lunes, 6 de diciembre de 2010

El viaje de nuestras vidas. Capítulo 2: El coche

El Calcio me ha ayudado a olvidarlo todo. Acabo de disputar un Milán-Palermo que ha permanecido ajeno al mundo entero. Lógico. Incluso a Maggie le importa un rábano si logro un hat-trick manejando a Pato con mi PSP. Y aquel día más. Tengo el culo frío y cuadrado de tanto estar sentado en bancos o en el suelo de Barajas. Acabo de cargar el móvil en un baño público y deseo una ducha sobre todas las cosas.
Vigilo las maletas, nuestras compañeras del viaje de nuestras vidas... el más absurdo... la cara B de lo que debía ser nuestra luna de miel. Por lo menos, el papel por el que luchamos durante 15 días evitó que se agrandase el drama. Con todo lo que nos ocurrió en Cancún, llegué a pensar que aún podía ser peor al acercarme a la garita de la frontera de Barajas. Pero esta vez no hubo sorpresas. Maggie tenía en regla su pasaporte y contaba con el permiso de regreso a España. Entramos sin problemas en el país. El policía tenía cara de buen tipo, no como el gordo hijoputa... del que aún no os he hablado.
Pero de eso hacía ya muchas horas. Habíamos cruzado el Atlántico y habíamos intentado en vano regresar al día siguiente a México. Menos mal que no les hicimos ni puto caso. Mientras pensaba si inicio o no otro partido, suena el móvil. Cargamos las maletas y tomamos el autobús. En silencio. Cansados. Todavía indignados. Tristes. "Venga va, que estamos bien y juntos", me dice Maggie. "Prométeme que ya estás bien", añade. "Si, ya estoy mejor", miento.
Minutos después, llegamos al aparcamiento. Mientras seguimos insultando al trío de indeseables, buscamos nuestro coche. "¿Pero te acuerdas de dónde lo dejamos?" Respondo que sí, mientras camino hacia un lugar al que no tenía pensado volver hasta siete días después.
Pienso que en ese justo instante debería estar a miles de kilómetros de Madrid. Degustando un cóctail. O abrazándola. Tomando el sol. O simplemente dándonos un baño en el jacuzzi. Recuerdo en ese momento en que ya acariciábamos el sueño mientras el avión aterrizaba en Cancún. "¿A que nunca habías visto un aeropuerto entre palmeras? Pues esto es así. Y ya verás cuando pruebes las frutas ricas", me había dicho Maggie con una preciosa sonrisa de oreja a oreja.
Ya saboreaba las vacaciones soñadas. El viaje de nuestras vidas. Pero todo se había desvanecido por un puto papel y el capricho de tres indeseables. Vuelvo de repente a la realidad cuando veo nuestro coche estacionado. Busco la llave y abro el maletero. Guardo el equipaje. Siento una rabia incontrolable. Pienso que le he fallado. Noto como la impotencia genera un nudo en mi garganta y mis ojos están a punto de estallar. Y entonces, me vengo abajo.

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