martes, 30 de abril de 2019

Noelia

Noelia no es mi amiga. Noelia no es, ni siquiera, ya una conocida. Lo fue, pero casi en otra vida. En la que es sueño, en aquella en la que tu única preocupación es la de si marcarás un gol en el recreo o si te gustará lo que cocinen en casa para cenar. Noelia tampoco fue un amor platónico ni adolescente. Pero por algo simple y sencillo, el sábado 27 de abril me acordé de Noelia.
Busqué a Noelia en Facebook. No diré aquí ni los apellidos ni el lugar de residencia de Noelia. Porque Noelia no es ni un antiguo amor, ni una amiga, ni siquiera una conocida. Pero ahí estaba Noelia, con una foto de perfil en la que aparecía una niña. No sé si su hija, su sobrina… porque ya sabéis: Noelia… bueno, no lo voy a repetir más.
¿Y qué diablos hizo que me acordase de Noelia? Será cosa de la recién estrenada cuarentena, pero me he vuelto un poco más nostálgico. Y me acordé de nuestros años mozos, los de Noelia y los míos, en que cumplíamos años en días consecutivos: yo el 26 de abril y ella, el 27. En aquella época de la EGB, en que los padres no se gastaban auténticas fortunas en parques de bolas, las celebraciones de cumpleaños se limitaban a una canción y al reparto de una bolsita chucherías antes de salir de clase. Noelia y yo fuimos compañeros hasta el instituto, así que a finales de abril en nuestra aula había dos días seguidos de golosinas gratis para todos.
Lo último que recuerdo de ella fue una sonrisa mirando a los ojos, ya algo más mayores, dándome las gracias por felicitarla un 27 de abril. En el instituto, cuando ya no se repartían caramelos y, en una época sin redes sociales, saberte el cumpleaños de alguien requería amistad o una historia de complicidad como la nuestra. Pero Noelia se marchó. Se bajó de mi tren, o yo del suyo, o simplemente éramos viajeros que nada tenían que ver y coincidimos un rato en el mismo vagón.
Metáforas aparte, me acordé de Noelia en plena reflexión sobre la vida. Ayudó la fiesta que me preparó Maggie, ella sí, mi compañera de viaje. De mi familia, la que más merito tiene porque no ‘le he tocado’ -mi hermana, mis padres, mis cuñados, , mis tíos, mis primos, mis sobrinos, mis suegros…- , sino que me ha elegido. No voy a nombrar uno por uno a quienes vinieron por si olvido a alguien y por si alguien que no estuvo desearía haber estado.
He querido escribir esta entrada para agradecer que no instistiéseis en que hablase. Y para decir lo que tenía pensado, que mejor así porque igual en el momento se me habría quebrado la voz… Sólo deciros que os quiero a todos en mi tren. Que en esa cena había gente que lleva 40 años y otros que han entrado en el vagón hace poco tiempo, pero que me siento afortunado de que cada uno forméis parte de mi vida. Y que sólo espero que sigáis acompañándome en el viaje durante las próximas cuatro décadas. A los que estuvisteis y a los que os habría gustado estar.

jueves, 18 de abril de 2019

El muñeco

Hace muchos años, ya más de 30, yo era sólo un niño. Mis grandes preocupaciones eran que no me gustaban los alimentos del comedor escolar y tener la baratija de moda en el patio del cole. Recuerdo que una época nos dio por las peonzas y que en otra fue un exitazo la mano loca: una especie de gelatina elástica y pegajosa con la que podías atrapar papeles y otros objetos de poco peso. Una guarrada que se llenaba de porquería. 
A mí me encantaba que llegasen los sábados. Mis padres me llevaban a la iglesia, donde desde niño hice buenas migas con Pablo, con quien hoy mantengo aún una gran amistad. También me gustaba ayudar al señor que coordinaba el mantenimiento y otras labores de organización del local. Así, simplificado para los no iniciados y el primer diácono para los que saben de lo que hablo. Al señor Cremades, así le conocíamos todos. Un gran hombre. 
Cuando casi todos se habían ido, incluso mi amigo Pablo, él seguía ordenando y recogiendo cosas. Mientras mis padres ensayaban en el coro, yo iba de un lado a otro con él, charlando y ayudándole en lo que puede un niño de 6 u 8 años. “Eres mi mejor diácono”, me decía con una sonrisa amable, ignorando yo entonces que tenía un puñado de hombres y mujeres a su cargo que ya habían colaborado durante toda la mañana. 
Un día, mientras recogíamos libros, le hablé de uno de mis caprichos de niño: unos playmovil que llevaban un coche de carreras. Se lo había pedido a mis padres que, justos como andaban económicamente, me respondieron que igual si se lo pedía a los Reyes... me lo trajeron, pero quizás esa sea otra historia. 
Mi conversación con el señor Cremades se quedó ahí. O eso pensaba yo. Al sábado siguiente, cuando estaba a punto de irme a casa después de ayudarle, sacó un paquete de la nada: “Mira a ver si esto es lo que querías”. Rasgué el papel y dentro había un muñeco. No era de la marca Playmovil, ni iba con un coche: era una especie de mutante, medio hombre medio dragón, con cara de malo y una espada. Aún debe rondar en alguna caja de juguetes en casa de mis padres. “Si, era esto. Muchas gracias, señor Cremades”, le respondí, en una mentira piadosa con el único objetivo de no despreciar el regalo. “Bueno, me alegro... pero a mí no me gustan ese tipo de juguetes”, me contestó. 
El señor Cremades era un hombre bueno. Cristiano, fiel a sus creencias, pacifista, bondadoso, trabajador... llevaba una nutrición equilibrada y no había consumido una gota de alcohol en su vida. Pero falleció de cáncer de hígado. Recuerdo el día en que me lo dijo mi madre. Fue la primera vez en la vida en la que fui consciente de que existe la muerte y que me causó tristeza. 
Por eso odio y temo tanto al cáncer. Porque es un puto traicionero, que no avisa y que se lleva a personas que no lo merecen, como el señor Cremades. El otro día, reflexionando sobre ello, encontré en mi niñez ese asco tan grande que siento por esa enfermedad. Y como dicen los amigos de Correliana como slogan para promocionar su carrera, “el cáncer es cosa de todos”.
Sé que si existe un paraíso, ahora o en el futuro, el señor Cremades estará ahí. Pero creo firmemente que el ser humano debe investigar sin descanso para lograr que esa lacra no se lleve antes de tiempo a más personas buenas. Por eso vinculé el Reto Vías Verdes, mi sencillo desafío personal de running con la recaudación a favor de esa cruzada. ¿Me ayudas? Puedes donar en este enlace: http://www.miretocontraelcancer.aecc.es/reto/reto-vias-verdes