jueves, 31 de diciembre de 2015

Feliz 2015

Feliz 2015. No me he equivocado de año. Me refiero a que acabo 2015 con sensación de felicidad. No quiero decir que 2015 haya sido un año plenamente feliz para mí. Ha fallecido mi abuela, ha ocurrido hace pocas semanas una situación terrible en una familia cercana y me he despedido de un perro que fue mi amigo casi dos décadas. Ha habido momentos muy duros, pero también he notado una progresión en mi forma de pensar que me hacen afrontar cada mañana con ilusión. 
Todos los que me leéis (pido perdón a quienes sufren en Facebook mis discutibles logros de corredor novato) sabéis que las zapatillas han sido para mí una medicina. Pero no es tan sencillo. No ha sido sólo correr. Gracias a ello he recuperado el contacto con gente sensacional y, en las últimas semanas, he conocido a personas fantásticas con las que espero contar también en 2016. Pero tampoco es sólo eso. Quienes de verdad me conocen pueden esbozar en qué me ha ayudado correr.
Relacionado con eso, y con otros deportes, despido el año en uno de mis mejores momentos profesionales. Soy periodista titulado y también en mi vida laboral, pero a mí me gusta más definirme como contador de historias. A cualquier periodista le gusta firmar una exclusiva, pero yo disfruto más relatando las vivencias de personas con una existencia digna de narrar. Y de esas he tenido en mis manos varias durante los últimos meses. Quizás la mas impresionante sea la de Jairo, pero ha habido y espero que haya otras. 
Pero no quiero dar nombres. Hay un puñado de personas que me han ayudado a alcanzar este estatus de felicidad. Por sus consejos, por ayudarme a encontrar esas historias, por ser protagonistas de ellas, por animarme y aguantar mis manías, por asesorarme a la hora de progresar en esto de correr, por preguntarme cómo estoy, por ese café o ese bocata, por aquella noche de birras, por elegirme como confidente, por enviarme chorradas por what's app... Quienes me habéis ayudado de verdad a que acabe este 2015 feliz, creo que os habréis sentido identificados en este párrafo. No he querido dar nombres para no olvidar a nadie, pero de verdad, gracias a todos. Y ahora si, ¡Feliz 2016!

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Un café con 'Celtas Cortos'





La profesión de periodista te abre puertas, posibilidades de compartir una conversación con gente para muchos inaccesible. Hay personas con las que ese rato forma parte de la jornada laboral, sin más. Con otras disfrutas de una experiencia vital. Últimamente me ha pasado lo segundo con algunos de los deportistas con los que he charlado. Sin embargo, esta historia no forma parte de mi trabajo. Me tomé un café con Alberto García, de 'Celtas Cortos', como podría haberlo hecho cualquier otro fan. Sí, seguro que mi alma de reportero ayudó. Por ello, aquella historia no habrá estado completa hasta que haya terminado de escribir esta reseña.

Todo empezó el 28 de septiembre. En el coche. Cansado y de camino a casa. Maldiciendo mi suerte después de que una vez más un imprevisto hubiese retrasado la hora de salida del periódico. Había telefoneado por la tarde a Maggie. La había convencido de ir a ver a los Celtas, el grupo con el que tantas veces hemos brincado y gritado sus canciones en diferentes pueblos de la provincia de Valencia. "Que sí, que acabaré pronto. Además este concierto mola, es diferente. Tocan con la Unió de Llíria", le había dicho hasta que finalmente dijo que sí. Pero cuando abrí la puerta de mi hogar, con el concierto ya comenzado, estaba ya en pijama y blindada ante la idea de salir, pues al día siguiente madrugaba. Telefoneé a Juan Marcos, mi cuñado. Tampoco podía sumarse al 'pensat i fet'. En un principio me resigné a no ir a Llíria aunque Maggie me dijo: 'Si tanta ilusión te hace, vete tú'. Tras meditarlo un par de minutos, decidí que no perdía nada.

Llegué a Llíria y dejé el coche en el primer hueco que encontré, cerca del juzgado. Recorrí a paso ligero el recinto ferial mientras escuchaba el concierto que ya había empezado en el pabellón Pla de l'Arc. Cuando entré hice lo que tantas veces: avanzar y avanzar lo más cerca posible del escenario. Primera fila. Esto no pretende ser la crónica de un concierto ni una crítica musical. Sólo diré que si os gusta Celtas y podéis verlos en directo con una banda sinfónica, merece la pena. En un momento de la actuación, Jesús Cifuentes anunció que su último disco, 'Contratiempos', estaba a la venta en la mesa de mezclas.

