martes, 31 de marzo de 2020

Cuarentena en el Mandor (XIII): Llueve

Esta mañana cuando me ha sonado el despertador, llovía. Un día más, la cifra de muertos en España rondaba los 800 y pico. Además, caía agua. He consumido media mañana entre mirar el periódico, revisar la competencia y desayunar. En hacer una entrevista y otra que ya no es hablar con una fuente o un protagonista, sino hacerlo con un amigo que, además, te ayuda a elaborar un texto periodístico. Ha sido una de las charlas más enriquecedoras de todos estos días. Esa persona, igual que por ejemplo Natacha y David, es de esas que te encuentras por el camino y que te regala una profesión maravillosa, ingrata en ocasiones, pero que te permite entrar en contacto con mucha gente.
Cuando hemos colgado, seguía lloviendo.
Maggie ha venido de trabajar de la residencia de Torrent. Aquello es Mordor. No sé cómo aguantan cada jornada allí, donde convivir con la muerte se ha convertido en rutina. Ha tenido turno de noche y apenas ha podido dormir. No lo dice mucho, pero le cuesta conciliar el sueño. El lógico miedo a que le ataque el coronavirus y ver tan de cerca la tragedia no pueden mantener indiferente a nadie. En un día trepidante en que a las 15 tenía la batería al 5%, hemos reservado unos minutos para charlar y observar a los perros. Luego ha dejado de caer agua y los he bajado a dar su primer paseo.
Pero seguía lloviendo.
He tenido una tarde bastante tranquila. Todo el desgaste de hoy lo había sufrido por la mañana. He terminado de preparar un artículo para vender concienciación y optimismo. Los publicamos cada día en el periódico, se titulan "Desde la ventana de..." y creo que el protagonista de mañana dice cosas muy interesantes. Se me ha consumido el día entre cerrar la edición y los aplausos a los sanitarios. En gestionar más cosas para los próximos días. Casi no llego a escribir hoy el blog, pero da igual. Lo importante no es el hoy ni el mañana. Ni siquiera si sigue cayendo agua y subiremos chopados, mis perros y yo, del segundo paseo.
El problema es que llueve. Demasiado. Este trágico aguacero nos ha empapado a todos. 

lunes, 30 de marzo de 2020

Cuarentena en el Mandor (XII): Volveremos

Desde que empezamos a teletrabajar he ido un par de veces a Las Provincias. Una hace un par de sábados a recoger unas cosas y la otra el miércoles pasado para consultar en la hemeroteca datos del tema del 40 aniversario del Maratón de Valencia. Si el vacío de la redacción sobrecogía, el del módulo de deportes era demoledor:


Luces apagadas, mesas ordenadas por la gente que desinfectó el edificio días atrás y silencio. Demasiado silencio. Creía que era cosa de la de Las Provincias, pero resulta que, oyendo esta semana los programas especiales de las radios, me he dado cuenta que las secciones de deportes tenemos en general fama de ruidosos. Hay que reconocer que lo somos y, en nuestro caso, poseemos también lenguas viperinas que desde luego no son ejemplo para ningún colegio.
En nuestra defensa hay que decir también que los partidos de fútbol se celebran casi a diario, mientras las designaciones de la Fallera Mayor o las noches electorales tienen carácter anual... aunque lo de las urnas es tristemente cada vez mas frecuente. También resalto que nuestro jolgorio se comparte en muchas ocasiones con otros compañeros que llegan a la carrera cuando el foro deportivo proclama: "¡Gol de Geni!". Da igual si el tanto es del Valencia, del Levante o del Rayo Vallecano. La Champions, la Liga o el trofeo Naranja... es gol de Geni en clara alusión a uno de los momentazos de la radio española.
Desde hace ya unas semanas echamos todo eso en falta. Lo admiten ya hasta los compañeros de maquetación, los que más cerca están de nosotros y, por tanto, los que más nos padecen. El coronavirus azotó a Juan Carlos Villena y también tenemos a Pedro Campos, sin el maldito Covid-19, peleando por recuperar su salud. Se repondrán. Mientras seguimos a la distancia Calero, Alberto, Valldecabres, Lourdes y yo gestionando la actualidad deportiva cada vez más escasa porque, lógicamente, lo primero, lo principal, lo único, es atajar la pandemia.
Por eso estoy impaciente por iluminar ese módulo. Por compartir tardes hasta la medianoche con ese grupo de locos. Eso querrá decir que habremos ganado y que un par de ellos nos deben alguna merienda y una cena. Que en parte habremos recuperado nuestra vida aunque por el camino haya demasiada gente que haya entregado la suya.
No sé cuándo, pero volveremos.
¡Gol de Geni!

