lunes, 23 de noviembre de 2009

'Celda 211' al detalle

Este post va dedicado a la mejor película española del año, pretende ser una breve manera de saborearla. Más que una crítica, es un homenaje paso a paso, letra a letra.

C. Calzones. El casi debutante Alberto Ammann borda su papel como Juan, un personaje que ofrece dos caras bien distintas a lo largo de la historia. El carcelero novato se transforma conforme transcurre la historia y resulta creíble durante toda la película. Sólo Luis Tosar es capaz de eclipsar a un actor que ha demostrado tener muchos recursos.

E. Etura, Marta. La chica de la película. Es probablemente el personaje más flojo de la historia, aunque desencadena su giro argumental. La actriz no brilla, más que nada porque otros compañeros de reparto (entre ellos su novio en la vida real) bordan su papel. Pese a todo, está correcta, mucho mejor que otras actrices yankies en personajes más lucidores.

L. Luis Tosar. Sencillamente magnífico. Si ya nos había demostrado cómo se las gasta cuando hace de villano en películas como 'La vida que te espera' o, sobre todo, 'Te doy mis ojos', su interpretación del recluso Malamadre es sencillamente fantástica. Luis Tosar va a arrasar en los premios. Creo que el Goya a mejor actor ya tiene nombre y pienso que los galardones deberían llegar desde más allá de las fronteras peninsulares.

D. Daniel Monzón. El director ha logrado lo que quería: un buen thriller sin violencia injustificada y con una muy buena historia. Invita a plantearse cómo son tratados los reclusos y juega a preguntarse cómo actuaría el gobierno ante una situación que no es para nada imposible. Después de lograr el aplauso de los críticos por 'La caja Kovac' (2006), Monzón se consagra con su cuarta película (antes dirigió 'El corazón del guerrero' (2000) y 'El robo más grande jamás contado' (2002)).

A. Antonio Resines. El veterano actor ha logrado despojarse del traje de Diego. Ha sido hábil al aceptar un papel totalmente antagónico al del protagonista de 'Los Serrano' que parecía haberle encasillado de por vida. De todas formas, el poli malo a la española está muy visto y es uno de los personajes más facilones de la película.

2. Las horas aproximadas de metraje (111 minutos) de una película fantástica en la que casi todo es creíble. Quizás el momento en que Resines se quita la máscara en plena actuación policial para mirar a la cámara del móvil, o lo fácil que lo tiene Juan para camelarse a Malamadre son los únicos peros de un guión perfecto.

11. El mes, noviembre. Hasta para eso ha tenido suerte 'Celda 211', estrenada en un momento en el que triunfaban dos blockbusters para adolescentes ('Luna Nueva' y '2012') y poco más. La cinta de Daniel Monzón es la elección más segura para el público más maduro, los espectadores que acuden a las salas en busca de algo más que efectos especiales y caras bonitas. Y además, la historia tiene ritmo suficiente para gustar a los chavales que ya han visto las superproducciones y quieren entrar a una de acción.

Por todo lo expuesto y mucho más, 'Celda 211' está triunfando en taquilla y es una película totalmente recomendable. La primera secuencia, en la que se ofrecen todo tipo de detalles es para no mirar (un hombre se suicida en la cárcel cortándose las venas). El resto, para no perderse un detalle. Disfrutadla.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Estafado en el cine (The box)

Quedamos con unos amigos con los que hacía días que no pasábamos un rato. Cena acompañada de buenas risas y cine. Un plan perfecto... hasta que elegimos la película. Me tomo este post, por aquello de la urgencia y de las horas, como un servicio a mis amigos seguidores, regulares u ocasionales, que planeen ir al cine durante el fin de semana.
Si no tenéis entradas de 'Luna nueva' o pasais de 'Celda 211' (crítica en preparación), id a tomaros una cerveza, o a ver el partido de la Sexta o elegid otra peli... pero por lo que más querais, no compreis entradas para 'The box'.
Durante mis muchos años de afición al cine he visto cintas buenas y malas. Como todos, este arte es subjetivo. Algunas películas son la releche y punto. Otras están abiertas a opiniones y existen muchas que son de una calidad ínfima pero entretienen.
'The box' no encaja en ningún grupo. Con deciros que una pareja que ha sobado hasta bien entrados los créditos es la que más ha rentabilizado su dinero, creo que ya os defino la película.
No tiene ni pies ni cabeza. El guión carece de sentido. Es larga. Los efectos están mal hechos. Y definitivamente, Cameron Díaz no es sino una actriz de las de lucir palmito en las comedias de verano.
"La paranoia y yo formamos una pareja indisoluble", señala Richard Kelly, director de la película en Fotogramas. No hace falta que lo jure. Lo único entendible es que cuando aprietas un botoncito, muere alguien. La película empieza y acaba ahí. Todo lo demás carece de nexo, explicación y calidad.
A mi que me gusta el cine y admiro a quien hace una buena película, y me gustaría ser capaz de escribir un gran guión, me parece que 'The box' es una burla a este arte, y una falta de respeto a todo el que se gasta seis euros en una entrada en lugar de engrosar las estadísticas de las descargas ilegales.
Esto es un aviso. Cada uno es libre. Si queréis, la peli está en cartelera. Este post es una opinión. Sólo os digo que en la sala había gente dormida, otros indignados, algunos que reían resignados y burlándose del film... la opinión era bastante generalizada. Allá vosotros, pero aunque me cueste decirlo, supongo que el bodrio navideño del cargante Jim Carrey será bastante mejor.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Un cartelito en el ascensor


