domingo, 22 de enero de 2023

El abuelo cumpliría 100 años

Me despierto. Son las 11.45 horas. Dato para hacer daño, con toda la intención de corroer de envidia a esos que siguen animándome de la paternidad antes o justo después de quejarse de lo poco que duermen y de su nula existencia lejos de los biberones y los pañales. Lo necesitaba después de una semana agotadora, más mental que físicamente, que también.

"Este año el abuelo cumpliría 100 años".

El whats app de mi padre serpentea entre las legañas. Mi retina lo descifra a pesar de que mis gafas siguen en la mesilla de noche. El mensaje serpentea por mi cerebro, que se activa. Se clava en una de las amígdalas, o en las dos. No en las de la garganta, donde siento un nudo.

Se pone en marcha el hipocampo y empieza a generar emociones con el recuerdo a aquel señor bajito, sin demasiado pelo y con gafas. "¡Jodeer, cómo sigo echándolo de menos!". Hace ya 11 años y un mes desde la última vez que interactué con él. "¡Venga abuelo, que te vas a poner bien!". Estaba sentado en una camilla en la residencia, aquejado ya de la neumonía que un par de días después acabaría de consumirle. Me miró y negó con la cabeza. No tenía estudios, pero era inteligente.

Sabía que su cuerpo, más de Seat 600 que de Twingo, y con motor de camionaco de esos que van por la A-7 más que Ferrari, estaba ya para el desguace. Mi abuelo fue de esas personas que aprendieron desde la niñez a ganarse la vida con las manos. De esa generación que sabía cuándo iba a llover sólo con mirar al cielo. De esa España que entendió a base de la miseria que trae una guerra civil y una posguerra que lo más importante es poner un plato encima de la mesa cada día.

Mi abuelo me llevaba a la playa, jugaba a fútbol conmigo y vimos juntos los primeros partidos. Era muy del Real Madrid, que algún defecto tendría que tener y ese era el suyo. Bueno, no tanto porque nos servía para discutir entre risas. 

Los abuelos se van demasiado pronto. O quizás sea que la gente, en general, se va demasiado pronto. Sigo necesitando al abuelo. Lo noto porque cada vez que he tenido una semana mala, siento la necesidad de peregrinar hacia su tumba y recordar. Eso rellena mi barra de energía. Imagino lo que le habría contado y también represento su reacción.

"¡Che! ¡Será posible! ¡Anda tira p'allá o te pego un sopapo!". 

Vale, sí, eso me lo decía cuando discutíamos de fútbol, pero su reacción no diferiría mucho. Seguro.

Que una vez traducido en mi cerebro sería algo así: "¡No me toques los cojones con que estás jodido por esa chorrada! ¿En serio? ¿Por una mala semana en el curro?". Y seguiría:

"Jodido es que con seis años te envíen todos los días al campo con un rebaño de ovejas y que sin haber disfrutado la niñez te conviertas en un eslabón más de la endeble cadena productiva familiar".

"O... jodido es volver a casa y comprobar que el perro pastor rebelde que se había escapado del monte ha destrozado los productos de la matanza que nos iba a dar de comer medio invierno". (lo que le pasó al chucho ya lo contaré otro día).

"O... jodido es que se muera tu mujer y te quedes solo para criar a tus dos hijos".

"O... jodido es tenerte que ir del pueblo a vivir a Valencia para sacarlos adelante".

"O... jodido es...". 

Delante de su tumba he pensado en lo afortunado que soy de vivir en una casa cómoda y por la que pago un precio razonable en un momento en el que los alquileres están descontrolados y minados de precios abusivos. En la suerte que es tener una compañera de vida de fiar en un tiempo en que puedes esperarte que te apuñale hasta tu sombra. En que dentro de una semana viajaré para correr un medio maratón y no para sobrevivir a cambio de dejar atrás mis recuerdos y mi forma de vida. Me han venido a la mente sus patatas a lo pobre, que para mí eran un manjar pero que en su juventud era lo único que podían echarse a la boca después de una dura jornada de curro en el campo y tras haberlas cocinado en una cazuela abollada...

Podría haberme quedado un buen rato pensando. Como otras veces. Pero esta hacía un frío que pelaba.

El abuelo se marchó consumido el 14 de diciembre de 2011. Desear que se quedara con nosotros un tiempo más como estaba era no quererle. 

Pero ojalá hubiera gozado de cierta salud y estuviera ya ancianito, pero con ese optimismo y alegría que derrochaba cuando yo era niño. En este 2023 habríamos celebrado una buena fiesta por su 100 cumpleaños. Igual es lo que toca, para recordar que ese hombre pequeñito y sin estudios universitarios nos enseñó a todos cuál era el rumbo.

"Gánate la vida a base de trabajo y presta tu ayuda a los que tienes a tu alrededor". No me lo dijo con palabras, pero lo observé con sus hechos. 

Una vez más, me he dado cuenta de que lo echo de menos. Y que cuando me vaya, me gustaría que ya cumplidos los 100 años, yo haya sido para alguien un ejemplo, como lo fue mi abuelo para mí.


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