sábado, 1 de agosto de 2015

5.99 minutos

El 354. Moisés Rodríguez Plaza. 47:54.814 en recorrer las dos vueltas al Circuit de Cheste. La carrera que debía ser un 8k bajo la luna pero que se convirtió en un desafío entre relámpagos. Media de 5.99... ¡Error! ¿¡ Cómo va a ser 5.59!? ¿Minutos? Esa es de EGB. Sí, EGB, eso que estudiamos los que empezamos a peinar canas, aunque sea en la barba.
Pero 5.99 no es un error. Es mucho más que eso. Es mi pequeña victoria. Los mejores 8 kilómetros de mmi aún corta etapa como runner... sí, eso que antes se llamaba salir a correr pero que ahora le llamamos running. No es que me guste, pero por economía de palabras, por si desgasto saliva o huellas dactilares, me dejaré llevar por el anglicismo.
Mis 5.99 supone bajar de 6 minutos por kilómetro por primera vez en una carrera. Significa que he progresado desde aquella tarde de enero en la que di un salto del sofá y me largué a comprar un chándal. Desde esa conversación con un amigo que me empujó, primero a dar los primeros pasos y luego las primeras zancadas. Significa una mejoría exponencial desde esa fría mañana en la que llevaba una semana saliendo a caminar, decidí arrancarme a trotar y mis pulmones me lo permitieron durante 200 metros.
Este viernes, en el circuito de Cheste me sentí realizado. Pedí a mi cerebro en el kilómetro 5 que dejase de martillearme con que iba a llegar arrastrándome a meta. Mascullé como pude a mi gran compañero y amigo Juan Marcos que prefería que no me cantase referencias kilométricas. Pensé en que Maggie se alegraría una vez más cuando leyese en Facebook que había completado la carrera. Cayé. Me concentré en mi respiración. En seguir avanzando. Y a repetirme que si vosotros pudísteis, yo no tenía por qué detenerme.
Me vino a la cabeza David Casinos, a quien una ceguera no le ha impedido ver que puede disfrutar del deporte y de la vida. En Ricardo Ten, que pese a no teneer brazos me puede dar una paliza jugando al tenis de mesa. En Fran, ese profesor de Educación Física que a veces sacrifica la hora de la comida para salir a entrenar y prepararse para carrerones como la Marathon des Sables. En Salva Marrahí, el ciclista ultrafondo de Albaida que entrena durante la noche y trabaja en una carpintería metálica de día. En Dani Albero, que no parará hasta convertirse en el primer diabético en correr el Dakar. En Teesa Wiese, Juan García Armengol y el resto del grupo de valencianos que se levantaban a entrenar a las 6 para preparar la Titan Desert. Y no podía faltar Raquel López: zancadas de ilusión y el reto del triatlón de Valencia como mejor medicina contra la esclerosis múltiple.
Todos ellos me sirvieron de inspiración. Me ayudaron a concentrarme en subir el ritmo los últimos 800 metros. Hace no mucho tiempo, un compañero de trabajo, me dijo: cuando bajes de 6, empezarás a ser un runner. Ese 5.99 sobre el asfalto del Ricardo Tormo es mi primera gran victoria. Nada comparable con esos deportistas que me han contado su historia en los últimos meses, a los que he podido retratar en las páginas de Las Provincias después de percibir el brillo de la ilusión y la felicidad en sus ojos. Mientras reflexionaba sobre ellos, pasé el arco de meta. "¡Moi!", me llamó Pablo Pernía, director de comunicación del circuito mientras inmortalizaba el momento. 5.99. Aún queda mucho por recorrer. Muchas zancadas por dar. Al menos, eso espero.