Al final de la actuación, me acerqué. Allí conocía a Eduardo, al que debo una llamada de agradecimiento. No daba abasto vendiendo CD, al precio de 10 euros. Eché la mano al bolsillo para comprobar lo que sabía de sobra: con las prisas, había salido de casa con solo 5 euros y porque ya los llevaba encima. 'No será muy difícil encontrar el disco... es que no llevo suficiente dinero', le dije. 'Pues no creas. Por eso lo vendemos en los conciertos', me respondió. '¡Joder! ¿Puedo comprarlo a través de la web o algo?' 'Mira, si te vienes mañana al hotel, te lo llevas puesto. Estamos en Benisanó. Salimos a las 10 en punto hacia Valladolid'.

Ese día no tocaba correr. Y si hubiera tocado, no habría tocado. Quienes que conocen sabe que la puntualidad no está entre mis virtudes. A las 9.30 estaba en el hotel. 'Perdone, los de Celtas Cortos están aún, ¿no?', pregunté al chaval de la cafetería. 'Mira, ahí está uno de ellos', señaló el chico al fondo del local. Alberto García. Violín. Uno de los históricos del grupo, en el que ha estado prácticamente desde su fundación. Fueron apenas 15 minutos, pero dio tiempo para mucho. 'Me encanta vuestra música. ¿Sabes una cosa? Los últimos metros en coche antes de ir a la iglesia para casarme los recorrí escuchando una canción vuestra?' '¿Sí? ¿Cuál?' '"Tú eres el mejor". Me motiva cuando estoy de bajón'. Entonces me contó una historia conmovedora sobre esa canción: 'Sí, es una canción que ayuda a venirse arriba.  Grabamos un videoclip con los niños de la Asociación de Ayuda a Niños con Cáncer de Navarra (Adano). Fue una pasada porque los nanos disfrutaron, pero nosotros casi más. Una experiencia bestial, buena por una parte, pero también muy dura. Cuando presentamos al vídeo, algunos de los niños que habían participado ya no estaban'.

Me quedé parado. Conmovido por esa dosis de realidad sin desayunar ni nada. '¿Quieres un café? Venga, te invito... ¿Así que eres periodista deportivo? ¿Qué tal? ¿Sabes una cosa? Ha dejado de interesarme el fútbol. No lo sigo demasiado. Sí, me gusta que gane el Pucela, pero es que mueve una pasta que no es normal, mientras hay gente que lo está pasando fatal'. 'Sí, puede ser... pero luego hay algunos, y sobre todo deportistas de otras modalidades, con historias tremendas y que son un ejemplo de superación'. 'Sí, eso es verdad'.

Aparece Eduardo. 'Me vas a matar. Me quedé sin discos. Ahora me darás tu dirección y te lo mando a casa'. 'Te perdono con una condición. Que me lo firmen'. 'Eso está hecho'. Se marcha. Seguimos hablando Alberto y yo. '¿Qué te pasa?', le pregunto señalando a su mano. 'Artritis psoriásica. La padezco hace años. Ahí voy tirando. Mi vida es la música, así que mientras pueda no voy a parar'. 'Yo toqué la bandurria. Quería aprender guitarra, pero a mis padres les dijeron que era demasiado grande para mí. Al final la bandurria la acabé dejando'. '¡Joder, que pena!' 'Bueno, igual algún día me pongo con la guitarra. Es una de esas cosas que tengo pendientes'.

Regresa Eduardo con un par de postales. Alberto garabatea una dedicatoria y les pide al resto de sus compañeros de grupo que hagan lo mismo conforme van apareciendo para desayunar. El último, Jesús Cifuentes. También firma en la cartulina mientras le meten ya prisa para que tome un tentempié antes de salir de viaje. Apuro mi café mientras Alberto García trata de coger todo su equipaje. '¿Te llevo algo?' 'Si me ayudas con el violín te lo agradezco'. Durante unos metros, porté uno de los instrumentos que tan bien habían sonado en Llíria la noche anterior. Al girar la esquina, ahí estaba la furgoneta que llevó a Celtas Cortos de regreso a su Pucela natal. Antes, se tomaron una foto conmigo. Nos despedimos hasta la próxima.