domingo, 29 de marzo de 2020

Cuarentena en el Mandor (XI): No he dormido una hora menos

Cada año cuando a estas alturas cambian la hora, alguien te hace la típica broma: "Hoy dormimos una hora menos". Esta vez no fue una excepción, a lo que respondí: "Pues yo lamentablemente voy a dormir más". Y así ha sido, porque este 29 de marzo lo tenía marcado en mi calendario. El despertador tenía que sonar a las 5.30 horas, a lo que Maggie respondería adormilada: "¡Madre mía, tú estás loco!". Me habría bajado a desayunar, a atender las necesidades fisiológicas y a vestirme. Habría recogido a mi cuñado Juan Marcos, quizás también a David y Natacha. Habríamos ido a Navajas a por el dorsal, los habría llevado a Barracas, donde posiblemente habría hecho una parada de nuevo para las necesidades fisiológicas y después habría ido a Caudiel. Sí, hoy era la fecha marcada para la penúltima parada del #RetoVíasVerdes, pero el maldito Covid-19 me ha dejado un rato más en la cama.

Y debo estar contento, porque mi lecho es cómodo, el que he amoldado a mí y el que comparto cada noche con mi mujer. No es la cama pálida de una UCI, ni siquiera de una planta de hospital que acompaña en estos días a demasiada gente. No voy a ser cínico, he tenido que digerir que mis planes como corredor para 2020 hayan saltado de repente en mil añicos. Inicié un reto solidario hace algo más de un año: en 2019 correría Ojos Negros y Arnedo y para 2020, el circuito completo de Maratón Vías Verdes. Abrí una cuenta para recaudar fondos por la investigación contra el cáncer a través de la web de la AECC. Completé el programa del año pasado y a finales tuve la buena noticia de que mis amigos Natacha y David se habían decidido a acompañarme en la triada final.
Ya con el coronavirus rondando, fuimos a Girona hace unas semanas. Una experiencia para repetir. Fue lo que pensamos y quizás las circunstancias nos obliguen a ello. No podemos permitir que el reto acabe así, pero ya lo decidiremos cuando esto pase, al abrigo de un café. Porque ahora, aunque nos fastidie, sabemos que no es momento de correr. Hoy deberíamos haber recorrido la vía verde Ojos Negros y nos hemos encontrado con unas horas más de sueño. Quién sabe cuánto tardaremos en volver a ponernos un dorsal en el pecho.
Ahora es momento de quedarse en casa. Como corredores solidarios, no podemos transmitir otro mensaje.
Y si quieres, puedes seguir donando para luchar contra el cáncer: AQUÍ.

