sábado, 16 de mayo de 2015

Nick

Eras sólo una bolita. Una miniatura que apenas podía abrir los ojos y que de vez en cuando levantaba la cabeza mientras husmeaba con su característico hociquito de zorro. Temblaste todo el camino, recostado en mis piernas mientras cubría con aquel Ford Fiesta rojo el trayecto Petrés-L'Eliana al ritmo de heavy metal.
Fue nuestro primer día de muchos. Durante más de una década has sido uno más de la familia. Sospecho que, con el permiso de Tracy y Dugan, te convertiste en el perro de nuestras vidas. Te marcaste un pulso con la abuela Lorenza por la posesión del sofá. Nos cantaste decenas de 'cumpleaños feliz' a tu manera. Me acompañabas cada verano en la piscina y has sido el único alumno al que he podido enseñar algo de utilidad: salir de ella.
Tuviste carácter. Mucho. Tanto que explotaste tus dotes de escalador para poder escaparte de casa siempre que te apetecía. "Yo no lo tenemos", me comunicó mi madre entre sollozos una tarde en que trataba de salir del avispero en que se había convertido el parking del circuito de Cheste tras un GP de motociclismo. Pero como siempre, volviste. Te ibas en busca de algún revolcón pasajero y aquello te costó la descendencia.
Luego estaban las manías. Que si como a bocaditos pequeños y me separo cada vez que cojo un poco de pienso. Que si no piso ahí porque está mojado. Que bordeo porque no quiero pasar por encima del cable ese. Y muchas otras que no recuerdo... ¡joder con el perrito!
Te lanzabas a la piscina, brincabas para meterte en el coche por la ventana y saltabas por la mañana para compartir las dos últimas horas de sueño conmigo en mi cama... ¡a pesar de tener que superar una altura de más de metro y medio!
La vida transcurre demasiado rápida. A un ritmo vertiginoso, casi sin darnos cuenta entre quehaceres y preocupaciones. Tú has compartido los cambios más importantes en nuestra familia. Nuestras carreras universitarias, mi boda -me alegro tanto de que estés en mi álbum- y la de mi hermana... has sido testigo del adiós de los abuelos, y a tu manera has acompañado a mi madre en una enfermedad a la que seguro va a vencer.
En ese trasiego, casi sin darnos cuenta, te hiciste mayor. Sufriste en silencio una penitencia que no es demasiado justa para los seres humanos, ni te cuento para los animales. Te fuiste apagando, regalándonos las bocanadas de fuerzas que aún te quedaban a base de ladridos y de recibimientos a tientas cuando ya no nos podías ver. El día del adiós fue demasiado doloroso para dedicarle una sola palabra más. Una vez pasado, se ha convertido en un alivio, para ti y para nosotros, que preferimos recordarte como fuiste: saltarín y maniático.
Sólo decirte que fue un placer que fueras testigo de cerca de la mitad de mi vida hasta los 35. Que espero que me quisieras, porque yo te quise. Que si la existencia es un poco justa, y sea como sea el más allá si lo hay, nos volveremos a ver. Y que ha sido muy, muy jodido para mí -y de hecho he tardado semanas en poderlo hacer- escribir esto: hasta siempre, Nick, y gracias por todo, amigo.