viernes, 26 de diciembre de 2014

Historias de L'Eliana (III): El encendedor

El encendedor aún funciona. Uno azul claro, el que compré en Mercadona hace varios meses. No es tan viejo y tampoco cocinamos tanto en casa. Espero que dure. Cuando Maggie llegó el otro día a casa hizo la pregunta. "¿Cómo que has comprado otro", cuestionó mientras sostenía el artefacto anaranjado. Esta es la historia de la compra de un encendedor que no necesitaba.
Todo empezó de buena mañana, con un whats app: "¿Te vienes a tomar un cafetito?". Llevaba unos minutos despierto, retrasando todo lo posible el traumático instante de abandonar el cobijo del nórdico para abordar el frío paseo matutino con Zeus. "Claro, dame un cuarto de hora". Rentabilicé al máximo el tiempo para vestirme, arreglarme un poco el pelo, preparar al perro y salir al rellano. Ahí me esperaba mi vecino, con su hija bebé.
Tenemos buen rollo. Cuando nos encontramos charlamos de todo un poco y de vez en cuando tomamos una caña o un café juntos. Habíamos quedado para desayunar un día, antes de que se marcharan para pasar la Navidad en familia. Estábamos enfrascados en la conversación, lo que permitía una bebé que acaba de descubrir el divertido juego de la cucharilla voladora. Hablábamos de los complicado que está todo, de lo difícil que es llegar a fin de mes. Entonces ocurrió todo.

-¡Amigos! ¡Buena suerte! ¿Quiere? Barato. Dos euros. (Pausa inesperada)

-No, no, muchas gracias... (Respondo sin mirar, aunque no puedo evitar que se trata de un hombre negro, muy alto y que va cargado de mecheros y encendedores)

-Vale amigos, buena suerte...

(Vuelta a la conversación, creyendo que el chico ya no estaba. De repende, la niña lanza una cucharilla y mi vecino le dice a la pequeña: "¿Ves? Ya la has tirado y ahora no puedo dártela, que luego te la llevas a la boca")

-Yo también tengo un hijo ("¿Pero este aún no se ha ido?")...

-...pero no lo conozco. Nació justo cuando llegué a España. Ahora ya tiene cuatro años ("¡Joder, y nosotros hablando de lo difícil que es llegar a fin de mes!". Mano al bolsillo. Calculo cuánto me costará el desayuno... tengo suficiente).

-Venga dame un encendedor. Dos euros, ¿no?

-Sí, amigo...

-Dame otro a mí también, que siempre vienen bien.

-Muchas gracias. Suerte amigos.

Cuatro euros que no nos impiden a nosotros llegar a fin de mes, ni a él le han permitido ver esta Navidad a su hijo. Nosotros nos llevábamos un encendedor que no necesitábamos, como tantas cosas que compramos a diario. Espero que a él le sirviera para comer de caliente, como yo hago cada día.


martes, 25 de noviembre de 2014

En blanco

Esta semana he compartido un café con una chica de 18 años, recién cumplidos. No tiene ni el carnet de conducir. Contaré su historia en Las Provincias: sus retos, sus planes de futuro. Uno se queda en blanco al escucharla. Al tratar de desgranar ese crisol de emociones que tortura a cualquier veinteañero, por centrado que esté. Recuerdo observarla con cierta envidia, la que da el tener frente a  frente a alguien que en teoría tiene más tiempo por consumir y, lo que más importa, un mayor margen para ensamblar su futuro.
Una imagen me hizo sentir que el mío se acaba. Mi margen para decidir, me refiero. Me di cuenta al verla. A ella, que aparece y desaparece una vez al mes. No me refiero a la chica del café. Que el lector se olvide de ella. No tienen nada en común. Hablo de alguien que no se despega de mí pero a la que apenas puedo ver. Alguien a quien yo no siento pero que se muestra punzante cada vez que alguien me saluda, celosa ante el contacto con otra persona de género femenino. Alguien a quien no puedo oír y de cuya presencia me alertan los demás cuando empieza a molestar.
Ella me hizo pensar. Hacer balance. Pensar cuál ha sido el mejor momento de mi vida y cuál el peor. Respondí a la pregunta, con cierta amargura. Ansioso por que el instante más alegre de mi vida aún esté por llegar y consciente de que el peor seguro que está por venir. En un par de minutos repasé el día de mi boda; el de la muerte de mi abuelo, abuela, tío y primo; los dos en que comprobé que había acabado una carrera; y el de la firma de mi contrato indefinido con el periódico. Atrás quedan los innumerables partidos de fútbol con los colegas, las gamberradas consumadas y por consumar con mi amigo Armani, y los cuatro años en que me empeciné en vivir algo que no llegaría hasta mucho más tarde. Almuerzos, cenas, noches de fiesta, otras en vela estudiando, demasiadas horas de trabajo delante de un ordenador y aquella noche en un polígono frente a la comisaría de Policía. Dos operaciones de los ojos, el día en que encontramos a Tracy, la amarga tarde en que se marchó o la mañana en que Maggie me trajo a Zeus...
Fueron apenas un par de minutos, el tiempo que necesitaba para reaccionar después de observarla. No sé el tiempo que llevaba sin hacerlo. No sé si ha aparecido de la noche a la mañana o es que no me había fijado hasta ahora. Soy muy de símbolos y, al ver que en una parte de mi barba, en el mentón, ya me salen canas pensé que empiezo a hacerme viejo. Me quedé en blanco.