sábado, 28 de marzo de 2020

Cuarentena en el Mandor (X): El mirlo

Hace justo una semana, en esta especie de diario de un confinamiento que me estoy obligando a escribir, os decía que para mí y mi familia el sábado es un día distinto desde siempre. Por eso, mientras sigamos encerrados, voy a tratar de aportar alguna idea diferente cada siete entradas. Para la reflexión de hoy me vino la luz a través de una sombra y de una mancha negra. "¡Se ha posado en mi balcón un cuervo!", le informé a mi interlocutor telefónico con sorpresa. "¡Pues ve con cuidado!", me respondió. "Alas negras, noticias negras", se cansa de escribir George R. Martin en las miles de páginas de su serie inconclusa 'Canción de Hielo y Fuego', la que inspiró la exitosa serie 'Juego de Tronos'. Pobres pajarracos, a los que hemos estigmatizado tanto como a los gatos del mismo color.
Me di cuenta enseguida de mi error al ver el pico del ave mientras alzaba de nuevo el vuelo de mi barandilla, asustada al percibir una presencia varias veces más grande que ella. "No, es una urraca", rectifiqué un poco a la desesperada.
A un par de metros, en el balcón de al lado, mi vecino pintaba su barandilla. "Cuando escuché lo que venía, compré pintura y he dejado nueva toda la casa. Un poco me ha faltado para el salón, y ahora ya tocará esperar a que todo esto pase", me comentó después de corregirme: "Es un mirlo, las urracas son negras y blancas". Lo decía con una sonrisa que venía a decir: "Tú de ornitología mal, ¿no?". Es cierto que un mirlo negro, por el color, se parece más a un cuervo y por la forma del pico la similitud se acerca a la de la urraca. Pero vamos, que hay que echarle imaginación. Lo bueno que yo saco de esto: que ya sé que lo que vuela en libertad por el Mandor, con la única preocupación de que no les pille algún gato, son mirlos negros.
Y como os decía al principio, que ese pequeño episodio, además de para saludar a mi vecino, un corredor de bien enjaulado como un servidor, me inspiró para escribir este sábado. Horas después me vino a la mente un texto bíblico, otro de los que me han repetido infinidad de veces desde niño. Es muy conocido, así que es posible que aunque no seas creyente te suene: "Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? (Mateo 6:26)".
Ya escribí hace una semana lo que opina de Nietzsche de la religión y si concuerda con la tuya, me considerarás un iluso. Igual hasta has dejado de leer ya. Yo reconozco que pensar en ese pájaro que huyó asustado de mi presencia, ágil y sano, sin coronavirus que lo atenace, me reconfortó. ¿Cuida algún dios de ese ave y de las otras que vuelan por la Tierra? No puedo demostrarlo. ¿Qué además de confiar en lo divino nuestra tarea es quedarnos en casa?. Lo de 'a Dios rogando y con el mazo dando'.
El texto de Mateo, que viene a ser una transcripción de un sermón de Jesucristo, hace un llamamiento a la fe. A no preocuparnos por lo que vestiremos o lo que comeremos. Hace días que equiparo esta crisis del Covid-19 con una guerra. La llamaría, incluso, la III Guerra Mundial. Sin bombas y granadas como las anteriores, esta ha confinado a todo el planeta (a los seres humanos) y ha cambiado la producción de cientos de industrias, que ahora fabrican material sanitario del mismo modo que en el anterior conflicto bélico firmas de automoción armaron tanques. Y los civiles que sufrieron aquellos tiempos aún tenían menos razones para confiar en la ayuda divina que nosotros.
Igual que los mirlos siguieron entonces volando mientras los humanos peleábamos, nuestra especie superó aquello. Y ahora volverá a suceder. Yo confío. Eso sí, a diferencia de los pajarillos, a los que sólo mueve el instinto de supervivencia, nosotros somos seres racionales. Podemos pensar y actuar con una lógica. En estos momentos, lo inteligente es intentar razonar en positivo y, sobre todo...
Quédate en casa.

viernes, 27 de marzo de 2020

Cuarentena en el Mandor (IX): Yo me quedo en casa

Esta tarde me he permitido robar una foto:


Es una foto que colgó hace algunos días mi cuñada Sara. La hizo en la habitación de mi sobrina Isabella, una niña de nueve años que desde el principio de esta (hay que reconocerlo) exasperante cuarentena entendió que algo grave está pasando. Sin comprender exactamente el alcance real de la situación, algo que yo creo que nos ocurre a casi todos incluyendo a los que nos gobiernan, la chiquilla colocó el hastag que ya circulaba por redes en su escritorio.
Sin estar aún enganchada a Instagram o a alguna red de la gente de su edad, que ellos el Twitter al ritmo que vamos lo van a ver ya como algo de viejos. Cuando le cuente que yo hablaba todas las noches con tia Maggie a través del Messenger y que para ello teníamos que estar pegados al ordenador, va a pensar que le hablo de la Prehistoria.
Aún recuerdo cómo ella, sin saber aún caminar, movía su dedito en la pantalla táctil en busca de los dibujos animados. Sin tener ni idea de lo que era Youtube, ya era capaz de buscar en el móvil y la tablet. Instinto de supervivencia 3.0. Y sin estar todavía embelesada con las redes, que le queda medio telediario aunque la frase también sea cosa de viejos, ella ha visto por ahí la etiqueta. Que sí, que también es de viejos decir etiqueta, porque toda frase que va precedida de # (almohadilla) con el fin de viralizarla es un hastag.
Pero sea lo que sea, ella ha comprendido que se tiene que quedar en casa y se lo ha querido poner bien cerca de su guarida. De su rincón. Para tenerlo siempre presente. Como todos, ella está harta de no poder salir a la calle para ir al colegio o a música, a dar un paseo y pedir que la lleve al kiosco o a merendar a la cafetería. Sabe que toca pasar por esta penitencia para que todo esto pase, para ganar al coronavirus y que se lleve las menos vidas posibles, que la factura ya es demasiado alta.
Hoy que empieza otro finde, lo que para muchos es sinónimo de fiesta y para otros tantos de deporte, piensa con la cabeza. Ya no por la multa sino porque esto hay que pararlo:
#yomequedoencasa
Si una niña de nueve años lo ha entendido a la primera, tú también puedes.