A Alberto García le debo un café. A Eduardo, una llamada para agradecerle que me enviara el disco en pocos días. A Celtas Cortos que me dedicaran ese CD y tantos conciertos en los que transmiten buen rollo pero sin morderse la lengua. A mí mismo y a quien quiera leerla, les debía esta historia de un fan que tuvo la oportunidad de compartir unos minutos con uno de sus grupos musicales favoritos. 

sábado, 12 de septiembre de 2015

Madera

Tengo el día en mi mente. Como si fuese una película que puedo reproducir una y otra vez en mi cabeza. El momento en que sonó el despertador. La entrada a la iglesia con la banda sonora de 'Batman begins'. El instante en que te vi llegar emocionada al estrado (no me preguntes por qué, pero ese momento lo guardo con especial nitidez y me ha ayudado mucho durante este tiempo). La llegada a La Calderona con una hora de retraso. Las sorpresas durante el convite. Mi lamentable actuación en el vals, El momento en que despedimos a los últimos invitados y nos quedamos al fin solos.
Hoy hace cinco años de eso. "El sábado celebramos nuestras bodas de madera", de decías esta semana. Dentro de pocas horas se cumple un lustro desde que por primera vez dormimos en nuestra casa. Recuerdo que aquella noche estaba vacía. Como si hubiéramos llegado a un planeta desierto. Pero ese planeta se ha ido llenando. Hemos echado madera y cinco 12 de septiembre después, la fogata sigue encendida.
No ha sido fácil. Tampoco especialmente difícil. A veces hemos dicho que ser tan diferentes nos ha ayudado. En otras ocasiones, a los dos nos hubiera gustado tener más puntos en común en la forma de ver las cosas. Desde luego no somos una pareja de montañeros, o de músicos, o de surferos... gente a la que une una pasión en la que invertir el tiempo libre. Anoche mismo, tú estabas en el sofá con tu enésima manualidad y yo escribiendo estas líneas. Un rato antes yo había visto el Levante antes de que tu disfrutases de tu telenovela. A mí me ha dado por salir a correr y tu prefieres ir en bicicleta... Pensar diferente a veces enriquece, pero otras genera tensiones que, bien pensado, también nos han hecho crecer.
Juntos pasamos una pesadilla en México, disfrutamos de Asturias, celebramos tu carrera de enfermería, hemos mirado hacia el mar y dentro de él en Girona, Xàbia o donde fuera necesario... hemos visto películas, consumido series de forma compulsiva y nos hemos quedado sobados hasta las tantas en el sofá.
En nuestras bodas de madera, el fuego sigue vivo. Y mientras la vida se consume, día a día, sin prisa pero sin pausa, tienes mi compromiso para seguir luchando por que nuestro amor jamás quede reducido a cenizas. Que nuestros lazos sean cada vez más fuertes, resistentes, como el hierro.

PD. En este texto no quiero olvidar a nuestros amigos Voro y Ruth, que hoy precisamente celebran sus bodas de hierro. Fue un placer ver cómo en nuestra fiesta ellos conmemoraban su primer año de casados.

