domingo, 27 de noviembre de 2011

Fútbol sin barreras

Cuando no estaba emparejado, uno de mis planes preferidos era chutarme una sobre dosis de balompié. Sólo o en compañía de algún amigo igual de futbolero que yo, empezaba con el partido de Segunda para acabar con el de Primera. Por aquel entonces no se estiraba la jornada en busca de la máxima rentabilidad de la gallina de los huevos de oro: Jaume Roures aún estaba posicionando Mediapro en el mercado de la comunicación y apenas podía verse un encuentro de Primera en abierto y otro en Canal +. Pero nosotros aguábamos nuestro síndrome de abstinencia en videojuegos tipo Fifa o ProEvolution. Ahora no hace falta.
Lo constaté, una vez mas, ayer. Decía que cuando no estaba emparejado, solía fabricar tardes de empacho futbolístico. Ahora, si no es por trabajo, en aras de una apacible vida conyugal, suelo abstenerme de esos tardes tan... califíquela cada uno como quiera. Pero por un día, y eso da a la pareja la misma vitalidad que la poda a un árbol, cada uno tuvo sus planes. Y el mío incluyó un menú que empacharía casi a cualquiera: fútbol hasta en la sopa, como diría mi amigo Antonio Badillo.
Todo empezó con el partido del Valencia. Sí, porque puedes ir al cine, disfrutar de una película, pero al mismo tiempo estar pendiente del fútbol. Cosas que tienen los teléfonos de última generación. Disfrutamos de la última de Polanski, pero tuvimos un par de segundos para comentar con monosílabos, arqueos de cejas o codazos los goles de Jonas y Tino Costa.
Por la mañana habíamos urdido el plan. Dijimos de ir al cine por el centro para luego seguir los partidos tapeando en algún bar. Por razones de aparcamiento nos decidimos por Kinépolis. "Podríamos haber visto también el Rayo-Valencia", comenté mientras entrábamos a la sala. "Pues yo lo he pensado, pero como ya habíamos dicho de ver una peli", me respondió Pedro Campos, por cierto, mi compinche en el atracón futbolero. Al final, mereció la pena la dosis de celuloide.
Con un leve comentario sobre la película, nos acomodamos en el Bierwinkel para ver el derbi madrileño con toda incomodidad. Como concepto está bien: terraza de una cervecería con una televisión. Sí, pero precisamente 'terraza' encierra el primer horror en forma de frío, ese que notas pero obvias y que al cabo del rato de ha congelado los huesos para toda la noche... a pesar del café con leche del primer turno de consumiciones. Dentro de lo friki del plan en su global, esta hora y media consumió la parte más anómala y poco recomendable... y eso que vimos el partido, a pesar de las barreras.
Sí, barreras humanas. Porque ese es el segundo error u horror del concepto: la ubicación de la televisión, en la puerta de la cervecería. Entre la pantalla y la terraza hay un caudal de paso que, en un sábado por la tarde y teniendo en cuenta que estábamos en un centro de ocio, lógicamente se convirtió en una riada. Y claro está, durante el partido hubo que aguantar a niños lanzando aviones de papel y persiguiéndose (menos mal que eran bajitos) o a padres interesados en el fútbol y complejo de cristalero. Los buenos señores olvidaban su condición de cuerpos opacos y hacían pantalla delante de la que realmente nos interesaba a los clientes del bar... y lo hacían en el momento oportuno: en el penalti de Courtois o justo cuando Canal + Liga emitía los goles del Valencia en pleno descanso del derbi. La próxima vez, aunque cueste aparcar, me decanto por el bar y el tapeo por el centro.
Tanto es así que, ya encogidos por el frío y hastiados por las interferencias, antes de arrancar la segunda parte habíamos decidido ver el Getafe-Barça en casa de Pedro. Después de lo del Real Madrid-Atlético, hasta se agradecían los ladridos y correteos del hiperactivo Fermín. Porque al final, el plan futbolero incluye ver el partido con relativo confort. Está bien eso de ir a un bar pero, cuando se van incluyendo años, se ensalza hasta los altares el rollo sillón, pizza y cerveza o coca-cola. Sin los diablejos lanzando sus aviones de papel frente al televisor. Sin padres que creen ser transparentes. Fútbol sin barreras. Cómodamente, en casa o en la de algún colega. ¿Me estaré haciendo mayor?