jueves, 22 de septiembre de 2016

Para Samuel

Un día tu y yo nos reiremos de esto. Espero que quieras reírte conmigo. Que no te haya fallado por el camino, o que no creas que lo he hecho. Esa mañana, tarde o noche, yo volveré a reprocharte en broma lo de tu nombre y lo de tu cumpleaños. ¿Sabes cuántas veces me han llamado Samuel? En el colegio, en el instituto, en la universidad, en el trabajo… amigas de mi madre, profesores, recién conocidos. Samuel. Un nombre que ahora está de moda, pero que en los 80 identificaba con los retoños a las familias cristianas. Samuel, casi Samuel. Ese soy yo. Y tú, Samuel, el que casi se ha apropiado de mi cumpleaños. Porque a estas alturas, y aunque sé que por un día el 26 de abril sigue siendo mío, asumo que en los próximos años la familia va a cuidar más tus tartas, tus regalos, tus fiestas de cumpleaños. ¿Te digo la verdad? Yo haré fuerza para que así sea. Y como te decía al principio, espero que llegue un momento en que tú y yo nos riamos con ello. De esto o de lo que sea. Yo con una birra delante, y tú con lo que quieras. Porque eso es lo que deseo para ti, Samuel: que la vida te permita hacer lo que quieras.
Quien hayan leído o escuchado estas líneas antes que tú puede identificar en ellas cierto regusto a melancolía. Puede que tengan razón, o no. Justo ahora, cuando las escribo, recién empezado tu primer otoño de vida, estoy donde quiero y haciendo lo que quiero. Siento el frío del anochecer pirenaico en una terraza a los pies de la estación de esquí Grau Roig. Te lo recomiendo, si quieres. Escribo mi primer texto en el ordenador que me regaló tu tía Maggie por nuestro sexto aniversario y degusto un café con leche sin azúcar. Pero no hablemos más de mi.
Bueno, sólo un poco. Tenía seis años el día en que tuve a tu madre por primera vez en brazos. Mis padres me sentaron en un sillón y entonces, cuando no había riesgo de que se me cayera, me la pusieron encima. La fotografía está por algún álbum. Pensé en esa instantánea la mañana en que te vi por primera vez. Fue en el hospital 9 d’Octubre y también te tuve un momento entre mis manos. Esta vez, de pie. La razón, que han pasado casi 31 años, más de tres décadas entre un instante y otro. Aunque sea una irresponsabilidad por su parte, ahora ya se fían de mí.
Ahora ya te he tenido en mis brazos varias veces, te has recostado sobre mi hombro, has tirado de mi barba, me has babeado y me has sonreído. Yo he pensado en cómo pasa el tiempo, en qué pasada es esto del milagro de la vida y he pedido a Dios ser una buena influencia para ti. Que me permita estar a tu lado, que pueda llevarte a Orriols, que disfrute de tu primera competición deportiva y no sé cuántas cosas más.
Me encantaría que te gustase el fútbol, la pilota, leer, pasear por el monte, el cine… pero sólo si tú quieres. Samuel, hace unos días, mientras pensaba en ti noté un nudo en la garganta. Me descubrí pidiéndole a Dios que seas bueno y feliz. A partir de ahí, tu vida es sólo para ti. No me permitas llevarte al fútbol o al trinquet si no te gusta. No elijas la guitarra o la raqueta por complacer a alguien. No acabes un libro si has leído una página entera pensando en otras cosas. Elige tu camino y, si tú lo deseas, ahí estará tu tío Moisés. Acompañando a ese pequeñajo que usurpó su casi nombre y su casi cumpleaños.

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