viernes, 12 de septiembre de 2014

Con vistas al Mandor (Volumen II)

'Con vistas al Mandor (Volumen I)',
primera edición
Hoy hace cinco años, dos meses y nueve días que abrí este espacio. Aquel 9 de julio, mi amigo Voro me informó de que su boda sería el 12 de septiembre. Hermosa coincidencia. Él se casaba con mi también amiga Ruth ese día de ese mismo año. Apenas tenían un verano para replanteárselo, suerte que la decisión estaba tomada y hoy se les ve felices... y que sea para siempre. Un año después del 12 de septiembre de 2009 vi a lo lejos al par de tortolitos, brindando champán en mano celebrando su primer aniversario. Fue en nuestra boda, en la mía y en la de Maggie, después del vals peor bailado de la historia, evidentemente por mi parte y no por la suya.
Cuando empecé esta aventura, fuimos a ver la primera parte de Transformers. Hoy está en cartelera una nueva entrega de la saga robótica y también tenemos pendiente disfrutarla en el cine. La historia de esa coincidencia de fechas y también la que ocurrió a la salida de la película han quedado reflejadas en mi primer libro. El que he escrito durante cinco años sin darme cuenta, que se ha impreso sin que yo lo supiera y del que hay una edición más que limitada.
Puede que mi regalo de aniversario haya sido uno de los mejores de mi vida, no por su coste económico ni mucho menos. Cuando destrocé el envoltorio con los ojos cerrados, ya estaba pensando en que ese sería mi siguiente libro una vez acabe la primera novela de Antonio Salas. Al leer el título de la portada, 'Con vistas al Mandor', lo comprendí todo. Maggie había recopilado todo lo que hasta ahora, menos esta entrada, ha aparecido en este blog. Me hizo una ilusión tremenda y me ha quitado un peso de encima: no quería morir sin escribir un libro y aquí lo tengo.
No me atrevo a decir que ayer se cerrase una etapa. No soy de los que simbolicen un cambio de tercio con una fecha o suceso puntual, pero sí es cierto que este curso 2013-2014 ha sido complicado para mí. Una operación, un cambio trascendente en el trabajo, la enfermedad de mi madre y la muerte de dos familiares me han agotado mentalmente. Sólo me había asomado dos veces al Mandor. Las telarañas campaban a sus anchas en los barrotes de este balcón imaginario. Me pido perdón a mí mismo y a quien me lea, si es que alguien sigue haciéndolo. Hoy empiezo a escribir 'Con vistas al Mandor' (Volumen II)'. Espero que, como la primera parte, pase de las 250 páginas.    

viernes, 4 de abril de 2014

Con la cabeza en Úbeda

Estoy en Úbeda. Tengo la cabeza allí desde que recibí ayer el whats app de mi madre: "Se ha muerto". Eran las 19.55 del 3 de abril y durante unas horas he deshojado una margarita para decidirme entre lo sensato y lo que deseaba. A las 2 de la madrugada, con gran dolor, me he decantado por lo primero. Entre ir al funeral o quedarme en Valencia recuperándome del ojo. A cambio, tío Seba, he decidido escribir estas líneas, una despedida que se publicará a la misma hora en la que tu familia te dirá hasta luego. 
Te recuerdo siempre sonriendo. Delgado, con bigote y derrochando carcajadas. No me digas por qué, pero mi primera imagen tuya es bajando de un pequeño camión, en una de las visitas a la 'abuelita' Lorenza. Puede que haga 30 años de eso. Y desde entonces hasta hoy ha llovido mucho, a veces demasiado... pero tú siempre echabas mano de las risas y la alegría para saludar a tus sobrinos en cada una de tus visitas a Valencia.
"¡Bandido! ¿Cómo estas?", exclamabas en cuanto nos veíamos. Lo decías entre carcajadas, con tu inconfundible acento jienense. Con los brazos abiertos y arqueando la espalda hacia atrás. Un instante después me estrujabas, me besabas y, claro está, hasta que me creció la barba, me pinchabas con el bigote.
La última vez que hablamos fue por teléfono. No hace demasiado. Sé que la enfermedad te lo ha hecho pasar mal, sobre todo al final. Casi seguro que aquella tarde no te encontrabas muy allá, pero aún así me saludaste con alegría. Te imaginé una vez más con los brazos abiertos, llamándome bandido y riendo a carcajadas. Bromeamos durante unos minutos. Me he esforzado, pero no recuerdo cómo nos despedimos. Mejor así. Odio las despedidas.
Aún así, querría haber ido a Úbeda para decirte adiós, hasta pronto, o lo que sea. Aunque sabía que este momento estaba cercano, sigo en shock y enrabietado por que la tía y tú no hayáis disfrutado la senectud que merecíais. Ahora te has marchado y se me hace difícil asumir que no te voy a ver más. Te voy a echar de menos.

