martes, 20 de agosto de 2013

La vuelta al cole

Pasear a 40 grados a las 15.07 inspira... inspira los mismos impulsos atávicos de toda la vida. Bendita ignorancia, dicen. Así es. Ese odio contenido a los templos del consumismo llamados centros comerciales no existía antes de empezar la EGB. Sí, soy de la EGB, ya van muchos años desde que, mediado Primero aprendí a leer...
Demasiados años con sus veranos y todo soportando la 'fruta' (cámbiese 'fr' por 'p', es por si me lee algún niño) 'Vuelta al cole'. Anuncios de 'El Corte Inglés' en la tele, publicidad estática de 'Continente' en los lugares más visibles... tan visibles como la cesta de la puerta de mi urbanización donde dejan sus fardos los chavales de 18 tacos, esos que se ganan el suelcedito veraniego repartiendo propaganda.
La propaganda de 'Carrefour' me ha devuelto al pasado, al presente y al futuro. A ese pasado en el que los anuncios de la tele y las publicidades estáticas de toda la ciudad te recordaban que dentro de nada volvían los madrugones, las clases de matemáticas y los deberes por la tarde.
Las tardes del presente, después de todos esos años de cole, instituto y universidad, son mucho más largas, a veces hasta bien entrada la noche, hasta que sale del horno el periódico de mañana. Y hoy los señores de 'Carrefour', así les entre flojera y golpes de tos al mismo tiempo, me han recordado mi inminente futuro: restan 11 días para mi vuelta al curro...
Esa vuelta es amarga cuando pienso en la de cosas para las que ya no tendré tiempo y dulce si reparo en lo que darían 6 millones de personas por regresar al tajo el 1 de septiembre. Ese 1 de septiembre aún les restará a los estudiantes 9 días de asueto. Cuando los centros educativos abran sus puertas, las grandes superficies llevarán tres semanas torturando al personal con que el estío concluye y que con él se consume el tiempo de relax.
Claro está, no pueden relajarse con tanta competencia, tantas mochilas, libros de texto y libretas por vender. Bolígrafos, rotuladores, ropa nueva... La 'Vuelta al cole', como la Navidad, San Valentín o el inicio del verano, entre otros momentos del año como el importado Halloween, se han convertido en repetitivas fiestas del consumismo. Un año de estos, nos la anuncian a principio de julio.  

jueves, 15 de agosto de 2013

La máquina del sexo

No sé si es por mi mente calenturienta, pero algunos productos guardan en si mismos un alto contenido sexual por su estructura fálica. Va, tú que estás leyendo esto porque te ha llamado la atención el título, no me negarás que has hecho alguna que otra broma con los plátanos, los pepinos, los fartons o el conocido helado Calipo. Precisamente esa mañana hacía un calor de justicia y, mientras esperaba en la calle, no le hubiera hecho ascos a un buen Calipo... de los que se meten en el congelador, claro.
Estaba en la puerta de un kiosco, esos establecimientos donde conviven las revistas porno -pulcramente colocadas fuera del alcance de las manos, que no de los golpes de vista, de los niños- con chucherías y baratijas que atraen a todos los diablejos del barrio.
Mientras esperaba a que le compraran un juguete a mi sobrina, observé cómo ese kiosko había cambiado el escaparate por tres máquinas de esas que te venden un refresco, una chocolatina o un paquete de papas al triple de su valor habitual. También me fijé en que todo el que paseaba ese domingo por la mañana -y no eran pocos- se paraban en la máquina del medio, la radiografiaban durante unos instantes, y se marchaban.
En los 10 minutos en los que estuve allí esperando, analicé la reacción de todos los viandantes que hacían un alto en el camino frente a ese armatoste. Sonreí al ver a una señora mayor que puso cara de estupor, al hombre de 40 y tantos padre de dos hijos que miraba de soslayo por encima de sus gafas de sol, y al par de veinteañeras que se escabullían entre risas tras comprobar el precio del artículo 52.
Aquella máquina ofrecía, entre sus dos homólogas cargadas de refrescos y golosinas, artículos como condones de sabores, consoladores y algún que otro lubricante. Una máquina del sexo disponible las 24 horas en la calle: a plena luz del día o al abrigo de la noche por si entre un apretón, que nunca se sabe.
No lo veo ni bien ni mal. Me llamó la atención, sin más, como a la anciana, al padre de familia... y al par de pícaras jovenzuelas quienes, por cierto, consultaron el precio de un consolador con forma de plátano. Y sí, sé que este era el artículo 52 porque antes que todos ellos, yo también estuve un rato escrutando la máquina del sexo.