Un día tu y yo nos
reiremos de esto. Espero que quieras reírte conmigo. Que no te haya
fallado por el camino, o que no creas que lo he hecho. Esa mañana,
tarde o noche, yo volveré a reprocharte en broma lo de tu nombre y
lo de tu cumpleaños. ¿Sabes cuántas veces me han llamado Samuel?
En el colegio, en el instituto, en la universidad, en el trabajo…
amigas de mi madre, profesores, recién conocidos. Samuel. Un nombre
que ahora está de moda, pero que en los 80 identificaba con los
retoños a las familias cristianas. Samuel, casi Samuel. Ese soy yo.
Y tú, Samuel, el que casi se ha apropiado de mi cumpleaños. Porque
a estas alturas, y aunque sé que por un día el 26 de abril sigue
siendo mío, asumo que en los próximos años la familia va a cuidar
más tus tartas, tus regalos, tus fiestas de cumpleaños. ¿Te digo
la verdad? Yo haré fuerza para que así sea. Y como te decía al
principio, espero que llegue un momento en que tú y yo nos riamos
con ello. De esto o de lo que sea. Yo con una birra delante, y tú
con lo que quieras. Porque eso es lo que deseo para ti, Samuel: que
la vida te permita hacer lo que quieras.
Quien hayan leído o
escuchado estas líneas antes que tú puede identificar en ellas
cierto regusto a melancolía. Puede que tengan razón, o no. Justo
ahora, cuando las escribo, recién empezado tu primer otoño de vida,
estoy donde quiero y haciendo lo que quiero. Siento el frío del
anochecer pirenaico en una terraza a los pies de la estación de
esquí Grau Roig. Te lo recomiendo, si quieres. Escribo mi primer
texto en el ordenador que me regaló tu tía Maggie por nuestro sexto
aniversario y degusto un café con leche sin azúcar. Pero no
hablemos más de mi.
Bueno, sólo un
poco. Tenía seis años el día en que tuve a tu madre por primera
vez en brazos. Mis padres me sentaron en un sillón y entonces,
cuando no había riesgo de que se me cayera, me la pusieron encima.
La fotografía está por algún álbum. Pensé en esa instantánea la
mañana en que te vi por primera vez. Fue en el hospital 9 d’Octubre
y también te tuve un momento entre mis manos. Esta vez, de pie. La
razón, que han pasado casi 31 años, más de tres décadas entre un
instante y otro. Aunque sea una irresponsabilidad por su parte, ahora
ya se fían de mí.
Ahora ya te he
tenido en mis brazos varias veces, te has recostado sobre mi hombro,
has tirado de mi barba, me has babeado y me has sonreído. Yo he
pensado en cómo pasa el tiempo, en qué pasada es esto del milagro
de la vida y he pedido a Dios ser una buena influencia para ti. Que
me permita estar a tu lado, que pueda llevarte a Orriols, que
disfrute de tu primera competición deportiva y no sé cuántas cosas
más.
Me encantaría que
te gustase el fútbol, la pilota, leer, pasear por el monte, el cine…
pero sólo si tú quieres. Samuel, hace unos días, mientras pensaba
en ti noté un nudo en la garganta. Me descubrí pidiéndole a Dios
que seas bueno y feliz. A partir de ahí, tu vida es sólo para ti.
No me permitas llevarte al fútbol o al trinquet si no te gusta. No
elijas la guitarra o la raqueta por complacer a alguien. No acabes un
libro si has leído una página entera pensando en otras cosas. Elige
tu camino y, si tú lo deseas, ahí estará tu tío Moisés.
Acompañando a ese pequeñajo que usurpó su casi nombre y su casi
cumpleaños.
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