miércoles, 30 de diciembre de 2009

Mileurista del balón y el rock


Publicado en Las Provincias (28/12/09)
Desde hoy, "Con vistas al Mandor", mi blog personal, recogerá también los artículos profesionales de los que me sienta satisfecho. El primero que voy a colgar es "La Cara B del Fútbol" que publicamos el pasado lunes sobre Carlos Sanchis, un jugador del Paterna que además tiene un grupo de rock.
Hacer ese reportaje fue todo un placer. La entrevista que mantuvimos durante casi una hora perfectamente pudo parecer una conversación de bar, con cafelito o cañita, entre dos amigos. Me sentí muy identificado con Carlos: gustos musicales y futbolísticos, las ganas de hacer algo importante en la vida, y los constrastes de miedo y felicidad que ofrece el amor.
Sé que Carlos preferiría que no hubiese escrito algunos párrafos del reportaje, que ciertos detalles hubiesen permanecido en el anonimato, pero considero que son necesarios para construir su retrato escrito.
Como compensación, desde aquí os recomiendo la web del grupo del que Carlos es vocalista (http://www.llegandoanormandia.com/), para que le sigáis. Tuve la suerte de que me interpretase en exclusiva parte de una canción y suenan muy bien. Si tienen fortuna, seguro que van a triunfar.

El hombre del año

Hay pequeñas localidades del mundo que pasan a la historia sin pretenderlo, por pura casualidad. Hace poco menos de 40 años, Sampedor vivía otra Navidad, otro final de año ajena a que iba a pasar algo inusual. Poco después nacería Josep Guardiola. Un vecino más, otro catalán, un niño sin tarjeta de visita ni pedrigrí.
No voy a contaros la historia de Pep. Se han escrito en los últimos meses muchos reportajes sobre él. Para eso es el hombre de 2009... no sólo para este blog. Creo que la opinión debe ser unánime y por varias razones.
La primera es que los personajes más relevantes no han traído la paz al mundo (por mucho que les den un nobel), ni nos han sacado definitivamente de la crisis, ni han encontrado el remedio contra el SIDA. Ni siquiera han logrado que cientos de miles de personas fenezcan o malvivan por la escasez de alimentos y agua que se desperdician en occidente.
Descartados los hombres y mujeres importantes, busco mi personaje del año en el arte, la literatura, el cine... hay gente que ha hecho cosas sorprendentes, pero no llega al nivel de Pep. Guardiola ha ganado seis títulos. De eso también se ha escrito muchísimo. Nadie lo había logrado. Pero tampoco se merece el premio por eso.
Calló muchas bocas de quienes recelaron de su nombramiento, allá por junio de 2008, y empezaron a criticarle tras la derrota en Soria y el empate frente al Racing. Pero ha estacado por callar otras voces contaminantes. Segó sin piedad sucesivamente a Deco, Ronaldinho y Eto'o, hombres con peso en el vestuario del Barça, que lo habían dado todo por el club y queridos por la afición. Si se equivocaba estaba sentenciado, y no le tembló el pulso.
Reconstruyó el vestuario. Xavi y Puyol brillan a su mejor nivel cuando ya habían marchitado, ha destapado a Piqué como mejor central del mundo y ha descubierto perlas de la cantera como Sergio Busquets, Jefrén y Don Pedro. Ha sabido heredar al hijo descarriado de Rijkaard (hay que reconocerle el mérito al holandés que pecó de blando), lo ha llevado al psicólogo y ha pasado de bala perdida a cirujano de fama mundial.
Pero tampoco esto es lo que le da este premio. El galardón se lo lleva un tipo llano y normal. Con sus aficiones y sus manías, Pep Guardiola, al que ya sólo le queda ganar con una selección tras un año y medio en la élite de los banquillos, se resiste al circo mediático. Tímido o altivo, se resiste a salirse del guión. Celoso de su vida privada y distante con los medios de comunicación que le exaltan. Sus amigos, principal fuente para los compañeros que han escrito sobre el míster del Barça, dicen que es un buen tipo.
El único error es ese: los amantes del fútbol y hasta los que no lo son estamos deseando leer una entrevista a Guardiola. Realizada por alguien de peso, ni madridista ni culé, bien preparada, en la que Pep hable de todo un poco sin hacerlo con la barrera que siempre supone la mesa de la sala de prensa. No parece que eso vaya a ocurrir, la menos por ahora. Y como eso es sólo un pequeño error sin más de todo un triunfador, concedo al chico de Sampedor el título honorífico y sin valor ni prestigio alguno de Hombre del Año 2009 de Con Vistas al Mandor. Se lo merece.

viernes, 25 de diciembre de 2009

Espíritu navideño

Esta semana volvía a casa sobre las 2 de la madrugada. Con los programas deportivos acabados y el lector de CD de baja laboral crónica, escuchaba el 'Hablar por Hablar' de la Ser, uno de esos espacios donde la gente llama para contar lo que le da la gana. Unos te hacen llorar y otros reír, así que dependa de quién intervenga, a veces me decanto por escuchar la radiofórmula menos vomitiva o conducir en silencio. El oyente en cuestión era un angustias, pero me hizo reflexionar.
"Si puedo, trabajo en Nochebuena. Yo mismo pido que me pongan en ese turno". El hombre se declaraba ateo confeso: "¿Por qué tengo que celebrar el nacimiento de un señor en el que yo no creo?" Discusiones teológicas aparte, el oyente, cuya opinión es muy respetable, evidenció estar de un amargado preocupante: "¿Por qué me tengo que reunir con mi familia cuando me digan? Estamos unidos, pero cenamos cuando nos da la gana".
Yo no me declaro un defensor a ultranza de la Navidad. Me parece una fiesta pero de El Corte Inglés y el resto de las grandes superficies. Compramos cosas costosas que no son imprescindibles con el legítimo objetivo de impresionar a los nuestros en la apertura de regalos de Nochebuena, adquirimos comida para alimentar a un poblado de África y gastamos ingentes cantidades de dinero en lotería por si acaso.
Por dos semanas no hay crisis, porque luego viene Nochevieja y Reyes. Me toca lo que ya sabéis que el mundo globalizado me haya manipulado y me haya hecho entrar en el circo del consumismo compulsivo... pero me gusta.
Disfruto con el café de Nochebuena con mi novia y mis amigos. Me encanta acertar con el regalo de cada uno de mis familiares cueste lo que cueste... Pero sobre todo, lo mejor de todo, es que una noche, cuando se acaba de comprar, puedo cenar con mi gente sin estrés y sin mirar el reloj. Por todo ello, defiendo que Navidad debería ser por lo menos una vez al mes.
Eso sí, sin Papa Noel y el resto de pijadas que nos han impuesto los yankies. Por el momento nos conformamos con que sea una vez al año. Si al próximo no puedo o no os podéis gastar tanto en regalos, por lo menos, pido a Dios que estéis ahí como en esta Navidad. Ya sería de lujo que los niños de San Ildefonso cantasen como primer premio el número de la lotería del periódico.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Las especies de las cenas navideñas de empresa

NOTA ACLARATORIA: Cualquier parecido de este post con una situación de la vida real es coincidencia. El texto está redactado a partir de reportajes televisivos y radiofónicos y en ningún momento se pretende aludir a ninguna persona cercana. Se han tratado de eliminar frases que pudiesen resultar hirientes a alguien, pues esa no es la intención del autor


El agua rebota en la ducha hasta que una mano se interpone en su trayectoria. Está desnudo, el calentador aún no ha completado su tarea y hace un frío que pela. Tras un minuto que parece eterno, entra en la gloria. El calor le inunda y sólo hay unos instantes en el que el paraíso se disipa: cuando cierra el grifo para enjabonarse.
Después de la ducha elige unos gallumbos de marca, se fija que en que los calcetines no tengan una patata en el talón y se ajusta con cuidado los pantalones y la camisa nuevos. Mira con minuciosidad el espejo hasta que la barba de un día queda perfectamente igualada y está correctamente peinado, se pone los zapatos y el abrigo antes de salir a la calle. Esta noche va a triunfar. Va a por la compañera del ordenador de enfrente, la de las miraditas morbosas pero con la que no ha llegado a tomar ni un café de tarde. Y si el plan falla, alguna caerá. Para eso son las cenas de empresa de Navidad.
El ya descrito es el buitre, el águila, el león o tigresa... o cualquier otro depredador. De género masculino o femenino, y por mucho que lo niegue cuando aún no ha empezado a correr la cerveza y el vino, va a la cena de Navidad a pillar. Quiere reírse hasta cierta hora, pero la intención es acabar la noche o recibir el día inmerso en un tórrido revolcón casual de en tu casa o en la mía... o un hotel si hay anillo de por medio.
Esta es sólo una de las especies de las cenas navideñas. ada uno las afronta y las gestiona a su forma. Estos eventos derriten la coraza. El alcohol y la fiesta hacen mella. No existe el ridículo. Pero en medio del desfase, siempre te llevas alguna sorpresa, para bien o para mal. A mí me pasó este año y el imprevisto me sirvió para conocer un poco mejor a alguien a quien, conforme pasan los días, estoy más agradecido.
En un momento de la madrugada tuve mi crisis. Me encontré fatal sin entrar en más detalles. En aquellos instantes en que quería estar sólo, un compañero que podría haber sido director de El Caso se empecinó en quedarse a mi lado. Paseó conmigo, me ayudó y estuvo gran parte de la noche interesándose por mi estado.
Desde este 21 de diciembre, veo a este compañero con otros ojos. Ya le tenía gran cariño, pero su pequeño detalle es el que le delata como un gran tipo. Tengo que decir que muchos otros me preguntaron por cómo me encontraba. Entre ellos mi jefe, el que me cedió reino de los pueblos hace algunos años.
Este post era bien diferente. Sin querer, podía herir sensibilidades y él me llamó ayer para avisarme. Entre Rickys y Bombas, también nos metemos con él por su susceptibilidad. Pongamos sea así, pero ese instinto le empujó a llamarme por teléfono y sus palabras me hicieron reflexionar. También le doy las gracias.
Esta reflexión empezó el viernes pasado. Cuando estamos en la ducha, antes de acudir al restaurante, no lo pensamos. Pero lamentablemente hay quienes por alcohol o por lujuria convierten en una pesadilla familiar unas fiestas diseñadas para soñar y disfrutar con sus más allegados. Por eso, quiero darte la enhorabuena si tras la cena de empresa has vuelto a casa con los tuyos... aunque hayas tenido que pagar los excesos con un resacón de tomo y lomo. Y yo doy gracias a los amigos que me apoyan en Navidad... pero también durante todo el año.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Metamorfosis en un buffet