jueves, 26 de marzo de 2020

Cuarentena en el Mandor (VIII): No abandones

Lo primero que quiero hacer es pedir disculpas a mi audiencia: ayer no os importuné con mis reflexiones diarias desde la ribera del Mandor. No sé si esto es una buena noticia, pero ahí va este pedacito de texto de nuevo, tras un día que se me pasó en un santiamén haciendo gestiones del trabajo. Hoy voy a hablar de nuestros amigos peludos, que están en su salsa porque nosotros no nos vamos cada día a trabajar.
Decía esta semana en la entrada 'Gaia' que los animales no necesitan a los humanos, más allá de los que hemos domesticado. Zeus y Bimba, nuestros dos pugs, son un buen ejemplo de ello. Aunque sobre todo él se crea un doberman, difícilmente veo a un carlino sobreviviendo en la calle sin los cuidados de una familia: le duraría diez segundos a casi cualquier otro perro, sería despellegado por un gato o una rata de notable calibre sería capaz de devorarlo.
Mis muchachos, mientras nosotros tengamos un halo de vida, pueden estar tranquilos de que tendrán un puñado de comida y mantas para vivir mejor que muchas personas en ciertos lugares del mundo. Se lo ganan dándonos compañía, algo que han intensificado en estos días lúgubres de cuarentena por el maldito coronavirus. Por ellos y por muchos otros perros y gatos de todo el planeta, hoy os hago una petición: no abandones.
Lo hago después de un artículo de la serie 'Héroes sin capa' que he escrito para Las Provincias. Luis, el veterinario que trata a mis perros, es el protagonista. Hablamos de cómo ha adaptado su clínica para seguir en marcha como un servicio esencial. Me dijo que es vital ahora mismo tener a nuestras mascotas sanas porque si nos transmiten una infección y además nos contagian de Covid-19, podemos pasarlo muy, muy mal. Luego me llamó más tarde para especificarme que los perros y gatos no transmiten este coronavirus.
Luis está preocupado por las familias que consideran a su perro o a su gato como un mueble más. Imposible que lo quieran realmente como un miembro de la casa si a la primera de cambio son capaces de dejarlo tirado en la calle sin mirar atrás. O si, para amortiguar la voz de una dudosa conciencia, se lo endosan al primero al que se convence, como le sucedió Bimba cuando la adoptamos, al considerar que molesta después de seis años de convivencia.
Como Luis, proclamo bien alto: ¡NO ABANDONES, QUE NO LO MERECEN!
Por si es el miedo lo que puede moverte a hacerlo, comparto un gráfico que me hizo llegar el veterinario sobre precauciones a tomar si estás en contacto con animales:


martes, 24 de marzo de 2020

Cuarentena en el Mandor (VII): No eres olímpico y ya no molas, 2020

Ya no molas. Vete cuanto antes, 2020. Así de claro. Ya no te quiero. Soporté que como carta de presentación te llevaras por delante los puestos de trabajo de unos cuantos compañeros. Mantuve la ilusión con algunos proyectos laborales que tengo en mente, con mi #RetoVíasVerdes y con que estábamos en año olímpico. Desde Barcelona 92, cuando era un chavalín con 13 primaveras, he disfrutado de cada verano con Juegos Olímpicos. Pensaba que este volvería a ser apasionante, con madrugones para correr y ver las competiciones de Tokio. Ahora, espero, me quedará lo primero.
Había digerido ya que mi sobrino Josué nacerá y lo conoceré por facetime. Que no podré empezar a chincharle haciéndole cosquillas en sus piececitos hasta que pasen unas semanas. Lo hice con Samuel, a Isabella la tiré de cabeza en una pradera y con Olivia, no me acuerdo pero algo le haría, seguro. Al menos el muchacho va a estar a salvo de mí en sus primeros días de vida.
Nos hemos malacostumbrado a no comer los sábados en casa de mis padres. Todo volverá, pero es una de esas buenas costumbres con las que la rutina y el estrés no había podido. La ha tenido que arruinar el coronavirus y las necesarias medidas que prevención para tratar de resguardar de sus fauces a las personas de riesgo. Hoy estoy más positivo, sabedor de que esto pasará y que nos amoldaremos a la nueva economía, como cuando estalló la burbuja inmobiliaria en 2007.
Lo de los Juegos estaba cantado. Era un clamor sobre todo, por parte de sus protagonistas, los que saben de esto: los deportistas olímpicos y paralímpicos. Ayer hablé con muchos y, como queda plasmado en el artículo al que podéis acceder desde aquí la opinión era casi unánime: Tokio 2020 debía pasar a ser Tokio 2021. Y el COI, reacio por motivos económicos y organizativos a tomar la decisión lógica, ha tenido que ceder. Lo entiendo y lo aplaudo porque yo, que soy un enamorado del deporte, comprendo que ahora lo primero y casi único es la salud.
Yo espero ya con ilusión los Juegos Olímpicos de Tokio de 2021.
En lo que respecta a ti, 2020, vete de una vez. Te odio.

lunes, 23 de marzo de 2020

Cuarentena en el Mandor (VI): Mis miedos

Siempre he sido un hipocondríaco raro. He pasado años temiendo padecer tal y cual enfermedad, pero no he sido nunca de visitar a los médicos. "Verte a ti, mejor con una cerveza delante y al solecito", le dije hace unas semanas a un doctor que me cayó bien. No era al primero al que le hacía esa broma. Odio los hospitales y siento pavor ante las agujas... a decir verdad, a cualquier objeto punzante que se me acerque a menos de un metro. Hace poco concluí que no soy hipocondríaco. Tampoco le tengo miedo a mi muerte, si esta llega de una forma razonablemente rápida e indolora.
A lo que sí temo es a cómo se tomarán mis allegados mi propia muerte. Me desconsuela imaginarlos pasar un mal rato cuando, si sucede, ya no habrá nada que hacer y yo estaré en paz, sin sufrir. También me da mucho miedo que pueda pasarle algo malo a la gente que quiero. Desde el desembarco del coronavirus, trato enérgicamente a mi madre -claro factor de riesgo- para que no salga de casa salvo que esté ardiendo. Con mi hermana, que tendrá en menos de un mes a su segundo hijo y mi segundo sobrino de sangre (lo que no equivale a que quiera menos a mis dos sobrinas políticas), vivo menos preocupado, pero también respiraré cuando todo haya pasado.
Noté media sensación de alegría y de inquietud cuando a Maggie la llamaron para trabajar en la residencia esa de Torrent que sale tanto en la tele. A ella, que le brillan los ojos cada noche cuando sale al balcón a aplaudir a los sanitarios (en parte a sí misma) y que los primeros días de crisis estaba deseando que la llamasen para ayudar, no puede atacarla este hijo de puta que nos ha vuelto la vida a todos del revés. No lo merece. Por eso, mientras ella llega cada día a casa y termina con naturalidad su protocolo de desinfección, yo la chequeo (o creo que lo hago) para comprobar que está bien.
Padezco por la economía. Por los empresarios que presentan ERTES porque no pueden seguir produciendo y por la gente que perderá su trabajo, aunque sea de forma momentánea. Por quienes no regresarán y por los casos de vileza humana que seguro que hay en algunos casos.
Sí, hoy estoy un poco de bajón, que no pesimista. Esto va a pasar y seguro que salimos adelante. Espero que se quede todo en un miedo infundado más, como aquella noche que me dormí abrazado a mi perro, sin llorar por pura vergüenza, pensando que padecía una enfermedad terminal.