sábado, 1 de agosto de 2015

5.99 minutos

El 354. Moisés Rodríguez Plaza. 47:54.814 en recorrer las dos vueltas al Circuit de Cheste. La carrera que debía ser un 8k bajo la luna pero que se convirtió en un desafío entre relámpagos. Media de 5.99... ¡Error! ¿¡ Cómo va a ser 5.59!? ¿Minutos? Esa es de EGB. Sí, EGB, eso que estudiamos los que empezamos a peinar canas, aunque sea en la barba.
Pero 5.99 no es un error. Es mucho más que eso. Es mi pequeña victoria. Los mejores 8 kilómetros de mmi aún corta etapa como runner... sí, eso que antes se llamaba salir a correr pero que ahora le llamamos running. No es que me guste, pero por economía de palabras, por si desgasto saliva o huellas dactilares, me dejaré llevar por el anglicismo.
Mis 5.99 supone bajar de 6 minutos por kilómetro por primera vez en una carrera. Significa que he progresado desde aquella tarde de enero en la que di un salto del sofá y me largué a comprar un chándal. Desde esa conversación con un amigo que me empujó, primero a dar los primeros pasos y luego las primeras zancadas. Significa una mejoría exponencial desde esa fría mañana en la que llevaba una semana saliendo a caminar, decidí arrancarme a trotar y mis pulmones me lo permitieron durante 200 metros.
Este viernes, en el circuito de Cheste me sentí realizado. Pedí a mi cerebro en el kilómetro 5 que dejase de martillearme con que iba a llegar arrastrándome a meta. Mascullé como pude a mi gran compañero y amigo Juan Marcos que prefería que no me cantase referencias kilométricas. Pensé en que Maggie se alegraría una vez más cuando leyese en Facebook que había completado la carrera. Cayé. Me concentré en mi respiración. En seguir avanzando. Y a repetirme que si vosotros pudísteis, yo no tenía por qué detenerme.
Me vino a la cabeza David Casinos, a quien una ceguera no le ha impedido ver que puede disfrutar del deporte y de la vida. En Ricardo Ten, que pese a no teneer brazos me puede dar una paliza jugando al tenis de mesa. En Fran, ese profesor de Educación Física que a veces sacrifica la hora de la comida para salir a entrenar y prepararse para carrerones como la Marathon des Sables. En Salva Marrahí, el ciclista ultrafondo de Albaida que entrena durante la noche y trabaja en una carpintería metálica de día. En Dani Albero, que no parará hasta convertirse en el primer diabético en correr el Dakar. En Teesa Wiese, Juan García Armengol y el resto del grupo de valencianos que se levantaban a entrenar a las 6 para preparar la Titan Desert. Y no podía faltar Raquel López: zancadas de ilusión y el reto del triatlón de Valencia como mejor medicina contra la esclerosis múltiple.
Todos ellos me sirvieron de inspiración. Me ayudaron a concentrarme en subir el ritmo los últimos 800 metros. Hace no mucho tiempo, un compañero de trabajo, me dijo: cuando bajes de 6, empezarás a ser un runner. Ese 5.99 sobre el asfalto del Ricardo Tormo es mi primera gran victoria. Nada comparable con esos deportistas que me han contado su historia en los últimos meses, a los que he podido retratar en las páginas de Las Provincias después de percibir el brillo de la ilusión y la felicidad en sus ojos. Mientras reflexionaba sobre ellos, pasé el arco de meta. "¡Moi!", me llamó Pablo Pernía, director de comunicación del circuito mientras inmortalizaba el momento. 5.99. Aún queda mucho por recorrer. Muchas zancadas por dar. Al menos, eso espero.