Desayuno: café con leche, dos tostadas (una con mermelada y mantequilla y otra con tortilla francesa), dos donuts, una mini napolitana de crema y dos mandarinas. Comida: canelones, pasta con salsa de tomate, sopa de puerros, ensalada, pastel de coco, mandarinas y helado. Cena: similar al almuerzo, pero paso de detallarlo porque sólo de recordarlo ya se me sale por las orejas.
Esta ha sido mi rutina, mi malsano hábito alimentario durante dos días. Menos mal que sólo se ha prolongado durante nuestra última escapada a Calpe. Antes de hablaros del viaje, lanzo una pregunta: ¿Por qué sufrimos una extraña metamorfosis al entrar en un buffet?
Mi almuerzo rutinario sería un café con leche, algo de fruta y dos tostadas con aceite y sal. Para comer, ensalada y un plato... Nada comparable con mi menú made in Costa Blanca. Ya de regreso, una amiga a la que trasladé mi preocupación me ofreció la clave: "Nos volvemos locos cuando algo es gratis".
Creo que eso es. Por ejemplo, ¿quién no ha tenido en un rincón durante meses la horrible taza o las inútiles chanclas que regalaban por un menú en el Bocatta? ¿Quién no ha comprado el número 1 de una colección por fascículos que sabe que no va a completar justificándolo con un "total por un euro"?
Tendemos a almacenar regalos absurdos y a reaccionar con ansia ante las supuestas gangas, como si se las quitasen de las manos. Y en el buffet pasa eso. Es inevitable. Ya sea en el hotel, o si se va a uno de estos de comida china a ocho euros. Los asiáticos, que por mucho que sonrían haciéndose el gilipollas son más listos que el hambre y saben cómo nos las gastamos los españolitos, sólo sacan las bandejas de arroz del bueno y el pollo a las 15.50, cuando estás lleno de comer las sobras del día anterior y se garantizan que esas viandas van a llegar a la noche.
Pero para entonces, ya te has comido con ansia los alimentos mustios y recalentados y ya vas por el cuarto helado, que por la textura adivinas que se ha descongelado siete veces después de que los hayan comprado por palés en un almacén que los tenía a punto de caducar.
Y en esos buffets, donde los cocineros juegan una eterna partida de ajedrez con los comensales gorrones, solemos atiborrarnos, aunque pensamos que podemos elegir, de las viandas que eligen desde la trastienda, las que por una razón u otra quieren dar salida inmediata.
Desde el chino hasta el cocinero del hotel, pasando por las tiendas de barrio, el supermercado hasta el alto ejecutivo de una multinacional se saben el truco del almendruco: los consumidores, ante el reclamo de gratis, todo incluido o ganga, picamos como viles besugos.
Para no deprimirme en esta noche de insomnio, y como terapia de choque para la vuelta a la realidad, antes de dormir recordaré, buffet aparte, esa escapadita a Calpe.
Como cualquier pueblo de la Marina Alta, la localidad del peñón, como se le conoce, es un enclave más que recomendable. Y es que una visita obligada es la del parque natural del Peñón de Ifach. Ya sea la laboriosa subida al peñasco o bordearlo por el paseo Príncipe Felipe, la excursión lleva incluido el idílico y eterno graznido de las gaviotas.
El puerto pesquero, pasear por las playas, las tiendas de souvenirs o los restaurantes donde degustar una paella, pescado o una mariscada (a quien le gusten los productos del mar) son razones suficientes para visitar Calpe.
Nosotros estuvimos en el hotel Sol Ifach: habitación limpia y nueva, buen servicio (aunque la llave se descodificó los dos días), aparcamiento asegurado y pensión completa por un precio razonable. Si vais, yo pediría una habitación alta, en el piso 12 como mínimo.
En el caso de que esté orientada de espaldas al mar, veréis las salinas de Calpe, con sus flamencos y otras aves que anidan en los humedales. En el caso de que el balcón se asome al mar, tendréis la sensación de tocar el Peñón de Ifach.
Entre los pocos detalles que me faltaron para que el viaje fuese perfecto, está el de ver un amanecer con esta última estampa como telón de fondo. Con el paso de las horas, envidio ese insomnio que permitió a Maggie inmortalizar ese inicio de un nuevo día en el cielo de Calpe.

lunes, 23 de noviembre de 2009

'Celda 211' al detalle

Este post va dedicado a la mejor película española del año, pretende ser una breve manera de saborearla. Más que una crítica, es un homenaje paso a paso, letra a letra.

C. Calzones. El casi debutante Alberto Ammann borda su papel como Juan, un personaje que ofrece dos caras bien distintas a lo largo de la historia. El carcelero novato se transforma conforme transcurre la historia y resulta creíble durante toda la película. Sólo Luis Tosar es capaz de eclipsar a un actor que ha demostrado tener muchos recursos.

E. Etura, Marta. La chica de la película. Es probablemente el personaje más flojo de la historia, aunque desencadena su giro argumental. La actriz no brilla, más que nada porque otros compañeros de reparto (entre ellos su novio en la vida real) bordan su papel. Pese a todo, está correcta, mucho mejor que otras actrices yankies en personajes más lucidores.

L. Luis Tosar. Sencillamente magnífico. Si ya nos había demostrado cómo se las gasta cuando hace de villano en películas como 'La vida que te espera' o, sobre todo, 'Te doy mis ojos', su interpretación del recluso Malamadre es sencillamente fantástica. Luis Tosar va a arrasar en los premios. Creo que el Goya a mejor actor ya tiene nombre y pienso que los galardones deberían llegar desde más allá de las fronteras peninsulares.

D. Daniel Monzón. El director ha logrado lo que quería: un buen thriller sin violencia injustificada y con una muy buena historia. Invita a plantearse cómo son tratados los reclusos y juega a preguntarse cómo actuaría el gobierno ante una situación que no es para nada imposible. Después de lograr el aplauso de los críticos por 'La caja Kovac' (2006), Monzón se consagra con su cuarta película (antes dirigió 'El corazón del guerrero' (2000) y 'El robo más grande jamás contado' (2002)).

A. Antonio Resines. El veterano actor ha logrado despojarse del traje de Diego. Ha sido hábil al aceptar un papel totalmente antagónico al del protagonista de 'Los Serrano' que parecía haberle encasillado de por vida. De todas formas, el poli malo a la española está muy visto y es uno de los personajes más facilones de la película.

2. Las horas aproximadas de metraje (111 minutos) de una película fantástica en la que casi todo es creíble. Quizás el momento en que Resines se quita la máscara en plena actuación policial para mirar a la cámara del móvil, o lo fácil que lo tiene Juan para camelarse a Malamadre son los únicos peros de un guión perfecto.

11. El mes, noviembre. Hasta para eso ha tenido suerte 'Celda 211', estrenada en un momento en el que triunfaban dos blockbusters para adolescentes ('Luna Nueva' y '2012') y poco más. La cinta de Daniel Monzón es la elección más segura para el público más maduro, los espectadores que acuden a las salas en busca de algo más que efectos especiales y caras bonitas. Y además, la historia tiene ritmo suficiente para gustar a los chavales que ya han visto las superproducciones y quieren entrar a una de acción.

Por todo lo expuesto y mucho más, 'Celda 211' está triunfando en taquilla y es una película totalmente recomendable. La primera secuencia, en la que se ofrecen todo tipo de detalles es para no mirar (un hombre se suicida en la cárcel cortándose las venas). El resto, para no perderse un detalle. Disfrutadla.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Estafado en el cine (The box)

Quedamos con unos amigos con los que hacía días que no pasábamos un rato. Cena acompañada de buenas risas y cine. Un plan perfecto... hasta que elegimos la película. Me tomo este post, por aquello de la urgencia y de las horas, como un servicio a mis amigos seguidores, regulares u ocasionales, que planeen ir al cine durante el fin de semana.
Si no tenéis entradas de 'Luna nueva' o pasais de 'Celda 211' (crítica en preparación), id a tomaros una cerveza, o a ver el partido de la Sexta o elegid otra peli... pero por lo que más querais, no compreis entradas para 'The box'.
Durante mis muchos años de afición al cine he visto cintas buenas y malas. Como todos, este arte es subjetivo. Algunas películas son la releche y punto. Otras están abiertas a opiniones y existen muchas que son de una calidad ínfima pero entretienen.
'The box' no encaja en ningún grupo. Con deciros que una pareja que ha sobado hasta bien entrados los créditos es la que más ha rentabilizado su dinero, creo que ya os defino la película.
No tiene ni pies ni cabeza. El guión carece de sentido. Es larga. Los efectos están mal hechos. Y definitivamente, Cameron Díaz no es sino una actriz de las de lucir palmito en las comedias de verano.
"La paranoia y yo formamos una pareja indisoluble", señala Richard Kelly, director de la película en Fotogramas. No hace falta que lo jure. Lo único entendible es que cuando aprietas un botoncito, muere alguien. La película empieza y acaba ahí. Todo lo demás carece de nexo, explicación y calidad.
A mi que me gusta el cine y admiro a quien hace una buena película, y me gustaría ser capaz de escribir un gran guión, me parece que 'The box' es una burla a este arte, y una falta de respeto a todo el que se gasta seis euros en una entrada en lugar de engrosar las estadísticas de las descargas ilegales.
Esto es un aviso. Cada uno es libre. Si queréis, la peli está en cartelera. Este post es una opinión. Sólo os digo que en la sala había gente dormida, otros indignados, algunos que reían resignados y burlándose del film... la opinión era bastante generalizada. Allá vosotros, pero aunque me cueste decirlo, supongo que el bodrio navideño del cargante Jim Carrey será bastante mejor.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Un cartelito en el ascensor


El otro día subí en un ascensor. Una tarea mecánica, a veces incluso incómoda. Son apenas 30 segundos de actividad de alto riesgo. Te puedes encontrar con alguien que no conoces de nada, con la que cruzas un frío "buenas tardes" y el deseo irreprimible de acabar ipso facto ese viaje a un palmo de distancia con alguien con quien mantienes una complicidad cero. La cosa puede complicarse si ese vecino parece no haberse leído el extenso manual de instrucciones del jabón. También resulta más incómodo cuando el compañero se convierte en compañeros de viaje: odio a la típica parejita que entra en el estrecho habitáculo en plena marejada y te hace partícipe de su discusión.
Abro la puerta. Respiro aliviado. No viene nadie. ¿Seré un insociable? Cierro la puerta y cuando pulso a mi destino, mis ojos me invitan a descojonarme y mi olfato despierta un irreprimible instinto asesino. Si la parejita enfadada me resulta molesta, el capullo que no puede esperar a hacerse el pitillo en la calle o en su puñetera casa me parece un enorme grano en la rabadilla. Ese era el caso.
Algún vecino, en un alarde de empatía infinita, había subido o bajado en el ascensor fumando, sin pensar en que toca las pelotas a los no fumadores y molesta a los usuarios que padecen de rinitis o asma alérgicos o están pasando un resfriado.
Mientras le deseaba el fuego eterno, más que nada para que ese insolidario fume bien a gustito y todo lo que quiera en el mismísimo averno, leí un cartelito que había colocado otro vecino con el que me siento totalmente identificado: "Por favor, no sean cerdos y absténganse de fumar en el ascensor. ¿Les gustaría que yo tirase una caja de bombas fétidas?"
Con una mezcla de indignación y diversión llegué a mi destino. Una hora después, cuando volví a usar el montacargas, el cartelito no estaba. Me imagino a otro vecino, sosteniendo su fétido cigarrillo con los labios, arrancando el papel mientras murmuraba alguna blasfemia dedicada al "maleducado" que hubiese colocado la leyenda. Espero por lo menos que la chimenea portátil estuviese recién encendida y se le cayese al suelo mientras profería un insulto.
Esta pequeña experiencia me resulta divertida, pero al mismo tiempo me preocupa. Soy un poco sectario con los fumadores, pero reconozco sus derechos en algunos lugares: un pub, un bar, la casa y el coche del propio consumidor de cigarrillos, la calle...
Sin embargo, estoy un poco cansado de su indignación. De ese papel de víctima que asumen porque el mundo no es solidario con ellos, como si tuvieran la lepra o la peste... no, pero sí que atufan. No voy a adoctrinar a nadie profetizándole cáncer de pulmón si sigue fumando.
Contando esta historia sólo pido respeto. No quiero que ningún fumador intente entrar en mi coche con el pitillo en la mano. Os pido por favor que seais solidarios. Igual que no os gustaría que alguien realizara una flatulencia en el viaje del ascensor, vuestro pitillo despide un humo concentrado que impregna ese reducido ambiente.
Con este post persigo el mismo fin que el autor del cartelito en el ascensor: que los cigarrillos que tanto disfrutan los fumadores, molestan al resto. Igual, como ese papel, esta reflexión despierta el rechazo de alguien. En este caso, no podrá arrancarlo.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Te echo de menos en mi nuevo camino