El otro día subí en un ascensor. Una tarea mecánica, a veces incluso incómoda. Son apenas 30 segundos de actividad de alto riesgo. Te puedes encontrar con alguien que no conoces de nada, con la que cruzas un frío "buenas tardes" y el deseo irreprimible de acabar ipso facto ese viaje a un palmo de distancia con alguien con quien mantienes una complicidad cero. La cosa puede complicarse si ese vecino parece no haberse leído el extenso manual de instrucciones del jabón. También resulta más incómodo cuando el compañero se convierte en compañeros de viaje: odio a la típica parejita que entra en el estrecho habitáculo en plena marejada y te hace partícipe de su discusión.
Abro la puerta. Respiro aliviado. No viene nadie. ¿Seré un insociable? Cierro la puerta y cuando pulso a mi destino, mis ojos me invitan a descojonarme y mi olfato despierta un irreprimible instinto asesino. Si la parejita enfadada me resulta molesta, el capullo que no puede esperar a hacerse el pitillo en la calle o en su puñetera casa me parece un enorme grano en la rabadilla. Ese era el caso.
Algún vecino, en un alarde de empatía infinita, había subido o bajado en el ascensor fumando, sin pensar en que toca las pelotas a los no fumadores y molesta a los usuarios que padecen de rinitis o asma alérgicos o están pasando un resfriado.
Mientras le deseaba el fuego eterno, más que nada para que ese insolidario fume bien a gustito y todo lo que quiera en el mismísimo averno, leí un cartelito que había colocado otro vecino con el que me siento totalmente identificado: "Por favor, no sean cerdos y absténganse de fumar en el ascensor. ¿Les gustaría que yo tirase una caja de bombas fétidas?"
Con una mezcla de indignación y diversión llegué a mi destino. Una hora después, cuando volví a usar el montacargas, el cartelito no estaba. Me imagino a otro vecino, sosteniendo su fétido cigarrillo con los labios, arrancando el papel mientras murmuraba alguna blasfemia dedicada al "maleducado" que hubiese colocado la leyenda. Espero por lo menos que la chimenea portátil estuviese recién encendida y se le cayese al suelo mientras profería un insulto.
Esta pequeña experiencia me resulta divertida, pero al mismo tiempo me preocupa. Soy un poco sectario con los fumadores, pero reconozco sus derechos en algunos lugares: un pub, un bar, la casa y el coche del propio consumidor de cigarrillos, la calle...
Sin embargo, estoy un poco cansado de su indignación. De ese papel de víctima que asumen porque el mundo no es solidario con ellos, como si tuvieran la lepra o la peste... no, pero sí que atufan. No voy a adoctrinar a nadie profetizándole cáncer de pulmón si sigue fumando.
Contando esta historia sólo pido respeto. No quiero que ningún fumador intente entrar en mi coche con el pitillo en la mano. Os pido por favor que seais solidarios. Igual que no os gustaría que alguien realizara una flatulencia en el viaje del ascensor, vuestro pitillo despide un humo concentrado que impregna ese reducido ambiente.
Con este post persigo el mismo fin que el autor del cartelito en el ascensor: que los cigarrillos que tanto disfrutan los fumadores, molestan al resto. Igual, como ese papel, esta reflexión despierta el rechazo de alguien. En este caso, no podrá arrancarlo.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Te echo de menos en mi nuevo camino

