Te recuerdo siempre sonriendo. Delgado, con bigote y derrochando carcajadas. No me digas por qué, pero mi primera imagen tuya es bajando de un pequeño camión, en una de las visitas a la 'abuelita' Lorenza. Puede que haga 30 años de eso. Y desde entonces hasta hoy ha llovido mucho, a veces demasiado... pero tú siempre echabas mano de las risas y la alegría para saludar a tus sobrinos en cada una de tus visitas a Valencia.
"¡Bandido! ¿Cómo estas?", exclamabas en cuanto nos veíamos. Lo decías entre carcajadas, con tu inconfundible acento jienense. Con los brazos abiertos y arqueando la espalda hacia atrás. Un instante después me estrujabas, me besabas y, claro está, hasta que me creció la barba, me pinchabas con el bigote.
La última vez que hablamos fue por teléfono. No hace demasiado. Sé que la enfermedad te lo ha hecho pasar mal, sobre todo al final. Casi seguro que aquella tarde no te encontrabas muy allá, pero aún así me saludaste con alegría. Te imaginé una vez más con los brazos abiertos, llamándome bandido y riendo a carcajadas. Bromeamos durante unos minutos. Me he esforzado, pero no recuerdo cómo nos despedimos. Mejor así. Odio las despedidas.
Aún así, querría haber ido a Úbeda para decirte adiós, hasta pronto, o lo que sea. Aunque sabía que este momento estaba cercano, sigo en shock y enrabietado por que la tía y tú no hayáis disfrutado la senectud que merecíais. Ahora te has marchado y se me hace difícil asumir que no te voy a ver más. Te voy a echar de menos.