Hace una semana que empecé a caminar. Durante muchos años, creo que seis, anduvimos juntos. La vida y los jefes (sobre todo en el último curso) intentaron separarnos, pero les fue imposible. Ahora, por lo menos en en ámbito laboral, lo han logrado.
Ahora que hemos llegado al cruce sin retorno, en el que había que ir a derecha o izquierda, nuestro rumbo, aunque discurra en paralelo, ya se ha separado. Conservo tu sms, aquel en que me decías que te alegrabas, que necesitaba el cambio y que se te haría raro. A mi también me resulta extraño ver que vienes a saludar y que en todo el día no me has mandado una doble, ni me has orientado en un titular, ni te has levantado de repente sentenciando: "Voy a orinar".
Hoy estoy en el principio, donde siempre soñé. Cuando elegí esta profesión lo hice después de escuchar durante horas 'Carrusel Deportivo' y de leer páginas y páginas de cualquier diario deportivo, aunque fuese madridista. Dicen que la cabra tira al monte, y después de muchos años, ha sido el monte el que ha engullido a la cabra.
Tú me ayudaste a amar los pueblos, a disfrutar con cada reportaje sobre lo curioso, a tener mala gaita cuando cubriese un pleno o valorase la noticia encerrada en una nota de prensa... tú conseguiste que creyese en la información cotidiana pero peculiar a los ojos de los que viven encerrados en la vorágine de las grandes ciudades.
Creamos un castillo de arena, en el que nos sentíamos protegidos cuando algún jefe venía a tocar los cojones simplemente porque sí. Esa fortaleza se ha ido desmoronando hasta quedar prácticamente engullida por las olas del mundo globalizado, de la información importante, la que interesa, la que ocurre fuera de los pequeños pueblecitos.
Mientras tanto, te he visto pasarlo mal. Recuerdo el día que tenías toda la cabeza roja. Algo pasaba. Hacía meses, una puta enfermedad había logrado borrar tu eterna sonrisa, tu perenne buen rollo. Pero sólo con verte adiviné que estabas verdaderamente jodido. Confieso que tardé en comprenderte, tú te diste cuenta... Ahora también te doy las gracias por el último año.
Sabes de sobra que lo he pasado mal. Como a todos, la marejada económica, me ha puesto al borde de un ataque de nervios. También sabes que mi cabeza funciona más deprisa que yo mismo, y que me empeciné en defender a ultranza mi torre de la fortaleza de arena, sin pensar que el castillo ya había caído.
También te tengo que dar las gracias por ese apoyo, por aquella conversación con un café de por medio. Ahora todo ha cambiado. Me quedan los recuerdos de una etapa dorada, la satisfacción de haber conocido un periodismo diferente al del artificial mundo del deporte de élite y, sobre todo, tu amistad.
Para mi, no has sido sólo un jefe que pasaba el rodillo. Me ha gustado charrar contigo de la saga Saw y de Hostel, compartir alguna que otra Paulaner, soltar guarrerías y descojonarnos de chorradas. Aunque todo eso ya nadie nos lo puede quitar y seguro que vamos a compartir todavía muchos cafés, lamentablemente todo tiene un final.
Había que saltar de ese tren en marcha antes de que descarrilase al final de la vía cortada. No había solución. Llegamos a una encrucijada y cada uno tuvo que saltar a un expreso diferente. Buen viaje, amigo.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Ninguna mujer será menos (ni más) que yo

Ignoro lo bien o mal recibido que será este post. Me da igual. Allá por julio, cuando emprendí este proyecto, ya comenté que tenía algo de terapéutico, que me sirve para soltar lo que llevo dentro. Expresarme abiertamente. Y no podía quedarme tranquilo sin comentar lo que me toca, digamos, la moral, la última campaña contra la violencia de género.
Sí, de género porque no doméstica. Del género femenino, de las mujeres. Javier Cámara, Diego Forlán, Dani Martín o Tristán Ulloa repiten una frase de lo más loable y que yo podría abanderar: "De todas las mujeres que haya en mi vida, ninguna será menos que yo". Ojalá sea cierto, para los rostros conocidos y para todos los tíos.
El primer día que vi el spot, me estaba gustando. Chenoa, Angie Cepeda y otras mujeres también colaboran en el anuncio. Al principio no me di cuenta, pero después percibí la ironía de la campaña. Ellas repiten la misma frase que ellos, pero con una ligera modificación: "De todos los hombres que haya en mi vida, ninguno será MÁS que yo".
Espero que no me consideréis machista por decirlo pero... ¡Tócate los huevos! Creía que estábamos intentando acabar con una lacra, no darle la vuelta a la tortilla. Al menos esa es la impresión que a mi me da con todo esto. Yo no puedo ser más que mi novia, mi madre, mi hermana o mi compañera de trabajo... pero en el caso de ella no está tan claro.
Quizás todo sea un asunto de semántica... pero en el spot, mientras Javier Cámara se compromete a no ser más que ninguna mujer, Chenoa afirma que no permitirá a ningún hombre ser más que ella. La triunfita, pensará algún malintencionado, no descarta chafar y sacarle el hígado a un hombre, porque ella sólo se compromete a impedir que alguno se imponga a ella.
Quiero entender el fondo noble de esta campaña. Estoy de acuerdo con la igualdad de trato y oportunidades entre las personas de diferente sexo y nacionalidad. Pero como hombre, me molesta bastante esa etiqueta de víctimas potenciales que se ha colocado a todas las mujeres y de posibles diablos que nos han impuesto a nosotros.
Un amigo y su ex acabaron como el rosario de la aurora. Su turbulento final sigue en manos de los jueces. Ambos hicieron cosas mal, con una diferencia: él ha pasado noches en el calabozo y ella no. Él ha sido condenado a X meses de prisión que no ha cumplido por no tener antecedentes penales y a ella sólo le han impuesto faltas.
Lo que no puede ser es que ante una denuncia por malos tratos no exista la presunción de inocencia, que la custodia de los hijos ante una separación se conceda por defecto a la mujer y que el Gobierno subvencione a las empresas por contratar a una señorita que tenga el mismo currículum que yo.
Cuando era niño, mi madre, mis maestras (las buenas) y otras mujeres me enseñaron que todos somos iguales, independientemente de nuestro género. Estoy de acuerdo con que hay muchos indeseables que maltratan e incluso asesinan a sus compañeras. Las estadísticas están ahí, pero la sociedad, y en ella estáis vosotras, debe ser lo bastante madura para castigar a los culpables y no meternos a todos en el mismo saco. A veces me da la impresión de que se quieren compensar los siglos en que el machismo se ha impuesto en la humanidad.
Igual es todo una sensación, pero no me gustaría pagar la deuda de mis antepasados. Algo así como que no me parece nada bien que alguien me culpe por las barbaridades cometidas hace quinientos años por los colonizadores en Latinoamérica. La sociedad debe avanzar, y yo proclamo con todas mis fuerzas: "De todas las mujeres que haya en mi vida, ninguna será menos que yo". Me gustaría que vosotras dijeseis la misma frase con una solo palabra diferente: hombre. Eso sí que es igualdad.

lunes, 2 de noviembre de 2009

La mochila

Recuerdo aquel día vagamente. Venía del instituto, creo que todavía cursaba Primero de BUP. Había salido tardísimo de clase y cogí el autobús Valencia-Silla, el que paraba (no se si sigue haciéndolo) en la parada del metro de Gaspar Aguilar con Agustina de Aragón.
Iba encorvado caminando por la acera. Me costaba aguantar el peso de la mochila. Quería llegar ya a la tienda de mis padres, derrumbarme en el sillón negro y comer. Una mujer me dice algo. Ríe. A lo lejos, veo a mi madre gesticular, levantando los dos brazos y agitándolos mientras abre mucho los ojos y grita algo.
La observo con curiosidad y giro mi cabeza a la izquierda. La mujer que me había dicho algo también la mira y entonces su risa ya es desternillante. Vuelve a dirigirse a mi: "Que dice tu madre que te pongas la mochila bien".
Durante días, ese episodio me causó vergüenza. Lo he recordado varios años, y no sé la razón, pero lo había olvidado hasta esta misma mañana, cuando subía las escaleras del periódico con la mochila colgada a un solo hombro.
Hoy, con 30 años a mis espaldas, parece que los bártulos pesen menos. Error. Primero, que aquella mochila iba cargada como un diablo, con varias libretas y algún libro. Segundo, aunque poca, ahora tengo más fuerza que cuando era un chavalín de 14 años.
¿Por qué cuento esto hoy? Porque mientras subía las escaleras, me ha dado un ataque de risa. Lo he disfrutado más que aquella clienta que se despelotó a mi costa antes de ir a su casa a comer. "¿Por qué sería yo tan gilipollas de llevar la mochila en un hombro, cuando tenía dos asas y podía repartir el peso?", me preguntaba yo esta mañana.
La respuesta es simple: en el instituto, los más guays llevaban el hatillo colgado a un hombro. Si lo llevabas en los dos, eras el empollón, el tonto de la clase o las dos cosas al mismo tiempo. Y eso era irremediable. o te lo decía algún enterado o te lo repetías tú mismo.
Quince años después, si alguien me dice lo guay que soy por como llevo la mochila, me parto la caja a su costa, como la clienta. Lo que yo quería en esta madrugada de insomnio era reflexionar sobre qué es la madurez. No lo sé, pero sí creo que este es uno de los marcadores que pueden evaluarla.
Ahora no llevo unos pantalones determinados, o la mochila de una forma, o una camiseta, o el pelo de aquella manera... pensando en qué dirán mis compañeros. Me pongo lo que quiero. Me hago mayor (¿viejo?) y el qué dirán empieza a sudármela cada vez más.
Lo de la mochila lo tengo superado, pero he de reconocer que siempre encuentro la horma de mi zapato. Es decir, que hay algo que tarde o temprano hago para que tal colega no se mosquee, o porque a mi familia no le gusta o porque es lo que todos esperan de mi. ¿Será porque no he madurado? Me temo que no lo haré jamás.

