jueves, 30 de septiembre de 2010

El viaje de nuestras vidas. Prólogo: El laberinto del consumismo

Salir de la M-30 concede una sensación de alivio. Vuelves a respirar. Te sientes libre de algo intangible que te ha oprimido durante kilómetros en los que agarrabas el volante muy fuerte. Los ojos no lograban centrar su punto de mira, entre la carretera, la señalización y la aguja del cuentakilómetros. No hay que pasarse de 70, bajo riesgo de ser cazado por un radar.
Habíamos dejado atrás ese túnel de cinco carriles que hace de ronda de Madrid. Una obra faraónica por la que cada día transitan miles de vehículos. Curiosamente, no nos equivocamos y hallamos a la primera nuestra salida: Valencia, A-3. Menos mal, nos habría tocado dar toda la vuelta subterránea a la capital, sin edificios, sin paisaje que admirar.
Cuando pasamos a su lado, un imán nos atrajo. A la altura de Vallecas, algo nos llamó la atención: ¿Y si paramos? Maggie responde como un resorte a mi pregunta: Por mí, bien. Nos toca tomar el primer cambio de sentido.
Debo dar fe que, cuanto más grande sea la ciudad, más posibilidades hay de encontrar conductores maleducados. Me hallé en una encrucijada: frenaba un carril de acceso a la autopista porque no me dejaban tomar el de la derecha, el que necesitaba para acceder al laberinto del consumismo.
El vehículo que me seguía hacía las largas desesperado, y los conductores de la derecha, aceleraban para no dejarme pasar. Posiblemente buscaban la pole para el Gran Premio de su puñetera casa. Al tercero, respiré hondo y di un volantazo. Ya estaba en la derecha, pagando como peaje un tono de claxon y, a buen seguro, unas palabrejas nada amistosas. Agradecí al buen señor tanta delicadeza con un saludo, alzando mi brazo derecho con el dedo corazón bien erguido.
Después de un cambio de sentido y alguna maldición más, llegamos. Ikea. El paraíso de cualquier afcionado a la decoración. Maggie, llamarla mi mujer se me hace aún raro y asquerosamente posesivo, permaneció entusiasmada las siguientes tres horas. Yo debo reconocer que durante la primera, me lo pasé bien.
Hay absolutamente de todo. Muebles grandes y pequeños, utensilios, cuadros... cualquier cosa que alguien se pueda imaginar. "Si no vamos a comprar nada, nos vamos", me dice Maggie al tercer: "Ya veremos más adelante, ahora no tenemos pasta".
Los malditos suecos lo han montado de lujo. Crean un monstruo rollo Cube, la peli en la que un grupo de tipos están encerrados en un enorme bloque y sólo pueden elegir una salida entre las seis paredes de una habitación: si no eligen la correcta, palman. Aquí no son tan drásticos, pero sólo se puede avanzar en una dirección.
Y claro está, ese pasillo señalizado con una flecha, no vayas a equivocarte, te muestra absolutamente toda la gama de productos de Ikea. A mitad de camino, como previendo lo que va a ocurrir, hay un establecimiento de comida rápida donde, evidentemente, 'picamos'. Y es que para entonces ya llevábamos un carro lleno de pequeños muebles y utensilios, esperemos, imprescindibles para nuestra existencia.
Otra hora después de comer me hallaba con las manos en el volante, ya definitivamente en la A-3, camino de Valencia. Habíamos gastado otros 200 euros en un centro comercial, y frenando al máximo nuestro mono consumista. Mientras consumíamos kilómetros y hablábamos por teléfono anocheció, y casi sin darnos cuenta, concluimos extenuados el viaje de nuestras vidas: el primero desde que nos casamos.

2 comentarios:

  1. Sin exagerar ¿eh?, 200 euros tampoco es tanto, y seguro que lo necesitabais. Me gusta tu prólogo, ahora tienes que seguir escribiendo.

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