domingo, 22 de marzo de 2020

Cuarentena en el Mandor (V): Gaia

Hoy me inspira la cámara de mi compañero Txema Rodríguez, que ha captado estos días imágenes del jardín del viejo cauce del Turia a su paso por Valencia. Lo ha titulado 'El río sin nosotros' y ha entrelazado fotografías con palabras para describir el estado actual de uno de los pulmones verdes de la ciudad. Como los canales de Venecia, con aguas menos turbias que cuando estuvimos Maggie y yo de visita hace un año y peces nadando en libertad, al río lo he visto bien. Las plantas y los animales, más allá de los que hemos domesticado para que nos hagan compañía, no nos necesitan.
Hay una teoría, concebida en la segunda mitad del siglo XX, que defiende que nuestro planeta tiene vida propia. Gaia, se denomina a la Tierra. Ese es el título de una de las novelas de la fabulosa serie 'Fundación' de Isaac Asimov: él describe un planeta donde cada ser vivo y mineral trabaja de una forma coordinada y en busca de un bien común. Y yo, sinceramente, creo que los seres humanos no tomamos decisiones pensando en el ecosistema como conjunto sino, como mucho, en nuestra especie.
"Me vengaré de todo mal que me hagas, yo te lo devolveré. El hombre nunca fue dueño de Gaia, es justamente al revés", canta el grupo 'Mago de Oz' en su tema titulado con esa denominación de la Tierra. ¡No! Que nadie crea que estoy insinuando que esto del coronavirus es una especie de castigo al ser humano por sus excesos. No me imagino a la Tierra como un dibujo animado con mirada y media sonrisa burlonas por la situación actual.
Sí creo que esta maldita pandemia ha demostrado en una semana -la que llevamos en el primer mundo de CRISIS con mayúsculas, porque el segundo y el tercero nos importan un comino- que somos un azote, un depredador para nuestro propio ecosistema. Que encerrados en casas nuestra en atmósfera hay muchos menos residuos de los hidrocarburos que quemamos para desplazarnos, por ejemplo. Ojalá esto nos ayude a reflexionar y la humanidad quiera dejar un planeta mejor que el que nos encontramos al nacer.
Gaia nos lo agradecería.

sábado, 21 de marzo de 2020

Cuarentena en el Mandor (IV): Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?

Este es el segundo sábado desde que estamos en cuarentena, el primero desde que empecé a escribir esta serie en mi blog. Para mi familia, el sábado es desde que nací un día especial. Nosotros somos creyentes. Cristianos. Consideramos el sábado como día de reposo. Sí, ya lo sé. Yo hace tiempo quedé cautivo de una profesión que me apasiona y ahí queda una historia pendiente...
De los muchos años que me he levantado pronto para ir a la iglesia con mis padres, de los libros que he leído con temática cristiana, hay un texto que se me ha quedado grabado a fuego. Está en la Biblia. En Romanos 8:31: "¿Qué pues diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?". Me lo recitó un día mi padre y me impresionó tanto que siempre que he sentido angustia por algo, el versículo ha martilleado mi cabeza.
Quizás no seas cristiano. Que hayas dejado de leer. Espero que no. Si eres ateo, igual estás de acuerdo con Nieztsche en aquello de que la religión es una filosofía para débiles y miedosos. La realidad es que estamos en tiempo de ser fuertes. Nos han dicho que el coronavirus no mata a gente sana sin patologías previas, pero todos tenemos algún familiar que encaja en los grupos de riesgo. Y aunque con nuestra edad pensemos que es poco más que una gripe, las cifras generan incertidumbre. 
Pero no es tiempo de tener miedo. Tampoco de tomárselo como algo baladí. Me avergüenza que las fuerzas de seguridad tengan que salir a la calle a arriesgar su salud para que nos quedemos en casa. Que miles de sanitarios se jueguen el tipo mientras nosotros estamos maldiciendo nuestro infortunio porque mañana no podremos salir en bici o a correr. Esta guerra no se va a ganar con bombas, tanques, ni fusiles, pero sí con una disciplina marcial.
"Si es Dios con nosotros..." no implica dejarlo todo en manos de una deidad o la fortuna. Arturo Pérez-Reverte pone un buen ejemplo en su novela 'Sidi', en un diálogo donde Álvar Fáñez 'Minaya', lanza ante la proximidad de una batalla el manido 'Si Dios Quiere'. "Siempre se le puede echar una mano a Dios", replica Ruy Díaz. Creyentes o no, apliquémonos el cuento.