jueves, 29 de octubre de 2009

Está "visto" que no se enteran de nada

Esto es pataleo. Lo reconozco en la primera línea para que luego no os quejéis. Estoy totalmente indignado. Se acerca Halloween, pasará la noche más terrorífica del año, y yo seguiré sin mi metadona, sin mi ración anual de 'Saw'. Suerte que mis ansias otoñales de ciencia ficción sádica se ven en parte cubiertas con 'Perdidos'.
Me parece absolutamente marciana la polémica suscitada con 'Saw VI'. No voy a decir que la saga sea un clásico de Disney. Jigsaw no podría trabajar en Cáritas ni erigirse en heredero de la obra humanitaria de Vicente Ferrer.
Esta serie de películas tiene sus detractores. Los del cine clásico teatral, en blanco y negro, y mudo de una fecha a atrás. Los asiduos a la Filmoteca y al cine austrohúngaro subtitulado. Los críticos que saben mazo del celuloide y lo demuestran con textos cargados de frases que suenan a literato pero que no se entienden. Las nenitas que lloran con cada bodrio romanticón pese a saber que al final la parejita va a quedarse feliz y comiendo perdices.
Yo no voy a pedir ningún Oscar para Saw. Sólo digo que me gusta. Hay películas de discutible calidad pero que te hacen disfrutar. De esta saga, defiendo al guionista, sádico y macabro pero unos auténtico genio. Reconozco que cada cinta da una vuelta de tuerca en la violencia.
Pero es que parece que la primera de la saga sea 'Blancanieves y los Siete Enanitos' y 'Saw 6' forme parte de la sección sadomaso de un sex shop. Al menos eso ha venido a decir el Ministerio de Cultura al calificarla como X.
Lógicamente no voy a defender los valores morales de Saw. La película no es nada recomendable para chavales y para alguna mente peligrosa. Habría que discutir el bien o mal que producen a la sociedad este tipo de obras. En mi caso, no me imagino decapitando a mis compañeros del periódico (aunque alguien alguna vez se lo haya merecido) por el simple hecho de haber visto Saw.
Lo que me sorprende es que el Ministerio de Cultura (Gobierno de España) haya tenido que ver seis películas para darse cuenta que la saga exhibe una violencia extrema, que es lo que ha llevado a calificar como X 'Saw VI'.
Mi lectura de todo esto: que entre la gente que nos gobierna hay personajes que se tiran muchas horas jugando al solitario de Windows. El señor que ha dictaminado que 'Saw' debe compartir cartel con películas porno debe ser despedido de inmediato... y no por esa decisión, sino por no haber hecho su trabajo en los cinco años anteriores.
Disney (que tiene su gracia que Jigsaw pertenezca a la misma empresa que el repipi de Michey Mouse) ha decidido no estrenar 'Saw VI' en las salas X, que los aficionados al cine de terror no vayan a las mismas salas que los pajeros... a mi tampoco se me habrían caído los anillos.
En fin... esperaremos... Confíó en que al final se resuelva este dislate y la película se estrene. Si no, esperaremos al vídeo. En todo caso, confío que esté disponible pronto. Ojalá la solución para saciar el mono de los miles de fans no deba buscarla un incompetente como el que califica las cintas desde el Ministerio de Cultura.

viernes, 16 de octubre de 2009

Si la cosa no funciona

-"¡Joder, menuda sobada te has pegado!", exclama Pedro.
Los créditos y la música preceden a las luces que iluminan la sala. Siento que tengo los ojos pegados, pero aún así he visto los últimos cinco minutos de desenlace.
-"¿A ti te ha gustado?", le pregunto, avergonzado, obviando su apunte.
-"A mí si..."
-"A mi no me ha gustado nada"
-"No si ya se nota, con la sobada que te has pegado. Estaba a punto de salirte la babilla, y no has roncado de milagro".
-"Sí, me he sobado y bien media hora... es que me ha parecido un rollo", me veo obligado a reconocer.
De camino al coche, Pedro reconoce que 'Si la cosa funciona' es demasiado previsible y no es ni de lejos la mejor de Woody Allen (a pesar de que el cartel diga lo contrario), aunque apunta que tiene monólogos de Boris, el protagonista, muy divertidos.
En eso estamos de acuerdo. De hecho, lo mejor de la cinta es su estética teatral que se ve reflejada en las muchas secuencias en las que Boris se dirige a la audiencia, a la sala: "¿No lo véis? Ahí fuera hay mucha gente, algunos comiendo palomitas".
Eso tiene su gracia... el resto de la película es lenta y totalmente previsible. Pese a miu cabezada de media hora, con dos minutos en que Pedro me aclaró lo que me había perdido, tengo una visión de todo lo que se narra.
Y llegado a este punto, no sé qué quiere transmitir Woody Allen en la peli: si la vida es una mierda sin sentido; o si da igual a quién elijamos por pareja y que lo único que cuenta es que nos llevemos bien... o una combinación de ambas.
Mi conclusión es que esta película ya la había visto: que forma parte de la forma de pensar y de hacer cine de Allen, que por genio que sea, no puede hacer cine como si se tratase de una cadena de producción.
Si la Ford puede trabajar en cadena y hacer nosecuantos cientos de coches diarios, opino que empezarse a parir una película por año es una autoexigencia excesiva. A mi parecer, Woody Allen lo ha pagado creando un verdadero bluf.
Para los que no han visto más películas suyas, o disfruten de las pelis lentas, la cinta puede resultar entretenida. Al resto de los mortales, o bien os dejará, como a mi amgigo Pedro, con un sabor aseptico, u os servirá, cual documental de La 2 en la sobremesa, para echar una cabezadita.
'Si la cosa funciona', merece la pena; para mi, la última de Woody Allen no funciona. Descartad que fuese al cine ya somnoliento. Cuando llegué a casa, me automediqué con dos capítulos de 'Perdidos'. Cual antibiótico de choque hizo efecto: hora y media con los ojos abiertos como platos.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Falta de tolerancia en el ágora

"Lugar de reunión o discusión". Es una de las acepciones que otorga el diccionario de la Real Academia de la Lengua (RAE) a la palabra ágora. Las otras dos corresponden a la denominación de la plaza pública griega y a las asambleas o discusiones que en ella se celebraban.
Ágora tiene una cuarta acepción: plasmación artística del pensamiento de Alejandro Amenábar, quien definitivamente ha dejado de ser un director sorpresa. El español no tenía posibilidad de errar: todos esperaban mucho de él. Una buena película, un taquillazo en su país y que el film se estrene en todo el mundo.
La cinta puede considerarse buena sin haber llegado al nivel, ni de Tesis, ni de Mar Adentro ni, por supuesto, de Los Otros. Lo único Ágora que tiene en común con la obra maestra de Amenábar es que gira en torno a una actriz que hipnotiza al resto del reparto y a buena parte de la audiencia. Aunque Rachel Weisz lo consigue, tampoco llega a la altura de la diva Nicole Kidman.
En todo caso, la protagonista borda el papel y los malos, que por una vez son los cristianos, también otorgan credibilidad a la acción. Como siempre, y sin desvelar nada, los buenos se hacen de querer y los villanos resultan odiosos. Síntoma de que los actores han trabajado bien su papel.
Primer fin de semana: cines repletos en toda España. Yo fui una parte de la marea humana que rindió pleitesía a Amenábar en el día del estreno. El segundo objetivo está cumplido. ¿Y el tercero?
Esa es la parte complicada. El Vaticano ha recomendado que la película no se proyecte en las salas de Italia. Es la primera voz discordante, pero más notable será la opinión de los judíos norteamericanos, con un enorme peso en la industria sin obviar la cinematográfica. Si bien Amenábar no los deja nada bien parados, en su historia son más una víctima que unos verdugos.
Lo que nadie podrá negarle a Alejandro Amenábar es haber tenido un par de... para, en la película que se la jugaba, plantear un tema que inevitablemente va a herir sensibilidades. Si en las películas históricas siempre se ha presentado a los cristianos como una víctima, en esta ocasión son los paganos los que se ven reprimidos.
Y ese es el dedo que toca la llaga, la tesis que plantea la película, el avisto a cualquier milititante de una religión o partido político: que cualquier idea es respetable hasta que queremos imponerla por la fuerza bruta.
Ágora me pareció tediosa en algunas fases. Lo habría cortado, con cariño y sin hacerlo a ciegas, en torno a 25 minutos de metraje. Pero es de las típicas películas que te van gustando más conforme avanzan.
Amenábar, ateo confeso, nos lanza un aviso a quienes sí profesamos una religión: no caigamos en la barbarie de imponer nuestras ideas. De nosotros depende crear una plaza donde todos defendamos nuestras ideas como hermanos (si dos hombres son iguales el tercero no será tan diferente) o convirtamos el ágora en un lago de sangre.

jueves, 8 de octubre de 2009

Tetris en el parking de Leroy

Esta es la breve historia de una odisea. Definitivamente y como ya he comentado en Facebook, Leroy Merlin debería hacerme hijo predilecto. Es lo que tiene hacerse una reforma en casa: he pasado de gastarme un pastón en librerías, tiendas de videojuegos y cine, a invertirlo en artículos de bricolaje. La sociedad del consumo nos atenaza.
Salíamos con un carro cargado de maderas: quince paquetes de friso de pino. A efectos numéricos, once kilos por pack y diez tablitas de dos metros y pico por cada uno de ellos.
José Luis y yo jugamos al Tetris, el legendario videojuego en el que había que ensamblar piezas para no perder.
Bajamos los asientos, retiramos un reposacabezas y colocamos una manta en el salpicadero. Empezamos a meter las piezas. Suerte que todas son alargadas y, como en el Tetris, no tienen cada una su caprichosa forma. Las primeras ocho caben sin problemas en el coche. El resto, tienen que ir irremediablemente asomando por la parte de atrás.
Varios malabares después y visiblemente acalorados, conseguimos meter en mi Nissan Almera esos 160 kilos de madera, a un servidor y a mi amigo José Luis, que iba entre el friso, donde podía como si fuese un chucho.
"Yo controlo, pero ve despacio a ver si la armamos". Por ir abreviando porque tengo que ir a un sitio del que otro día os hablaré. Llegamos al destino y el chico que hace la reforma exclama: "¡Están locos, eso no es un coche, sino una furgoneta!"
Diez minutos después, José Luis y yo nos despedimos. Ya era la hora de comer. "Muchas gracias, tío. Desde que surgió, sabía que este marrón nos lo comeríamos tú y yo", le digo. "No es nada. Ya tendré yo que hacer algo y te llamaré. ¿Para qué están los amigos?", me respondió.
Otra respuesta y un choque de manos sirven para asentir. Y este enlace. Porque estas pequeñas cosas son las que para mí definen la amistad. Son esos momentos de los que luego nos reiremos cuando quedemos a tomar un café solos o acompañados de nuestras novias.
José Luis y yo tenemos decenas para contar. Esta es la última, por ahora. Aún no os había hablado de él. Es de esos amigos que no sabes por qué han llegado a serlo. Es anti fútbol y conmigo eso es difícil de compaginar. En el trasiego de la vida, al menos en una ocasión le he dado razones para mandarme a la mierda por alguien que no merecía ese sacrificio.
Por fortuna, esa crisis pasó y ahora puedo contar con él para transportar cosas, pedirle auxilio cuando el cajero de la gasolinera no lee mi tarjeta de crédito o simplemente para charrar con un almuerzo de por medio.
Las grandes amistades no necesitan una eterna simbiosis, ese ser uña y carne con el que la definía cuando tenía 15 años, y que ahora califico como camaradería. Me vale un sms de un amigo que me felicitó por un pequeño cambio en la vida, cuando a él los giros se la están jodiendo en los últimos años.
Me valen esas llamadas a altas horas cuando lo estaba pasando mal. Tú las sabes, porque de vez en cuando me recuerdas los paseos que te dabas por el carril bici a las tantas mientras hacías de psicólogo. Me conmovió esa llamada en la que una frase me lo dijo todo: "Te llamo porque han pasado las semanas y no quería que te enterases cuando naciese". Me compensan esos cuatro minutos que me esperas por semana, y esos meses que tardo en llamarte que solucionas con un "sé que eres un impresentable, te conozco y te acepto así"
Seguro que me olvido de muchos. Son las pequeñas cosas que me han venido a la cabeza que, para mi, hablan de amistad. Porque un amigo no se juzga por peso, y tampoco creo que haya mejores amigos. Un amigo lo es porque lo sientes... y punto final.