Hace una semana que empecé a caminar. Durante muchos años, creo que seis, anduvimos juntos. La vida y los jefes (sobre todo en el último curso) intentaron separarnos, pero les fue imposible. Ahora, por lo menos en en ámbito laboral, lo han logrado.
Ahora que hemos llegado al cruce sin retorno, en el que había que ir a derecha o izquierda, nuestro rumbo, aunque discurra en paralelo, ya se ha separado. Conservo tu sms, aquel en que me decías que te alegrabas, que necesitaba el cambio y que se te haría raro. A mi también me resulta extraño ver que vienes a saludar y que en todo el día no me has mandado una doble, ni me has orientado en un titular, ni te has levantado de repente sentenciando: "Voy a orinar".
Hoy estoy en el principio, donde siempre soñé. Cuando elegí esta profesión lo hice después de escuchar durante horas 'Carrusel Deportivo' y de leer páginas y páginas de cualquier diario deportivo, aunque fuese madridista. Dicen que la cabra tira al monte, y después de muchos años, ha sido el monte el que ha engullido a la cabra.
Tú me ayudaste a amar los pueblos, a disfrutar con cada reportaje sobre lo curioso, a tener mala gaita cuando cubriese un pleno o valorase la noticia encerrada en una nota de prensa... tú conseguiste que creyese en la información cotidiana pero peculiar a los ojos de los que viven encerrados en la vorágine de las grandes ciudades.
Creamos un castillo de arena, en el que nos sentíamos protegidos cuando algún jefe venía a tocar los cojones simplemente porque sí. Esa fortaleza se ha ido desmoronando hasta quedar prácticamente engullida por las olas del mundo globalizado, de la información importante, la que interesa, la que ocurre fuera de los pequeños pueblecitos.
Mientras tanto, te he visto pasarlo mal. Recuerdo el día que tenías toda la cabeza roja. Algo pasaba. Hacía meses, una puta enfermedad había logrado borrar tu eterna sonrisa, tu perenne buen rollo. Pero sólo con verte adiviné que estabas verdaderamente jodido. Confieso que tardé en comprenderte, tú te diste cuenta... Ahora también te doy las gracias por el último año.
Sabes de sobra que lo he pasado mal. Como a todos, la marejada económica, me ha puesto al borde de un ataque de nervios. También sabes que mi cabeza funciona más deprisa que yo mismo, y que me empeciné en defender a ultranza mi torre de la fortaleza de arena, sin pensar que el castillo ya había caído.
También te tengo que dar las gracias por ese apoyo, por aquella conversación con un café de por medio. Ahora todo ha cambiado. Me quedan los recuerdos de una etapa dorada, la satisfacción de haber conocido un periodismo diferente al del artificial mundo del deporte de élite y, sobre todo, tu amistad.
Para mi, no has sido sólo un jefe que pasaba el rodillo. Me ha gustado charrar contigo de la saga Saw y de Hostel, compartir alguna que otra Paulaner, soltar guarrerías y descojonarnos de chorradas. Aunque todo eso ya nadie nos lo puede quitar y seguro que vamos a compartir todavía muchos cafés, lamentablemente todo tiene un final.
Había que saltar de ese tren en marcha antes de que descarrilase al final de la vía cortada. No había solución. Llegamos a una encrucijada y cada uno tuvo que saltar a un expreso diferente. Buen viaje, amigo.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Ninguna mujer será menos (ni más) que yo

Ignoro lo bien o mal recibido que será este post. Me da igual. Allá por julio, cuando emprendí este proyecto, ya comenté que tenía algo de terapéutico, que me sirve para soltar lo que llevo dentro. Expresarme abiertamente. Y no podía quedarme tranquilo sin comentar lo que me toca, digamos, la moral, la última campaña contra la violencia de género.
Sí, de género porque no doméstica. Del género femenino, de las mujeres. Javier Cámara, Diego Forlán, Dani Martín o Tristán Ulloa repiten una frase de lo más loable y que yo podría abanderar: "De todas las mujeres que haya en mi vida, ninguna será menos que yo". Ojalá sea cierto, para los rostros conocidos y para todos los tíos.
El primer día que vi el spot, me estaba gustando. Chenoa, Angie Cepeda y otras mujeres también colaboran en el anuncio. Al principio no me di cuenta, pero después percibí la ironía de la campaña. Ellas repiten la misma frase que ellos, pero con una ligera modificación: "De todos los hombres que haya en mi vida, ninguno será MÁS que yo".
Espero que no me consideréis machista por decirlo pero... ¡Tócate los huevos! Creía que estábamos intentando acabar con una lacra, no darle la vuelta a la tortilla. Al menos esa es la impresión que a mi me da con todo esto. Yo no puedo ser más que mi novia, mi madre, mi hermana o mi compañera de trabajo... pero en el caso de ella no está tan claro.
Quizás todo sea un asunto de semántica... pero en el spot, mientras Javier Cámara se compromete a no ser más que ninguna mujer, Chenoa afirma que no permitirá a ningún hombre ser más que ella. La triunfita, pensará algún malintencionado, no descarta chafar y sacarle el hígado a un hombre, porque ella sólo se compromete a impedir que alguno se imponga a ella.
Quiero entender el fondo noble de esta campaña. Estoy de acuerdo con la igualdad de trato y oportunidades entre las personas de diferente sexo y nacionalidad. Pero como hombre, me molesta bastante esa etiqueta de víctimas potenciales que se ha colocado a todas las mujeres y de posibles diablos que nos han impuesto a nosotros.
Un amigo y su ex acabaron como el rosario de la aurora. Su turbulento final sigue en manos de los jueces. Ambos hicieron cosas mal, con una diferencia: él ha pasado noches en el calabozo y ella no. Él ha sido condenado a X meses de prisión que no ha cumplido por no tener antecedentes penales y a ella sólo le han impuesto faltas.
Lo que no puede ser es que ante una denuncia por malos tratos no exista la presunción de inocencia, que la custodia de los hijos ante una separación se conceda por defecto a la mujer y que el Gobierno subvencione a las empresas por contratar a una señorita que tenga el mismo currículum que yo.
Cuando era niño, mi madre, mis maestras (las buenas) y otras mujeres me enseñaron que todos somos iguales, independientemente de nuestro género. Estoy de acuerdo con que hay muchos indeseables que maltratan e incluso asesinan a sus compañeras. Las estadísticas están ahí, pero la sociedad, y en ella estáis vosotras, debe ser lo bastante madura para castigar a los culpables y no meternos a todos en el mismo saco. A veces me da la impresión de que se quieren compensar los siglos en que el machismo se ha impuesto en la humanidad.
Igual es todo una sensación, pero no me gustaría pagar la deuda de mis antepasados. Algo así como que no me parece nada bien que alguien me culpe por las barbaridades cometidas hace quinientos años por los colonizadores en Latinoamérica. La sociedad debe avanzar, y yo proclamo con todas mis fuerzas: "De todas las mujeres que haya en mi vida, ninguna será menos que yo". Me gustaría que vosotras dijeseis la misma frase con una solo palabra diferente: hombre. Eso sí que es igualdad.