domingo, 9 de marzo de 2014

La escalera

La escalera separa un mundo de otro. El de los de dentro y el de los de fuera. Esos últimos deambulan durante todo el día como si fueran hormigas. Atraviesan el fondo de este pozo inmenso. De sur a norte o viceversa. Ajenos a lo que ocurre alrededor de ese bucle que discurre por siete plantas que avanzan en círculo hacia el firmamento.
Los otros, mientras tanto, aguardamos a nuestro turno. Como un grupo de condenados resignados a su destino. A ese instante en el que nos sumiremos en un sueño profundo que puede parecer eterno. Vemos correr gente por las escaleras durante esos días interminables. Y venciendo al vértigo, aún a riesgo de caer al vacío hacia las entrañas del pozo, observamos con envidia cómo deambulan los otros.
Junto a esas escaleras infinitas, he hallado mi halo de paz diaria durante una semana. Por la mañana. A mediodía. Por la noche, cuando el flujo de hormigas-persona se interrumpe hasta el día siguiente. Sólo así puedo constatar que ha transcurrido una nueva jornada. Una tras otra. Sin novedades. Sin que vengan a por mí.
Empieza mi segunda semana. Vuelvo a ver la escalera infinita. Ese pozo que parece no tener fondo. Puede que haya llegado mi momento. Ese instante en el que no sabes si sentir miedo o alivio. El inicio de un viaje hacia el limbo, de donde vuelves siendo otro. En mi caso, con una córnea nueva.
Espero que, como hace 14 años, el mal trago sea para bien. Que vuelva a ver pronto la escalera y en unos días pueda recorrerla feliz, hacia las entrañas de la clínica Barraquer. Unirme a ese hormiguero que recorre a diario el hall del edificio. Caminar de norte a sur para pisar la calle de Barcelona, y regresar a mi casa. A L'Eliana. A mi querido hogar junto al Mandor.

domingo, 2 de marzo de 2014

Volver a empezar

Miro hacia el Mandor. A ese barranco que un día dio nombre a este espacio. Lo hago por última vez. Sí, por última vez con estos ojos, tal y como son a día de hoy. Y en una semana y pico espero volver aquí. A mi casa, con mi gente y a mi vida. Ser el mismo pero vivirla mejor en este nuevo intermedio al que me obligan las circunstancias. Como hace 14 años, hoy tengo miedo, incertidumbre y esperanza a partes iguales.
Miedo. Es la sensación que tiene un tipo como yo, alguien que odia las agujas y a los médicos cuando se enfundan la bata. A nadie le gusta pasar por el quirófano, pero os digo que para mí esto es un mundo. Escribo un poco para intentar tranquilizarme y para ser justo con toda la gente que me conoce y a la que le gustaría que le hubiera dicho que me operan.
Incertidumbre. Soy un películas. Lo reconozco. Como hace 14 años, siento que habrá un antes y un después, cuya frontera estará en esos 50 minutos (eso me han dicho) en el quirófano de la clínica Barraquer de Barcelona. Cuando me intervinieron del ojo izquierdo había acabado, a falta de una asignatura, la carrera de magisterio. En el año siguiente, la acabe, trabajé con mis tíos como comercial y entré en Las Provincias. Esta vez, cuando me van a cambiar la córnea del derecho, sigo en el periódico, donde he hecho amigos, he invertido muchas horas de trabajo y en no pocas veces he disfrutado escribiendo. Me marcho después de que mi entorno cambiase. ¿Para mejor? ¿Para peor? Valorarlo no sería justo para los que están ahora, puesto que de mi lado se marchó alguien a quien hoy considero a ese hermano mayor que deseé haber tenido desde pequeño. El tiempo me lo dirá. Quizás necesitase este paréntesis para digerir el final de una etapa y el inicio de otra. Veremos. Y nunca mejor dicho.
Esperanza. Y esa es precisamente mi esperanza. Ver mejor. Vivir mejor. Disfrutar mejor de cada instante, del tiempo. Como periodista, como persona. Hoy me marcho a Barcelona sin alguien con quien he compartido la mitad de estos últimos 14 años desde que salí por primera vez del quirófano. Y lo hago sintiéndome en deuda, con la necesidad de estar bien cuanto antes para exprimir mejor nuestra existencia a partir del 4 de marzo de 2014 y espero que por la eternidad. Ya estoy deseando volver a empezar.


PD. Después de todo el rollo, la noticia resumida es que el martes 4 de marzo me trasplantan la córnea del ojo derecho, para tratarme el queratocono que sufro. Supongo que esto me habrá quedado un poco moñas, pero es lo que siento a menos de 48 horas de la intervención.