sábado, 16 de mayo de 2015

Nick

Eras sólo una bolita. Una miniatura que apenas podía abrir los ojos y que de vez en cuando levantaba la cabeza mientras husmeaba con su característico hociquito de zorro. Temblaste todo el camino, recostado en mis piernas mientras cubría con aquel Ford Fiesta rojo el trayecto Petrés-L'Eliana al ritmo de heavy metal.
Fue nuestro primer día de muchos. Durante más de una década has sido uno más de la familia. Sospecho que, con el permiso de Tracy y Dugan, te convertiste en el perro de nuestras vidas. Te marcaste un pulso con la abuela Lorenza por la posesión del sofá. Nos cantaste decenas de 'cumpleaños feliz' a tu manera. Me acompañabas cada verano en la piscina y has sido el único alumno al que he podido enseñar algo de utilidad: salir de ella.
Tuviste carácter. Mucho. Tanto que explotaste tus dotes de escalador para poder escaparte de casa siempre que te apetecía. "Yo no lo tenemos", me comunicó mi madre entre sollozos una tarde en que trataba de salir del avispero en que se había convertido el parking del circuito de Cheste tras un GP de motociclismo. Pero como siempre, volviste. Te ibas en busca de algún revolcón pasajero y aquello te costó la descendencia.
Luego estaban las manías. Que si como a bocaditos pequeños y me separo cada vez que cojo un poco de pienso. Que si no piso ahí porque está mojado. Que bordeo porque no quiero pasar por encima del cable ese. Y muchas otras que no recuerdo... ¡joder con el perrito!
Te lanzabas a la piscina, brincabas para meterte en el coche por la ventana y saltabas por la mañana para compartir las dos últimas horas de sueño conmigo en mi cama... ¡a pesar de tener que superar una altura de más de metro y medio!
La vida transcurre demasiado rápida. A un ritmo vertiginoso, casi sin darnos cuenta entre quehaceres y preocupaciones. Tú has compartido los cambios más importantes en nuestra familia. Nuestras carreras universitarias, mi boda -me alegro tanto de que estés en mi álbum- y la de mi hermana... has sido testigo del adiós de los abuelos, y a tu manera has acompañado a mi madre en una enfermedad a la que seguro va a vencer.
En ese trasiego, casi sin darnos cuenta, te hiciste mayor. Sufriste en silencio una penitencia que no es demasiado justa para los seres humanos, ni te cuento para los animales. Te fuiste apagando, regalándonos las bocanadas de fuerzas que aún te quedaban a base de ladridos y de recibimientos a tientas cuando ya no nos podías ver. El día del adiós fue demasiado doloroso para dedicarle una sola palabra más. Una vez pasado, se ha convertido en un alivio, para ti y para nosotros, que preferimos recordarte como fuiste: saltarín y maniático.
Sólo decirte que fue un placer que fueras testigo de cerca de la mitad de mi vida hasta los 35. Que espero que me quisieras, porque yo te quise. Que si la existencia es un poco justa, y sea como sea el más allá si lo hay, nos volveremos a ver. Y que ha sido muy, muy jodido para mí -y de hecho he tardado semanas en poderlo hacer- escribir esto: hasta siempre, Nick, y gracias por todo, amigo.

lunes, 16 de marzo de 2015

Abuelos

Hoy cierro una etapa de mi vida. Poco antes de cumplir los 36 años despido al último. Ya no tengo abuelos. Cada uno ha sido diferente. Desde los que no he conocido hasta Amparo, a la que esta mañana decimos hasta luego. Pienso que nadie debería pasar por la vida sin tener abuelos. Aunque para ello se vea obligado a adoptarlos. Consentidores, maniáticos, cascarrabias, bromistas, amorosos, serviciales... abuelos.

Amparo nos dejaba ayer, a los 84 años, en una extraña mañana de domingo. Vino de Sevilla, de su Sevilla, para iniciar una nueva vida con mi abuelo Asunción. Durante años conservó unas castañuelas en un cajón de su habitación y un montón de cintas de María del Monte y otras 'cantaoras' en el armario de la tele. Como testigos de una etapa que dio por cerrada en el último cuarto del siglo XX.

Juntos, Asunción y Amparo, vivieron por y para su familia durante más de dos décadas. En su casa recuerdo los primeros partidos de fútbol de los sábados por la noche. Peleándome con mi abuelo, como siempre, mientras ella hacía la Escuela Sabática después de habernos hecho la cena: tortilla con patatas fritas.
Yo era por aquel entonces un niño y asistía cada domingo, antes de ir al Club de Conquistadores, a las plegarias de ambos. 'Padre, guárdanos en los pocos días que nos quedan de vida en esta tierra. Y a nuestra familia de Mora, y Sevilla, y de esos pobrecitos que no tienen que comer', solían orar a diario antes del desayuno.

Y su Padre no le dio pocos días de vida. De eso hace muchos años. En ese tiempo salieron de su casa para ciudarnos, a mi hermana y a mí, mientras mis padres tejían su negocio familiar. Y volvieron a dejar el calor de su hogar cuando nos marchamos de Valencia y el abuelo, albañil jubilado, tuneó con paciencia pero con mucho curro el chalé de L'Eliana.

Ella nos quiso. A su manera. Como todos los abuelos. Unos consentidores, otros maniáticos, otros más bromistas y algunos, demasiado cascarrabias... '¡Son mis nietos!', proclamaba a los cuatro vientos en la residencia cada vez que íbamos a visitarla. '¡Son mi familia!', incidía a todo el que se cruzaba por delante. Abuelos. Tan peculiares. Tan necesarios. Abuelos, a Amparo, a Asunción, a Lorenza... Hasta siempre, y gracias por haber existido.