lunes, 2 de noviembre de 2009

La mochila

Recuerdo aquel día vagamente. Venía del instituto, creo que todavía cursaba Primero de BUP. Había salido tardísimo de clase y cogí el autobús Valencia-Silla, el que paraba (no se si sigue haciéndolo) en la parada del metro de Gaspar Aguilar con Agustina de Aragón.
Iba encorvado caminando por la acera. Me costaba aguantar el peso de la mochila. Quería llegar ya a la tienda de mis padres, derrumbarme en el sillón negro y comer. Una mujer me dice algo. Ríe. A lo lejos, veo a mi madre gesticular, levantando los dos brazos y agitándolos mientras abre mucho los ojos y grita algo.
La observo con curiosidad y giro mi cabeza a la izquierda. La mujer que me había dicho algo también la mira y entonces su risa ya es desternillante. Vuelve a dirigirse a mi: "Que dice tu madre que te pongas la mochila bien".
Durante días, ese episodio me causó vergüenza. Lo he recordado varios años, y no sé la razón, pero lo había olvidado hasta esta misma mañana, cuando subía las escaleras del periódico con la mochila colgada a un solo hombro.
Hoy, con 30 años a mis espaldas, parece que los bártulos pesen menos. Error. Primero, que aquella mochila iba cargada como un diablo, con varias libretas y algún libro. Segundo, aunque poca, ahora tengo más fuerza que cuando era un chavalín de 14 años.
¿Por qué cuento esto hoy? Porque mientras subía las escaleras, me ha dado un ataque de risa. Lo he disfrutado más que aquella clienta que se despelotó a mi costa antes de ir a su casa a comer. "¿Por qué sería yo tan gilipollas de llevar la mochila en un hombro, cuando tenía dos asas y podía repartir el peso?", me preguntaba yo esta mañana.
La respuesta es simple: en el instituto, los más guays llevaban el hatillo colgado a un hombro. Si lo llevabas en los dos, eras el empollón, el tonto de la clase o las dos cosas al mismo tiempo. Y eso era irremediable. o te lo decía algún enterado o te lo repetías tú mismo.
Quince años después, si alguien me dice lo guay que soy por como llevo la mochila, me parto la caja a su costa, como la clienta. Lo que yo quería en esta madrugada de insomnio era reflexionar sobre qué es la madurez. No lo sé, pero sí creo que este es uno de los marcadores que pueden evaluarla.
Ahora no llevo unos pantalones determinados, o la mochila de una forma, o una camiseta, o el pelo de aquella manera... pensando en qué dirán mis compañeros. Me pongo lo que quiero. Me hago mayor (¿viejo?) y el qué dirán empieza a sudármela cada vez más.
Lo de la mochila lo tengo superado, pero he de reconocer que siempre encuentro la horma de mi zapato. Es decir, que hay algo que tarde o temprano hago para que tal colega no se mosquee, o porque a mi familia no le gusta o porque es lo que todos esperan de mi. ¿Será porque no he madurado? Me temo que no lo haré jamás.