jueves, 20 de abril de 2017

Roja y majestuosa

El otro día volvía de correr hacia casa. Vislumbraba a lo lejos el complejo junto al Mandor en el que resido. Venía recuperando por el propio barranco. Bebía agua. Recobraba el aliento. Notaba esa extraña sensación de cansancio y bienestar a partes iguales que me cautivó hace un par de años. Y observé. Entonces la vi. Roja. Majestuosa en medio de una alfombra verde. Erguida, con delicadeza y orgullo. Como si fuera única. Como si tratase de alardear de su belleza. Como si quisiera ser mía. Y por un instante, deseé que fuera tuya. Fue justo un segundo. Mis pies recibieron dos órdenes. ‘Ve hacia ella’ y ‘sigue caminando’.

Cuando por pura inercia obedecí a la segunda orden y alcé de nuevo los ojos vi que no era única. Eran una legión. Todas bellas. Todas delicadas y majestuosas. Embriagadoras. Amapolas. Tan cerca de casa. En el Mandor. Su rojo resalta en el barranco, proclamando que la primavera ha llegado. Seguí caminando y observé cómo ese entorno asilvestrado iba cambiando de tonalidad. Del colorado al violeta de las flores de malva, al blanco y amarillo de las margaritas y al color del sol del diente de león. Todo condimentado con el manto verde y salpimentado por el revuelo de alguna mariposa y el trino de los pajarillos.
Como dije antes había pensado que una de esas amapolas fuese tuya. Arrancarla y llevarla a casa para cuando despertases. Pero decidí que no lo merecíais. Ni tú ni la flor. Decidí dejarla allí, para que cualquiera que pasase en esa mañana pascuera pudiese percibir y elogiar su belleza. Que en lugar de marchitarse en unas horas fuese capaz de seguir proclamando que la primavera ha llegado y con ella una estación de colorido y alegría, de luz y de vida. Y reflexioné que eso te regalaría si estuviera en mi mano: toda una vida, infinita y llena de felicidad.
Por la tarde, antes de que se escondiese el sol, volví al Mandor en compañía de Zeus, nuestro perro. Él olisqueaba los hierbajos y señalizaba los rincones que consideraba suyos. Yo volví a deleitarme con esa obra de arte natural expuesta a pocos metros de mi casa. Y tomé unas fotografías, quizás eternas, pero que son sólo una esencia de lo que había sentido por la mañana.