Escrito en la madrugada del 16 de marzo de 2015 para leerlo en el funeral de mi abuela Amparo.

martes, 17 de febrero de 2015

Luna

-¿Estás segura?
-Sí, y no insistas más...
-Pero...
-Ni pero ni nada. Ella lo habría querido así. Me lo dice el corazón. Además, para que se lo quede el Estado...

Hacía años que lo había decidido. A decir verdad, este era el culmen de una decisión que había tomado mientras cicatrizaba su raja en el pecho. Aquellos días le dolía todo. La terrible herida y la horrible sensación de vacío que sintió al leer la carta. Aún se estremecía al recordarlo. De vez en cuando sacaba de la caja fuerte ese manuscrito, elaborado con prisa y donde adivinaba una gota reseca. Una lágrima de ella. Seguro.

Mientras se recuperaba puso su vida patas arriba. Vendió todos sus bolsos de Chanel y donó el dinero a la protectora de animales. Entregó toda su ropa de marca a diferentes ONG. No se preocupó ni de recuperar el puto deportivo con el que casi se mata. Tardó años en volver a examinarse del carné de conducir, que lógicamente le retiraron por triplicar la tasa de alcoholemia. Cambió de teléfono móvil, de domicilio, dejó de frecuentar las discotecas... en definitiva, dio la espalda al que había sido su mundo.


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Luna ahora se siente consumida. Está sola. Como siempre. Nunca pudo ser la misma. Sigue cortándosele la respiración cada mañana cuando se mira al espejo desnuda nada más salir de la ducha y ve la cicatriz que le atraviesa el pecho. Durante más de medio siglo, sus vecinos y la gente del pueblo le han llamado la rara. Pocos conocen su historia.

"No debiste hacerlo, Sara. Tú deberías haber vivido estos años. ¡Joder, que yo no merecía vivir, hermanita!", repite cada noche entre lágrimas. Hoy es diferente. Luna ha cumplido los 86. Se siente cansada y sola. Nada de tartas, ni una llamada de felicitación. Al fin y al cabo lo había decidido ella, pero sentía un vacío inmenso.

Escucha el corazón. Como siempre que le late más fuerte desde que despertó en aquella cama de hospital. Se siente extraña, más que nunca. Acude a la caja fuerte. Saca una vez más la carta, pero esta vez también coge aquel escrito que ya hace muchos años su hermano le ayudó a redactar a regañadientes.

"Para mi hermana querida, aunque pienses que estoy loca yo sí me acuerdo de ti. Desde el vientre de mamá no pude estar junto a ti. Si estás leyendo esta carta es que todo salió bien. Yo siempre quise morir cuando fuese viejita, como nací, junto a ti. Cuídanos, hermanita. Te quiero. Sara". Luna lee la carta. Una, dos veces. Casi no nota cómo le falta la respiración. "¿Por qué tuviste que hacerlo? Yo no lo merecía. He cuidado tu corazón. Lo he mimado, hermanita. Pero quiero reunirme ya contigo", solloza la anciana. Nota un dolor punzante en el pecho. Sabe que ha llegado el final. "Hoy por fin estaremos juntas, Sara", acierta a mascullar antes de desplomarse en el sofá, junto a la carta que tantas veces ha leído y junto al testamento que escribió en compañía de su hermano hace ya 30 años.


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Ahí estuvieron hasta que un vecino llamó al 112 al notar el olor que emanaba de la casa de la anciana. Nadie se extrañó de que hubiera desaparecido durante un mes. Lo achacaron a que se había marchado a pasar unas semanas al pueblo. El infarto había sido rápido, fulminante y silencioso. Las encontró la Policía. A ella. A la carta de su hermana. Y a la suya, la que había redactado como posdata de sus últimas voluntades.

"Hermana querida, espero haber cuidado bien ese corazón que tú me regalaste y que me cambió la vida. Ahora que por fin estoy contigo, dejaré todos mis bienes para los niños del pueblo. Para su educación. Para que ninguno sea como lo fui yo durante 25 años. Para que sean como tú, querida Sara: bondadosos, trabajadores, buenas personas. Te quiero. Luna".


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Este relato es una especie de continuación de la maravillosa canción  'Saraluna' (Melendi), basado en la noticia de una mujer que donó a su muerte todos sus bienes para la educación de su pueblo natal de  Cuenca. El texto es una adaptación, no tiene nada que ver con la realidad.