viernes, 2 de octubre de 2009

El valor de una sonrisa

Siempre se ha dicho que la vida viene marcada por grandes decisiones que se toman en pequeños instantes. Hay otras elecciones, más cotidianas e insignificantes, que también acaban marcando lo que somos. El color de una camisa, o una frase en el currículum, incluso decantarse por el pedal izquierdo o el del centro, terminan caracterizándonos.
Ocurrió hace algunos días. En su momento me conmovió, luego pensé que era una chorrada, demasiado incluso para que apareciese en este espacio. Pero hoy no he podido resistirme a dedicar unos minutos a contaros esta fugaz anécdota.
Iba con prisa, como siempre. Me dirigía al Mandor, a mi sitio, a nuestro espacio, al lugar que me ha absorbido durante todo el mes de septiembre. Dos bolitas blancas que avanzan despacio amenazan con intermponerse en mi camino.
Las veo de reojo. Me da el tiempo suficiente para pasar sin aplastarlas. O no. Dudo un instante. El tiempo se para, contengo la respiración, pero el coche avanza. Durante unas décimas de segundo, dudo entre chafar a fondo el acelerador o frenar, entre parar o dejarme llevar y que se detengan ellos.
Decido lo primero. Muevo la palanca y dejo el coche en punto muerto. Piso el freno. El vehículo se detiene como si lo hubiesen fulminado y yo noto como mis músculos de la cara empiezan a contraerse mientras mi cerebro genera fórmulas de hastío y contrariedad.
No les puedo poner nombre ni reconstruir su vida, ni siquiera conozco su edad. Son mayores, ambos han sobrepasado las ocho décadas. Caminan por el paso de cebra, ajenos a lo que había ocurrido dentro de mi coche y a mis pensamientos.
Cruzan la calle despacito pero sin pausa, cogidos del brazo, cumpliendo el voto que hicieron hace ya muchos años, cuando prometieron que estarían juntos para siempre. Por un instante nuestras existencias se han cruzado, quizás para no encontrarse nunca más. Eso creía yo.
No los he vuelto a ver. Sólo fue un instante más. Un regreso al pasado inmediato, a los recuerdos que ni siquiera los peces con su fugaz memoria habrían podido aún resetear. Iba a meter primera y a acelerar cuando el tiempo volvió a pararse.
No pararon, ni separaron sus brazos, pero el señor giró el cuello con un movimiento ágil, quizás el único que le queda. Entre el pelo blanco de su poblada cabellera y de su gracioso bigote, el anciano guarda una simpatía perceptible en un instante fugaz como aquel en el que nos encontramos.
Pero lo que me conmovió, me dio un latigazo en el estómago y me generó un nudo en la garganta fue su sonrisa mientras asentía. Concisa, sincera, llena de amabilidad y de gratitud. Fue apenas un segundo. Luego se giró y prosiguió su camino hacia L'Eliana.
Me sentí pagado, correspondido. Ingoro, en caso de no haber parado, si la veterana pareja me habría maldecido. Lo importante es que decidí parar y descubrí en la sonrisa de aquel anciano que el mundo sería mejor si todos fuésemos más cívicos y amables. Ese señor no sabe que su simple gesto de gratitud tuvo para mí un valor incalculable.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Benditos bastardos

A estas alturas soy un tarantiniano empedernido. Mi objetividad es casi nula. Digámoslo finamente, todo lo que idea el colgao de Quentin, a mi me gusta. Pero es que esta vez, acogiéndose al derecho de hacer lo que le da la gana y que muy pocos directores se han ganado, este friki se ha permitido cambiar la historia.
'Malditos bastardos' no es la mejor película de Tarantino. Si no os gusta su cine, ni os molestéis. Tampoco esperéis algo a la altura de las maravillosas 'Pulp Fiction' y 'Kill Bill' (sobre todo vol.1). Esta tiene su encanto, pero no acierto a encontrarlo.
Quentin vuelve a ser Tarantino. Elabora los personajes, los buenos y los villanos con minuciosidad. Son tipos duros que deben adaptarse y no desentonar en un argumento sádico y extremadamente violento. Pero están perfilados al detalle: no perderse el flash de cinco segundos en que explica bien clarito cómo la actriz francesa se ha ganado su fama en la industria cinematográfica alemana.
Eso lo hace como nadie. No hay un solo fotograma sin intención de transmitir algo. Como siempre, aparecen pies desnudos de mujeres, algo que como es conocido despierta el libido de Tarantino. Este loco convertido a director de culto abusa a veces de los primerísimos primer plano y usa de nuevo, en la banda sonora, ítems que bien podrían ser de un western o de un film serie B de esos de montonera de a euro.
Con todos estos mimbres e ideas, a uno difícilmente se le podía pasar por la cabeza que Tarantino confeccionase una película que retratase un momento histórico. Las expectativas estaban en cómo iba a visualizar el cruel y juguetón de Quentin la ocupación nazi de la Segunda Guerra Mundial.
No lo ha hecho. Tarantino, esto es una interpretación y puede que me equivoque, ha plasmado sus deseos. Ha elaborado una película y ha creado un personaje perfectamente interpretado por Brad Pitt que ojalá hubiese existido tal cual en aquella oscura primera mitad del siglo pasado.
'Malditos Bastardos' es una obra de arte visual, un film nada riguroso a los acontecimientos históricos pero en el que no faltan los toques de humor negro y donde mueren muchos nazis. Un final apoteósico mueve a uno a levantarse de la butaca y aplaudir. No me conoces, pero desde este espacio, te doy las gracias por tu trabajo. Larga vida al maestro Quentin Tarantino.

martes, 22 de septiembre de 2009

Dictadores de la nada

Paulus van Orsouw es un chaval de alrededor de 25 años. Cuando llegó a Valencia desde su Holanda natal, lo hizo con la ilusión de triunfar en el mundo del fútbol. Ahora es un delantero de tronío y ha suscitado el interés de equipos punteros. Sin embargo, se ha tenido que retirar y no por una horrenda lesión. Su equipo ha quebrado y los jefes del balompié le han retirado la licencia para jugar.
Pero Paulus no está deprimido. Jamás se casará, ni tendrá hijos, ni trabajará en otro ramo empresarial. Tampoco se ha suicidado. ¿Contribuye más a crear un clima misterioso si os digo que los huesos, los tejidos y la sangre de van Orsouw están formados por la virtualidad del código binario?
Os resuelvo la incertidumbre. El ariete holandés era la estrella del FC Mosh, el equipo de fútbol que he regentado durante alrededor de cuatro años y más de 15 temporadas. Esto va a ser una pataleta en toda regla. La mayoría de ese tiempo he estado viciado a un juego por internet denominado Hattrick.
Desde hace un año había bajado el ritmo, pero durante muchos meses atrás estuve a todas horas en la página del juego, hablando en los foros, ideando alineaciones, pujando por futbolistas. Recuerdo el día en que fiché a Paulus: modifiqué mi plan de trabajo, chafando el acelerador algo más de la cuenta, para llegar al periódico justo tres minutos antes del final de la puja. Contraté por 1,3 millones, creo recordar, a un delantero que ahora valía más de cinco kilos.
En este tiempo he pagado el suporter, unos 25 euros anuales para contribuir al mantenimiento del juego, y he escrito un reportaje en Las Provincias sobre Hattrick. Y ahora, porque no he entrado en unas semanas (menos de las siete establecidas para eliminar un equipo), han borrado el FC Mosh.
Os he contado la historia lo más breve que he podido para llegar a este punto. Mi adiós a Hattrick, honestamente, casi es un alivio. No tengo tiempo material para atenderlo y después de cuatro años creo que el juego me ha aportado toda la ilusión y diversión que podía darme.
Lo que me crispa es la actitud de los Game Master, que cuando he protestado porque han borrado el equipo por error, me han tratado con indiferencia y no han movido un dedo para reparar el fallo.
Un Game Master es un usuario que tiene un equipo pero que se siente orgulloso de ser un pringado que trabaja gratis para Hattrick a cambio de poder impartir justicia cuando alguien hace trampas o comentarios inadecuados. En la práctica son tiranos de lo virtual, dictadores de la nada.
Por desgracia, tipejos como el que me atendió a mi abundan. Gente que les das un silbato y ya se creen comandantes de las Fuerzas Armadas, compañeros de trabajo que coordinan un trabajo y se consideran gerentes de la empresa.
Recuerdo a un segurata, cuando tenía 18 años, al que le tocó lo que ya os imagináis que hablase por teléfono en un complejo residencial, comentando en voz alta una victoria del Barça sobre el Valencia. Aquel tipejo, que tenía una placa que le concedía la misma autoridad que el logo de mi periódico, intentó provocarme para que me rebotase y poder agredirme alegando que se había sentido amenazado.
Esperpentos como ese, frustrados opositores a Policía Local o Guardia Civil, vigilan en la noche museos, empresas y núcleos de viviendas. Por fortuna, en Las Provincias los seguratas son actualmente tipos enrollados.
No quería que mi entrada sobre Hattrick fuese una pataleta sin más. Quería ofrecer un retrato del dictador de la nada, del segurata que se cree comandante del Ejército, del Game Master que piensa que es Laporta o del coordinador de área que considera que manda más que Zapatero.
Mirándome a un espejo creo que alguna vez he caído en eso, exigiendo a mis subordinados ocasionales, becarios o redactores de delegaciones, que cumpliesen mi mandato en un tono que ahora me avergüenza.
Quizás es que no he nacido para ser jefe, pero la altanería y la mala educación me cargan. La falta de empatía también. Si estar en la cúspide implica ser un tirano, prefiero estar tranquilo y de buen rollo en la base de la pirámide.
Pero lo que tengo bien claro es que jamás me convertiré en Game Master de Hattrick. Si soy un tirano, por lo menos tendré la valentía de ser injusto con alguien a quien pueda mirar a los ojos y rectificar si sus dos luceros imploran justicia. Dios me libre de gobernar a nadie con brazo de acero, pero sobre todo, que nunca me permita ser un dictador de la nada.

jueves, 17 de septiembre de 2009

El gordito asmático

Voy a aprovechar esta madrugada de insomnio para contar la historia del gordo tocapelotas, ese tipo absolutamente prescindible para la sociedad y que sólo es útil para joder la vida a los que le rodean y destrozar cualquier atisbo de creatividad...
Hablamos de un menor, cuya identidad debe ser protegida y hay que huir de la discriminación negativa porque pedagógicamente "no mola". Empecemos de cero.
Hoy voy a hablaros de un chico, fan acérrimo de los bollycaos, cualquier otro bollo que tenga chocolate, el propio cacao a palo seco y todo tipo de chucherías sintéticas. Aquel chavalote entrado en carnes padecía asma, o al menos eso decía.
Me remonto a mi efímera etapa como maestro, para ser más precisos, docente en prácticas. Aquel chaval de cuarto de Primaria tenía un deporte preferido: destrozar las clases de Educación Física.
Cuando tocaba calentar, es decir, hacer carrera continua, a nuestro simpático gordito le entraba el ataque de asma de tal envergadura que a uno le entraban ganas de llamar al SAMU.
Magia de la buena, pues en cuanto se repartían las pelotas, los discos, los aros o cualquier utensilio para realizar juegos, la crisis alérgica se le disipaba en un santiamén. El proceso se repitió varios días: primero el jodido crío se negaba a correr y luego machacaba la clase para desesperación de los maestros y del resto de los chavales, corriendo como un poseso para interponerse en los ejercicios de sus compañeros.
Un día, a la profesora, una joven casi recién salida de la Facultad, se le ocurrió una brilante idea. Lejos de ejecutarlo colgándolo de una canasta como yo propuse pese al riesgo evidente de que esta se cayese, la docente obligó a nuestro asmático circunstancial a correr. "Fulanito, tú lo que tienes es mucho cuento".
La historia acabaría aquí de no ser porque al día siguiente, una señora, de esas que se pirran por el tocino y la longaniza, llegó al colegio preguntándo por la profesora. La amable mujer juró en arameo lo que haría si a su cebado miniyó le llegaba a ocurrir algo porque la maestra le obligase a correr.
La señora no se interesó sobre el comportamiento del pequeño diablejo. Sólo le interesaba cargar contra la profesora que había osado plantar cara al chico. Es una cuestión de educación, la misma que ha llevado a que los docentes sufran agresiones de los padres o de los propios alumnos.
Seré breve por las horas. No podía esperar para escribir esto porque hace unas horas, en la mañana, escuché hablar en la Cadena Ser a un chaval de 25 años que tiene más razón que un santo. El tipo me cayó bien porque reconoció ante toda España que hace botellón, que acaba de terminar Derecho y que es un músico al que le pirra el heavy.
Pero luego habló del conformismo de una generación que no hemos vivido ni la guerra civil ni los convulsos años de después. Esa primera quinta de clase media sin complicaciones hasta los 40 empieza a procrear. Unos por desconocimiento y otros porque su jornada de mileuristas se lo impide, muchos sólo son padres porque han pegado un polvo sin condón de por medio.
Somos conformistas, queremos nuestro sueldo para tener casa, coche y vacaciones, cine, cena y copas... y el resto nos da igual. Los padres de hoy día quieren que a sus hijos no les tosa nadie, que se hagan de valer, que nadie les pise... y el resto que lo solucionen los políticos si pueden.
Pocos quieren cambiar la realidad, la lectura entre los más jóvenes es una actividad demasiado residual. El simpático heavy contaba que a una asignatura optativa, en la que con ir a clase y participar en debates se podía aprobar, el 80% de la clase optó por la empollada del examen final.
Ahora vengo de cenar y charrar hasta altas horas con unos compañeros de trabajo. Hemos hablado de nuestro periódico. Hemos compartido un rato agradable.
Mis padres me enseñaron a respetar a todos, a intentar llevarme bien con los que me rodean y a aprender de lo que digan. Hoy voy a dormir poco, pero creo que he cumplido ese objetivo. Pienso que forma parte de mi educación.
Por eso me saca de mis casillas ver la poca ilusión de los aspirantes a periodistas que llegan a las redacciones sin hambre, deseando acabar para regresar a los cafés de Facultad, los apuntes fotocopiados y el polvo ocasional con la compañera que se los ha prestado.
Mientras papá y mamá se están dejando los cuernos para darles de todo, ellos no han aprendido de esa primera generación apoltronada en la clase media, conformistas para lo que quieren y reivindicativos para lo que no toca. Ojalá los futuros padres eduquemos mejor y, sobre todo, que nos dejemos educar. No quiero que mi hijo sea el gordito revientaclases, y si lo es, no pienso defenderlo.

