martes, 25 de noviembre de 2014

En blanco

Esta semana he compartido un café con una chica de 18 años, recién cumplidos. No tiene ni el carnet de conducir. Contaré su historia en Las Provincias: sus retos, sus planes de futuro. Uno se queda en blanco al escucharla. Al tratar de desgranar ese crisol de emociones que tortura a cualquier veinteañero, por centrado que esté. Recuerdo observarla con cierta envidia, la que da el tener frente a  frente a alguien que en teoría tiene más tiempo por consumir y, lo que más importa, un mayor margen para ensamblar su futuro.
Una imagen me hizo sentir que el mío se acaba. Mi margen para decidir, me refiero. Me di cuenta al verla. A ella, que aparece y desaparece una vez al mes. No me refiero a la chica del café. Que el lector se olvide de ella. No tienen nada en común. Hablo de alguien que no se despega de mí pero a la que apenas puedo ver. Alguien a quien yo no siento pero que se muestra punzante cada vez que alguien me saluda, celosa ante el contacto con otra persona de género femenino. Alguien a quien no puedo oír y de cuya presencia me alertan los demás cuando empieza a molestar.
Ella me hizo pensar. Hacer balance. Pensar cuál ha sido el mejor momento de mi vida y cuál el peor. Respondí a la pregunta, con cierta amargura. Ansioso por que el instante más alegre de mi vida aún esté por llegar y consciente de que el peor seguro que está por venir. En un par de minutos repasé el día de mi boda; el de la muerte de mi abuelo, abuela, tío y primo; los dos en que comprobé que había acabado una carrera; y el de la firma de mi contrato indefinido con el periódico. Atrás quedan los innumerables partidos de fútbol con los colegas, las gamberradas consumadas y por consumar con mi amigo Armani, y los cuatro años en que me empeciné en vivir algo que no llegaría hasta mucho más tarde. Almuerzos, cenas, noches de fiesta, otras en vela estudiando, demasiadas horas de trabajo delante de un ordenador y aquella noche en un polígono frente a la comisaría de Policía. Dos operaciones de los ojos, el día en que encontramos a Tracy, la amarga tarde en que se marchó o la mañana en que Maggie me trajo a Zeus...
Fueron apenas un par de minutos, el tiempo que necesitaba para reaccionar después de observarla. No sé el tiempo que llevaba sin hacerlo. No sé si ha aparecido de la noche a la mañana o es que no me había fijado hasta ahora. Soy muy de símbolos y, al ver que en una parte de mi barba, en el mentón, ya me salen canas pensé que empiezo a hacerme viejo. Me quedé en blanco.