viernes, 20 de marzo de 2020

Cuarentena en el Mandor (III): He comprado de todo y sin colas

Hoy, además de la protocolaria vuelta a los perros, he salido de la jaula. Como si de un acontecimiento sin igual se tratase, he preparado el carrito y me he hecho a la calle. Yo, que estoy tratando de ser un buen ciudadano en esto de la cuarentena, admito que lo he pasado pipa. He saboreado el aire frío que se estampaba en mi cara camino del casco urbano de mi L'Eliana, a apenas 600 metros de mi casa.
Iba decidido a comprar unas cosas al supermercado más cercano y he observado con estupor una larga cola para entrar en el establecimiento. Yo, que teletrabajando, pero tengo la fortuna de tener que trabajar estos días complicados, no podía permitirme una hora de espera para adquirir los enseres que necesito para pasar otra semana casi a la sombra.
He cambiado levemente el plan, porque además del supermercado, tenía ya de antemano decidido hacer un itinerario por los pequeños comercios que frecuento. A Mari Carmen, la de la herboristería, le he comprado leche vegetal para un mes, un par de bolsas de unos caramelos a los que me he enganchado como si fueran café o tabaco (con la excusa de que me pica la garganta) y algunas hamburguesas y salchichas sin muerte. De la frutería Mandarina me he aprovisionado de casi todo tipo de vegetales. He saludado a mi amiga Lourdes y he cometido dos pecados: queso para sándwiches esta noche y otro con trufa que vale una pasta pero que adquirí por si en este encierro tuviera que apelar a mi última comida.
He regresado hacia casa, esperando que la cola hubiese disminuido con la cercanía de la hora de comer y pudiese entrar sin esperas al supermercado. Mi gozo en un pozo. He pensado rápido y me he acordado de que al otro lado del metro hay un pequeño ultramarinos, donde he comprado los zumos y cocacolas que me había encargado Maggie. Y así, victorioso, me he encaminado a mi hogar, o la delegación en L'Eliana de Las Provincias, que ya no lo sé...
¡Mierda! Olvidé comprar pan de sándwiches y jabón de manos.

jueves, 19 de marzo de 2020

Cuarentena en el Mandor (II): El día del padre

En casa nunca hemos sido mucho del celebrar el día del padre. Quizás porque coincide con San José y, aunque no somos falleros, siempre hemos ido a disfrutar del ambiente festivo por Valencia en esos días. Primero en familia, luego con los amigos, después igual porque tocaba trabajar... el caso es que, sí, igual algún año felicitamos a mi padre, que tampoco es muy de esas cosas, pero poco más. Mi mujer sí, y ayer, antes de cenar, me dijo con cierta tristeza: "¡Menudo día del padre!".
Y sí, es cierto. Mal día del padre porque los padres que hoy tienen a sus hijos en casa son quizás los que menos los necesitan... aunque crean lo contrario. Mis amigos con chavales que aún dependen del calor de sus alas se pasan inventando fórmulas para que los pequeños sobrelleven lo mejor que pueden esta exasperante cuarentena. Hablamos mucho de héroes y ellos, desde luego, lo son. Un buen regalo del día del padre, en su caso, sería descansar un rato de chavales en la flor de la vida y con excedente de vitalidad encerrados entre cuatro paredes.
Pero hoy, antes de centrarme un poco en lo mío, quiero acordarme de esos padres que necesitarían que sus hijos les hicieran la comida, les fuesen a comprar, les ayudasen a asearse o, sencillamente, les hicieran compañía porque se han hecho mayores y ya están solos. Y no lo tienen. Hay muchos hogares de gente que se encuentra confinada -sola en algunos casos- y que vive entre la resignación y el miedo porque se siente parte del tan mencionado 'grupo de riesgo'. O algunos que están con pavor en un hospital, sin poder coger la mano de sus hijos porque adivinan que libran una batalla a vida o muerte contra el maldito coronavirus.
Hoy quiero felicitar a mi padre, a pesar de que no le gustan las celebraciones ni los regalos. Le obsequié con una colección del 'Jabato', su héroe de la juventud, por su jubilación: desde entonces, corre al kiosko cuando cree que ha llegado alguna nueva entrega para comprarlo él y que yo no me gaste dinero. No espera un regalo ni un 'felicidades' ningún 19 de marzo. Lo que sí sigue haciendo es preocuparse por, ya no sus hijos, sino por toda su familia.
Hay veces que me desespera. Como hace un par de semanas, cuando machaconamente me repitió que no fuese a Girona a correr la primera carrera de lo que entonces iba a ser la triada final del Reto Vías Verdes. Los expertos nos decían que hiciéramos vida normal, pero él ya vio peligro en moverse alegremente en pleno desembarco del coronavirus. A veces, muchas, se pasa de prudente, pero ahora, pasados los 40, puedo decir bien alto que sé que es su forma de decir 'te quiero'. No te preocupes, a mí también me genera urticaria la corta y sencilla frase, no me explico por qué.
Dicho con toda la humildad, hoy creo que nosotros no te necesitamos. Entiéndeme bien. Nos apañamos en este confinamiento que ya querrían muchas personas, con comodidades, comida para semanas aunque no nos lo creamos y pasatiempos que no nos acabaremos, aparte del trabajo. No. Me refiero a que estás haciendo lo que necesitamos: ser tú, machacón, para que mamá, que sí es un grupo de riesgo, no se pase de atrevida y siga con disciplina la batalla contra este enemigo vil e invisible.
No soy padre. Creo que nunca lo seré. A veces os envidio. Pocas, porque no me siento capaz de tal responsabilidad. Pero sois héroes. Todos.
Feliz día del padre.