sábado, 12 de septiembre de 2009

La cuenta atrás

Hoy me he levantado. ¡Vaya logro! Pues sí, valoro que he podido maldecir al despertador porque lo oigo; a la luz cegadora porque, aunque mal, veo; y he soltado un gruñido al saltar de la cama porque mis piernas me responden. Un día más, gracias a Dios, estoy vivo.
He desactivado la alarma, pero el maleducado del móvil vuelve a sonar a las 9.01 horas. Esta vez pido disculpas a mi glotón compañero de bolsillo, mi secretario que me gestiona cada día decenas de llamadas a razón de un chute de electricidad por noche. Habrá que mirar el catálogo de Nokia.
Pero como os decía, mi cochambroso móvil Motorola por una vez tenía razón y ha tenido el honor de iniciar la cuenta atrás. Hoy queda un año, cuando leáis esto quizás menos. Me estoy preparando para una jornada maratoniana y justo dentro de 365 días, para otra. Esta mañana he desempolvado mi traje negro y el 12 de septiembre de 2010, estrenaré otro.
Esta tarde, si Las Provincias y la actualidad lo permiten, iré a una boda anunciada en los periódicos. No se trata de una pareja de esas a las que llaman glamurosas, cuyo oficio y beneficio son dudosos y sacan tajada de lucir el palmito en las revistas del (ataque al) corazón. Estos dos son buena gente, amigos de sus amigos y cordiales con cualquiera. Si queréis saber un poco más sobre ellos, buscad en la página 10 de L'Eliana 2000.
Él, compañero desde que empecé en la radio, rival desde que trabajo en el periódico y amigo desde algún momento en todo este trasiego, fue el pseudoprotagonista del prólogo de este blog. Esta tarde se casan Voro y Ruth en la Torre del Virrey. Como véis, unos elianeros de bien (él de nacimiento y ella de adopción).
Ojalá no llueva y el día y la noche sean como ellos soñaron. Cuando ya tenga la camisa por fuera y nos vayamos a descansar, Maggie y yo ya llevaremos unas horitas consumidas de nuestra particular cuenta atrás. Tal día como hoy pero de dentro un año, seremos nosotros los que organizaremos un saraito similar que querremos compartir con nuestra familia y amigos.
Da un poquito de vértigo porque supone hacerse mayor de una vez por todas, pero toca y creo que la compañía de viaje es buena. Dicen que es el día más feliz de la vida de una persona, pero espero mi boda con ilusión y con ganas de que no sea solo una jornada sino el arranque de una nueva etapa de muchos años de felicidad.
He tenido un poco olvidado este espacio. La vuelta al tajo ha coincidido con algún preparativo para ese gran día y la obligación de dedicar horas a la reforma de la que debe ser nuestra casa desde septiembre de 2010.
Cuando estoy a punto de iniciar una jornada intensiva para escaparme cuanto antes a la boda de Voro y Ruth, pongo un instante la oreja en ese reloj que no deja de sonar. Tic, toc, tic, toc... La cuenta atrás es implacable. Quedan miles de minutos y de segundos, pero cada vez menos. La aguja avanza, o los números cambian de continuo, o la arena sigue cayendo. Da igual la modalidad pero ese día, desde hoy, está cada vez más cerca.
Siempre dije que la boda no es lo que me hace más ilusión, pero sé de sobra que dentro de un año estaré, a las 10.40 de ese 12 de septiembre y si Dios así lo ha permitido, a punto de salir de casa vestido de traje y nervioso, pero feliz.
Mi hermana discutirá la última ocurrencia de Borja, que con no sé qué cámara no dejará de hacer fotos. Mi padre estará metido en el servicio afeitándose. Mi madre pejiguera, dando instrucciones a cada instante y ayudándome para evitar que vaya lleno de arrugas y despeinado a la iglesia.
A 25 kilómetros, una chica estará bien guapa, vestida de blanco y sonriente, maquillada con productos que eviten que las lágrimas le arruinen el día. Su hermana estará ataviada de rojo, y su madre sonriente pero atronando la casa con sus gritos. Su padre, con pocas palabras como casi siempre, tratará de aplacar los nervios con un último pitillo en el balcón.
El resto ya os lo contaré porque no quiero imaginarlo. Me deseo lo mismo que hoy pido para Voro y Ruth: que el Señor les permita ser muy felices durante muchos años. ¡Salud querido 'compe' y esposa!

domingo, 30 de agosto de 2009

¿Gibraltar está en la Comunitat Valenciana?


Nunca ha sido mi fuerte, pero como dicen que a la fuerza ahorcan, un servidor pensaba que sabía algo de geografía. Gibraltar, pensaba yo, es un peñón que por nosequé acuerdo de hace siglos, pertenece a los británicos a pesar de estar en la Peníncula Ibérica. Un suelo en el que debería derrocharse el humor gaditano mantiene la tediosamente correcta costumbre de tomar el té a las cinco en punto.
O bien eso es mentira o los insaciables guiris han dejado de conformarse con el Peñón para colonizar la frenja mediterránea. Si os vais a la provincia de Alicante, cientos de británicos se han asentado en poblaciones como Xàbia, Dénia y Alfàs del Pi. En ese municipio, es necesario hablar inglés para entender cualquier carta de un restaurante o a todos los camareros de las cafeterías.
Este paraíso trilingüe ha sido el escenario de una bonita escapada romántica, que si lo preferís puede ser con amigos o en familia. Incomodidades idiomáticas aparte, la costa alicantina, con sus calas y acantilados que cortan con el mar y con aguas cálidas y transparentes, es un lugar ideal para pasar unas vacaciones.
Sin ánimo de escribir una novela abreviada de Corín Tellado, os diré que en los últimos días de agosto, Alfàs del Pi y sus alrededores han sido para mi un bálsamo sanador. Llegué cansado de conducir, con ganas de olvidarme de pisos y salones, y desde hacía unas horas, con una mala hostia y un estado de crispación preocupante. Ahora no tengo ganas de empezar un nuevo curso, pero desde luego la inflamación y el hastío han disminuido de forma considerable.
Cualquiera de los hoteles de la zona seguro que serán recomendables, pero yo me voy a quedar con uno. El Sun Palace Albir, con cuatro estrellas, 80 euros la habitación doble y spa por 10 euros para hospedados, puede ser una de las mejores opciones. El buffet del desayuno es variado y algo más que aceptable, y los mojitos y los kaipiriñas a unos asumibles seis euros, más que excelentes.
Una piscina enorme, gimnasio y cafetería son una trama. No caigáis. A cinco minutos en coche hay una playa de piedras y agua limpia. Buena opción pero no la mejor. A pocos kilómetros por la N-332 está Altea, la de las calas desiertas pero idílicas. Aletas y gafas son imprescindibles para este modo de disfrutar el mar.
La localidad también guarda en sus entrañas un lugar más que recomendable para cenar por poquito dinero. La Taberna Roja ofrece a buenos precios tablas de entremeses y quesos, patés, tostas, refrescos y vinos de batalla.
Es mi viaje, lo lamento por las decenas de lugares que obvie. Lo digo porque el casco antiguo de Altea es sencillamente precioso, un lugar por el que pasear en las noches de verano con el único inconveniente de sus cuestas rompepiernas.
Si no os gusta Altea, tenéis los complejos de ocio como Terra Mítica y Aqualandia, las playas de arena o la fiesta desenfrenada. También por la carretera nacional, Benidorm está a sólo 10 kilómetros de Alfàs del Pi. Y si tampoco os convence, pues siempre quedará la opción de consultar en el Tourist Info de la playa del Albir.
Para el final he dejado la joya de la corona. Una hora de coche hacia el sur hasta llegar a una ciudad con nombre de santa. De allí, por 14 euros, te llevan al cielo. Tabarca es la felicidad encarnada en costa, salvo por los desorbitados precios de los menús que no siempre están correspondidos con la amabilidad de los camareros.
Antes de llegar a la isla, el propio ferry ya ofrece una vista del fondo marino, un simple preludio de lo que se puede observar buceando a pocos metros de la orilla de Tabarca.
La única isla habitada de la Comunitat tiene un puerto deportivo, aguas cristalinas y alberga cientos de peces de incontables especies. No es extraño que Tabarca esté considerada como una reserva natural. Aquel pedazo de tierra de dos kilómetros por 400 metros me regaló uno de los días más felices del año, a pesar de un maldito tropezón.
Después del susto y con unas gotas de Betadine y aceite de Chiapas para remediarlo, tú y yo seguimos disfrutando de nuestros días de asueto.
Ni Tabarca, ni la Taberna Roja, ni el Albir Sun Palace, ni los pececillos de colores... sin ánimo de convertir esto en un final de Corín Tellado, todo ello son los personajes secundarios. Tu compañía, esa sonrisa contagiosa Made in Maggie y ese cariño que destilas por los cuatro costados. Gracias a ti, el Gibraltar alicantino se ha convertido para mi en lo más parecido al Edén terrenal.

jueves, 20 de agosto de 2009

Lo que no vieron ni Gaudí ni Zafón


Barcelona, modernista y cosmopolita. Que si la Sagrada Familia, que si el Tibidabo, el glamour de la Diagonal o los caserones antiguos. Todo muy bonito, pero será en otra ocasión. La ciudad condal también ofrece cerveza fresquita, calles en cargantes obras y tardes de fútbol.
Es una de las ciudades para volver una y mil veces. Recorrer Barcelona recreándose en la obra de Gaudí. Disfrutar de una noche en el Liceo. Visitar los escenarios del brillante pero repetitivo Carlos Ruiz Zafón. Ir de compras. Vibrar con un concierto del Bosh o los Rolling...
Esta gran urbe, de forma permanente u ocasional, nos ofrece todo esto y mucho más. Pero hoy os propondré otro plan, menos bohemio y culturetas, pero con el que os lo vais a pasar de lujo. El único requisito es tener sangre de azul y grana o pocos prejuicios.
Llegáis a Barcelona por la mañana, rozando el mediodía. A poder ser, evitar el tedioso y maratoniano autobús. Un coche con cuatro amigos sale más barato, el tren incrementa la comodidad y el precio, el avión es rápido pero no apto para cualquier bolsillo.
Una vez piséis el pavimento de Barcelona, hay que atravesarlo, dirigirse al subsuelo. Creo que es imprescindible viajar en el metro si se quiere conocer la idiosincrasia de la ciudad. Sus habitantes se desplazan por las entrañas de la gran urbe a bordo de un ferrocarril de precio asequible y servicio rápido y minucioso.
Salimos del metro al principio de las Ramblas. Tengo sed, por lo que la primera parada obligatoria es la fuente de Canaletas. Lugar de reunión de los aficionados del Barça, una inscripción alerta de que quien beba de este acuífero, quedará prendado de la ciudad. No con esas palabras, pero más o menos.
En el paseo hacia Colón nos encontramos con gente de muchas nacionalidades, varios Dunkin (¿Para cuando esos deliciosos donuts en mi amada Valencia?, el Liceo, actores que se disfrazan de estatua para ganarse la vida y decenas de tiendas con souvenirs y animales. Llevo la mano cerca de la billetera, el móvil y la cámara de fotos, pues no se si el que choca conmigo es un turista despistado o un carterista espabilado.
Giramos por un callejón cuando los pies empiezan a arderme. Llegamos a La Fonda, una especie de bar de polígono maqueado para convertirse, en relación calidad-precio, en la mejor oferta para comer cerca de la Rambas. Hay cola y un anuncio de menú por 8,95 euros. Tiene buena pinta.
Tras 20 minutos de espera, un hombre encorbatado nos invita a entrar y una legión de camareros asiáticos nos atiende sin amabilidad pero con eficacia. Los espaguetis a la carbonara están de muerte y Paquito dice que el crep de marisco, también. La salsa a las finas hierbas maquilla una carne sabrosa pero dura y Borja no se queja del rape. Un vino digno para salir del paso, una crema catalana casera y un cafelito de 6 terminan de perfilar La Fonda como un lugar recomendable.
Salimos, no sé si rodando o andando. Como bolas de billar caemos de nuevo en el agujero. La estación de Liceo y dos trasbordoas nos llevan a los aledaños del santuario, tomado por un hormiguero de azul y grana. Vamos a la botiga. Error: deberíamos haber acudido por la mañana. No quedan camisetas M, así que me contento con el segundo equipaje, que bien podría llevar en el coche como chaleco reflectante. La prenda, estampación con el 8 y mi nombre (Mosh), más la publicidad de TV3. Todo ello por una pasta infame, pero nos vamos la mar de contentos.
El calor y los muchos metros de caminata nos empujan hacia la Diagonal en busca de un bar donde tomar un refrigerio. Ya ataviados con nuestras camisetas, Paquito y yo sucumbimos a los encantos de la rubia más fresquita de Barcelona. Unas cervezas después, los tres amigotes juramos repetir experiencia en San Mamés y Liverpool. Yo prometo para mis adentros que con alguna cerveza menos entre pecho y espalda.
Son las 21. Entramos en el Camp Nou. No tengo palabras para definir el santuario culé. Se puede no ser del Barça ni futbolero y flipar. Como dicen del sexo tántrico, ver un partido en el coliseo azulgrana es una experiencia para vivir.
Mi única decepción, que Ibra no marcase. Por lo demás, mi primer partido en el Camp Noy se convirtió en un viaje perfecto. Vi fútbol pese a que el City se llevase el Gamper con un lamentable catenaccio y saboreé el aroma multicultural de las Ramblas. Buena compañía y ganas de pasarlo bien hicieron el resto. Sé que no es el mejor viaje ni el recorrido cultural más completo. Sin embargo, es un completo y lúdico día en la Barcelona que no retrataron ni el maestro Gaudí ni el novelista Carlos Ruiz Zafón. PD: ambos admirados por este humilde blogero.

martes, 18 de agosto de 2009

Abierto por vacaciones

Esto es un aviso: mi intención en estas semanas es la de escribir más, que no quiere decir que al final produzca 100 virtuales páginas blogeras. Sí, estoy de vacaciones, ese tiempo en el que todos decimos que hacemos lo que nos sale de bendita sea la parte. Entre cafés retrasados, comidas familiares, trámites que estaban en el cajón y otros imprevistos, suerte si terminas dedicando el 30% del tiempo a lo que realmente habías planeado.
Sí, estoy de vacaciones, la segunda parte de mis días de asueto. Lo necesitaba después de un mes de trabajo intensivo. Primero porque mis amigos y compañeros de sección estaban de vacaciones. Los últimos días he trabajado en calidad de cedido con mi tío en la sección del periódico que amo y temo a partes iguales.
Cuando llegó la madrugada del 17 estaba totalmente destrozado, necesitado de estas dos semanas. El primero en la frente: ese mismo día, atracón de coche para que mi matasanos me dijera lo que me viene repitiendo los últimos tres años. Y yo que me resisto a adoptar la linterna de un fallecido. Suerte que que hubo buena compañía en esos 700 kilómetros y tangazo gastronómico hasta Barcelona.
Y por si el atracón de condes y catalanes no fuese suficiente, mañana me vuelvo a ir para allá. No sin antes pasar un día con mi amor, una jornada placentera pero en la que voy a acabar exhausto con vistas a septiembre de 2010.
Pero mañana veré arte vestido de azul y grana. Seré testigo del debut de Ibra (cadabra, como dice un amigo madridista), de las filigranas de Leo y del fútbol maravila de los productos de la Masía.
Vacaciones, mi 30%... el cupo de ese tiempo en el que haces lo que te da la santa gana. Iré con la peña de Llíria, en compañía de un amigo y ¿futuro? familiar. El destino: el santuario del fútbol, como lo ha definido otra amiga, esta vez de maratonianas jornadas periodísticas.
Espero contaros cosas el jueves. Hoy sólo quería reflexionar sobre las vacaciones, la máxima expresión de la libertad humana. El sentido de la vida. Porque a mi existencia, la tuya, la de cualquiera, si le quitas esos pequeños momentos, es insulsa, aburrida y hasta lastimera.
Como la comida sin sal. Suerte que la podemos sazonar con una cerveza fresquita en compañía de amigos o de un colega de papel y letras. Afortunadamente existe el celuloide, el poker, el café, los viajes, las noches de pasión y desenfreno, los chistes, el fútbol, las carreras, los museos, la playa, los paseos con las manos entrelazadas...
Por fortuna existes tú: mi admiradora número uno y el resto de la gente que haya llegado hasta aquí. Porque me gusta la soledad, pero también vuestra compañía. Porque iría sólo al Camp Nou, a ver una peli o a tomar un café... pero prefiero saber que estas miradas al Mandor y esos ratos que sazonan mi vida puedo no experimentarlos en la soledad.
Estoy de vacaciones y no estoy solo. Hoy tú me lo has demostrado de una u otra manera. Aunque sólo sea leyendo estas líneas. Por eso, aunque en septiembre vuelva a disfrutar de esa sal llamada ocio en cuentagotas, puedo decir bien alto: ¡Cómo me mola la vida!

martes, 11 de agosto de 2009

Tentaciones veraniegas

"Me an seqestrado. Atric n BCN xo ara no s dnd toi. Yama plicia". O algo así. Cuando, pongámosle, Alberto recibió el SMS de, digamos, Julia, el mundo se le vino abajo. Ya habían pasado bastantes días desde que su mujercita había viajado a España. Contaba las horas para volver a abrazarla en el aeropuerto y el celular le da la noticia que hizo temblar hasta la última de sus ídem (teléfono móvil en latino).
Mientras Alberto se carcomía por dentro y movilizaba a policías del mundo entero, a Julia se la comían por fuera... y un poco por dentro. Entre polvo y polvo, o en los postres de alguna centa romántica en Barcelona, tuvo la sangre fría de mandar más mensajitos. "Me retienen en un sitio horrible donde hay más mujeres y me obligan a mantener relaciones sexuales", decía, ya traducido del ortográficamente dantesco argot del SMS. Todo esto supuestamente y algo novelado.
Dicen que no hay crimen perfecto y su escarceo tampoco lo fue. Cuando un policía la encontró y ella intentó repetir esta versión, nadie la creyó. Los médicos confirmaron que no había sido violada. Lógicamente, los agentes tampoco se tragaron que alguien le hubiese robado las joyas.
Julia y Alberto fueron un matrimonio feliz hasta que el chat se cruzó por sus vidas. El trabajo, el exceso de fútbol o el alcohol, ¿quién sabe? Un día ella encontró delante de una pantalla lo que no tenía en casa. Cuando ideó la excusa perfecta para volar a España en busca de su cyberamigo, áterrizó en un cuento de hadas que no quería ver terminar.
Dicen que todo acaba y que el calor nos atonta. El diablillo ajustició al ángel bueno con una tentación veraniega de lo más jugoso. Bastaba con un cobarde y telefónico "esto se acabó". Pero no. El afán de conservar, ese comodín del por si acaso, inició una mentira que se fue encadenando a otra y a otra.
Hoy Julia es la protagonista de la noticia jocosa del día y encima está encausada por denunciar un delito falso. Tiene suerte: no ha trascendido su nombre y su cara, lo que habría causado un descojono general en su barrio o su pueblo.
Me vienen a la cabeza decenas de personas que han destrozado su vida delante de una pantalla. Este maravilloso mundo tecnológico que esta noche me permite divagar un rato, también me abre cualquier puerta en un solo click.
Puedo leer las noticias para cagarme en la nueva campaña de control de velocidad. Es posible comprar casi cualquier cosa. Ver la tele. Leer un 'libro'. Y sí, también chatear con frikis sobre la novela de fantasía que me estoy leyendo o con una mujer ávida de sexo que está en la otra parte del planeta.
Puede que Julia fuera una de esas, o simplemente precisaba cariño. Debía estar atravesando una sequía brutal para cruzarse el Atlántico en busca de un polvo o de un paseo con las manos entrelazadas.
Primera lección: si me siento vacío, lo hablaré con mi novia y mis amigos... no sabes qué loco o loca teclea al otro lado. Segunda lección: como Julia, el 12 del mes pasado, como ocurrirá el 31 de agosto, tuve la tentación veraniega de llamar al trabajo avisando de lo malito que estaba por un catarro a la salud del aire acondicionado.
Pese a los brotes verdes de Zapatero, no está el horno para bollos. Todo lo bueno acaba, y creo que más deprisa que lo malo. Por eso, y a falta de seis días para iniciar mis dos semanas de asueto, empiezo a mentalizarme para que no me ocurra como a Julia. Voy a disfrutar mis vacaciones, pero el 1 de septiembre vuelvo al tajo. Espero que no me venzan las tentaciones veraniegas.