miércoles, 18 de marzo de 2020

Cuarentena en el Mandor (I): Yo no quiero librar

Hasta anoche no había tenido tiempo casi para pensarlo. Sí, era consciente de que nada es igual. Llevo días trabajando en una habitación que he convertido en improvisado gimnasio. No amenizo las tardes de trabajo intercambiando improperios con Valldecabres ni haciendo de fumador pasivo con Calero. Por contra, escucho los ronquidos de Zeus, mi perro, que hace más que ellos dos juntos para que me centre en mi humilde aportación en el periódico del día, tan necesario en estos tiempos difíciles. "¡Mañana yo me voy, y tú no!". Así me chinchaba Maggie, mi mujer, cuando por la tarde la llamaron para trabajar como enfermera. Estaba deseándolo y lo demuestra que haya desterrado su combo de aburrimiento y mal genio de días anteriores.
La triste realidad, para mí, era esa: que hoy, miércoles 18 de marzo, el día de la Nit del Foc que en teoría me tocaba pringar, libro. ¡Y yo no quiero librar! Cuando ha sonado el despertador, su despertador, me he quedado un rato más en la cama. He dado un par de vueltas, me he levantado unos minutos de escuchar cómo cerraba la puerta al marcharse, he alargado el desayuno, he bajado a los perros (mi oasis de libertad), he tenido conversaciones telefónicas... ¡y he escrito un reportaje para el periódico! Lo veréis los próximos días, pero os digo que he disfrutado porque al final la mañana se me ha pasado volando.
Y es que... YO NO QUIERO LIBRAR... YO NO QUIERO LIBRAR... Después de varios días de teletrabajo, de cuatro jornadas de confinamiento, a la quinta me he dado cuenta de lo que es vivir en una jaula confortable. Ya empaticé el lunes con los pajarillos que tenemos toda una vida entre barrotes, alimentándolos y seguros de cualquier riesgo, pero impidiéndoles desplegar las alas. ¡Qué injusticia! El coronavirus nos ha quitado la libertad. Ese riesgo de vivir y de elegir, confinándonos entre cuatro paredes. Le ha restado alicientes a nuestra existencia y eso es a la larga peor que cualquier miedo a la muerte que, en esta crisis sanitaria, es improbable para la mayor parte de la población. Pero por los otros, por los que sí, hay que quedarse en casa.
Aunque no aburramos. Pese a que nos muramos por salir a trotar o a tomar una cerveza con un amigo. Yo no quiero librar, pero tampoco deseo que este enemigo invisible cause demasiadas bajas en esta guerra que vamos a ganar. Hace casi un año que no abría esta ventana al Mandor. Vuelvo a hacerlo para hablar de algo cada día, no se si a modo de diario o de reflexión. Si a alguien le sirve para distraerse cinco minutos, bienvenido sea.
Hoy he tenido envidia de los pajarillos que piaban libres por el barranco. Mañana me pasará lo mismo. Porque yo no quiero librar... y mañana, vuelvo a librar.