sábado, 8 de agosto de 2009

La baraja de la vida

Estoy en ese momento de la siesta que distingue al perezoso del que aprovecha la tarde veraniega del sábado. Quizás merecería la pena estar retozando en el catre, sudoroso y repugnante pero sin ser tan consciente de los sinsabores del extremo calor de agosto... mejor me iré a la piscina en un rato. Antes intentaré escribiros sobre naipes y otros asuntos, a modo de terapia tras el varapalo brisquero sufrido esta madrugada.
Una mala gestión de las buenas cartas, ese juego ganador que brilló por su ausencia o las bazas que llegan mal repartidas. Añades a este cóctel una pizquita de mala de suerte a modo de punto de sal, y te sale un delicioso desastre de timba.
No me lo creía. Después de ese 61-59 me entró la mala gaita hasta que pensé en ella. Alta rubia, carita de diosa, curvas de vértigo, ropita blanca y ajustada. Sí, hablo de una mujer... ¡y qué mujer! Todo un objeto de deseo, la típica piva a la que todo el mundo entra en las discotecas mientras ella elige pacientemente a quién se va a tirar esa noche. Mientras tanto, permite que el resto de pagafantas circunstanciales (palabra muy de moda) la pongan a tono a base de sorbos y cubatas enteros gratis.
La chica de blanco tiene mimbres de carne capaces de hipnotizar al hijo de papá podrido de dinero. Está tan buena que puede pillar por los huevos a cualquiera de esos aprendices de ejecutivo y, sin aflojar hasta el altar, convertirse en una señora con chalé y servicio en Campolivar y vacaciones de verano en Xàbia. Su máxima preocupación será jugar al pádel, almorzar y estar bien guapa para hacer volar a su maridito entre sábanas de seda... si es que él no llega a casa agotado tras comprar una fábrica en China.
No me paré a preguntar a la chica de blanco cuál de las dos modalidades de caza prefiere. Pasé de largo porque ella no es depredador, sino presa. Lo máximo que me hubiese respondido, llamémosla Candy, es: "30 euros follar, 15 chupar". Cuando ayer pasé por su lado en esa rotonda de Albal, esa diosa que podría seducir a cualquiera me dio muchísima pena.
A mi y a mi as de oros. Los dos nos sentimos desolados al pensar que ese bombon podía estar en diez minutos aguantando que un camionero sudoroso y maloliente proyectase en su oído unos jadeos acompañados de un aliento con olor a aguardiente.
La baraja no ha sido benévola con Candy. Da igual que sea una preciosidad. La vida le ha repartido unas cartas con las que no se puede jugar, ni siquiera a base de faroles. Los naipes parecen losas, las que le caen encima cada vez que tiene que levantarse, vestirse bien ajustadita de blanco y ceñirse esas botas para ir a trabajar de puta a una mísera rotonda de acceso a la pista de Silla.
No soy el aprendiz de ejecutivo podrido de dinero, ni el tío bueno que se lleva cada viernes por la noche a la cama a la reina de la discoteca. Quizás no tenga las mejores cartas, pero con las que me han tocado puedo tratar de ganar en la partida de la vida. Apretamos nuestras manos mientras nos alejábamos de Candy sin mirar hacia atrás. Dimos las gracias al cielo por nuestra baza.

sábado, 1 de agosto de 2009

Con vistas hacia arriba (Up)

Pixar lo ha vuelto ha hacer. Han preparado un peliculón de animación al que los padres no van a regañadientes. Otra vez, salvo error u omisión, se llevarán de calle el Oscar de esta disciplina. Una nueva cinta bien montada, con dibujos que son verdaderas obras de arte y un guión que combina la risa con momentos dramáticos... esta vez demasiado.
Y es que nos han ofrecido un argumento facilón para entretener a los pequeños consumidores de dibus y palomitas. La historia no es más que un envoltorio de un crisol de emociones que cuando se te meten en la garganta te joden la noche.
En esas estoy yo ahora. Porque miro mi álbum, ese que empezamos tú y yo juntos hace más de dos años, y tengo muchas páginas en blanco que quiero llenar. Mi problema, y por eso decidí asomarme al Mandor, es que corro mentalmente hacia el futuro, veloz, sin freno, hasta que me topo con el abismo.
Por ahora no caigo, pero sé que ese futuro me lleva tarde o temprano a una última foto juntos. Con un poco de suerte, esa instantánea irá acompañada de una leyenda que dedica un beso postrero y un "hasta la vista".
Suerte que estoy escribiendo, porque ahora no podría hablar ni de coña. Los de Pixar me han dejado jodido, ojalá se queden sin Oscar por cabrones. Me viene a la mente tu promesa, esa que me garantiza que mi esperanza es cierta. Y descubro que quedan muchas tardes junto al Mandor y una eternidad para retozar en las praderas jugando con un tigre o con el bicharraco que nos dé la gana.
Muchos de los que nos lean pensarán que es una chorrada. Estarán de acuerdo con Nieztche en que Dios es un invento para débiles. Igual yo lo soy, pero prefiero vivir como un ingenuo a que me consuma la tristeza cuando Pixar o alguien de su calaña enciendan la llama de las emociones.
Creo en la vida, en disfrutarla a tu lado, desde aquel 12 de mayo de 2007 hasta la eternidad. Llueva o truene, riamos o nos enfademos, quiero compartir mi historia contigo. Puede que esta noche no debiese haber ido al cine. No porque la peli sea mala. Todo lo contrario, es más que recomendable.
Sin embargo, el celuloide me ha explicado a bocajarro lo banal de esta vida. Caben casas que vuelan o pájaros bonitos en forma de proyectos... pero también hay sabuesos, perros con cara de malas personas que te hablan para pinchar los globos que te permitirían volar.
En medio de esta jungla, yo te doy la mano y no quiero soltarla. Deseo con toda mi alma que Él exista, que nos tome a cada uno el brazo que nos queda libre y que con su amor nos susurre "Up, tengo para ti un lugar con vistas hacia arriba".
¿Creeis que soy un ingenuo? Me da igual porque desde el 12 de mayo de 2007, yo soy muy, pero que muy feliz.

miércoles, 29 de julio de 2009

El extraño lago

El sol había asomado sin atisbo de timidez. El astro rey iba a gobernar con tiranía en ese día de finales de julio. El trabajo ya era agotador y aún quedaba toda la jornada. Vio a lo lejos la inmensidad de aquel extraño lago y, sin pernsárselo dos veces, acudió a refrescarse.
El agua tenía un sabor extraño y no estaba demasiado fresca. Pese a ello, el líquido hizo efecto al empezar a fluir por su aparato digestivo. Notaba cómo volvían las fuerzas y desaparecía el calor... y entonces, todo cambió.
Una ola brutal la pilló por sorpresa. Un instante después estaba en medio de aquel lago. Vio una sombra enorme pasar por debajo de ella a gran velocidad. Empezó a mover sus extremidades, intentando escapar de aquella trampa mortal.
El monstruo emergió del agua. Se sintió observada por sus dos ojos marrones, también enormes. Cada uno de los dos siniestros luceros duplicaba su tamaño. Estaba a merced de aquella bestia. "No puedo defenderme. Que lo haga rápido", pensó.
Contra pronóstico, el monstruo se dio la vuelta y se marchó. Daba igual. La muerte sería más siniestra. Seguro que el macabro ser iba a someterla a aquella tortura para luego devorarla sin riesgo de que ella le agrediese en un último y desesperado intento por huir. Las fuerzas se iban extinguiendo. El agua que antes la había reconfortado empezaba a penetrar por su cuerpo. En pocos minutos estaría encharcada y moriría. Pese a ello seguía agitándose, nadando de forma patética tratando de llegar a una orilla que veía demasiado lejos.
Empezaba a perder el sentido cuando una fuerza sobrenatural la alzó. No sabía si estaba soñando, pero un instante después vio el lago a su lado, a pocos pasos de ella. Empapada pero a salvo. No dormía, era real: algo la había sacado del extraño lago. Empezó a caminar y, de repente, se quedó petrificada.
Su visión era borrosa pero percibió cómo el monstruo la observaba fijamente. Empezó a frotarse la cara hasta que focalizó su mirada. El enorme ser seguía observándola pero en sus dos ojos no percibió ni un ápice de maldad.
Intercambiaron la mirada unos instantes hasta que aquella mole volvió a zambullirse en el lago. Cuando estuvo seca, decidió remplender su camino. El día de trabajo iba a ser largo. Cuando volvió la mirada atrás vio que monstruo salía del lago y caminaba por tierra firme. No volvió a darle las gracias.
Este lance ocurrió a principio del día de ayer, cuando me preparaba para un largo día laboral. He querido novelar mi pequeño acto de heroicidad a salvar la vida a una abeja, un noble y trabajador animal que no podía permitir que muriese ahogado en mi piscina si yo podía hacer algo para evitarlo.

martes, 28 de julio de 2009

Quemado

Hoy escribo con rabia, con hastío, con impotencia... cansado de notar cómo el ayer no vale para nada, de saber que deberé sentirme satisfecho si el periódico de esta mañana atesora dentro de unas horas un bocata de jamón con queso. Sería una grosería decir lo que me tocan esos días que empiezan con optimismo y acaban con un mal rato, aunque se sufra de una forma camuflada y absurda.
Como no tengo ganas de muchas florituras, os voy a contar una pequeña historia de una mujer que sólo encuentra consolación, dígase consuelo, en su propio nombre. Voy a hacerlo escueto porque nada sé de su vida, ni de su pasado, ni de sus recuerdos... más que nada porque son un montón de cenizas.
Su presente es jodido y su futuro no se atisba mucho más halagüeño. Quien presentó su marido y resultó ser su pareja (demagogia barata para referirse a la persona con la que sin pasar por vicaría o por el juzgado de paz) padece un cáncer terminal.
El jueves venían de hacerle una transfusión y la policía les impidió acceder a la casa a la que se habían mudado hace una semana. No hizo falta preguntar el porqué. Su inmueble sobresalía en el paisaje, estaba más iluminado que nunca. Se había convertido en una fogata.
No conozco a Consolación, ni sé si es buena persona. No tengo ni idea de la cifra que califica su cuenta corriente ni cuánto ama a su pareja. Sólo supongo que ahora estará desconsolada. Yo en su lugar estaría a mitad de camino entre abatido y furioso, defecándome en mi meretriz existencia pero deseando con todas mis fuerzas pillar al macho caprino que el jueves se entretuvo encendiendo hogueritas en los barrancos cercanos a Valencia.
Suerte que pasó de largo por el Mandor. Ahora sentiría más rabia, hastío e impotencia. No soy militante de Greenpeace, pero me da rabia que se haya quemado un buen trozo del paraíso de Vall d'Alcalà porque un agricultor no tenía nada mejor que hacer que quemar unos rastrojos en día de poniente.
Cuando veo al presunto, no vaya a demandarme, pirómano de Onda me entran unas ideas por las que el mismísimo Torquemada sentiría escalofríos. Y ya cuando recuerdo que han muerto cinco bomberos en Lleida... entonces ya sí que noto un pálpiro de entrepierna que se convierte en un furor que me quema.
Y eso que los incendios venden periódicos todos los veranos. No. Si es así prefiero que se queden todos en el kiosko. Serán enfermos o resentidos, negligentes o ignorantes, odio con toda mi alma a todos los que calcinan una hectárea de naturaleza o ponen en peligro la casa de mis vecinos.
Reconozco que me gusta ver trabajar a las brigadas, los bomberos, los hidroaviones y los helicópteros, pero me embriaga la tristeza cuando veo una ladera teñida de negro.
Jamás he disfrutado tanto con mi profesión como aquella noche con Juanan, cuando éramos dos chavales, en la que estuvimos toda la madrugada cubriendo el incendio de la Calderona. Ese subidón,como ocurre después de cada incendio, se diluyó de forma instantánea, en cuanto vi cientos de árboles quemados. Entonces y el viernes, el resultado fue el mismo. Toda mi satisfacción por el trabajo realizado en un día agotador desaparecieron cuando vi la casa de Consolación arrasada. Odio a los pirómanos. Quemen lo que quemen, aunque no sea con fuego.