Nota aclaratoria: Esta entrada recoge el texto que preparé para mi intervención en la boda de mi hermana Elisabet y (¿he de llamarlo también ya mi hermano?) Juan Marcos.
Hay
veces que no sabes qué decir y esta vez, sin que sirva de precedente, la frase
no es un tópico. Hace unas horas, a las 4 de la mañana, estaba preparando esta
intervención con una pantalla en blanco, un crisol de ideas en la cabeza y sin
un hilo conductor con el que plasmarlas en un papel que luego fuese mi perro
lazarillo durante esta intervención.
Supongo
que hoy siento emoción, felicidad y cierto alivio. Recuerdo cuando era un
adolescente y tenía un compañero de andanzas y diabluras. Gozábamos haciendo
mofa y befa de todo cuanto acontecía a nuestro alrededor y entonces ya ocurría
algo que nos ha traído hoy hasta aquí. Disfrutábamos torturando con nuestras
bromas a dos chavalitos, unos chiquillos a los que las hormonas empezaban a
atormentar, y que ya por aquel entonces evidenciaban que no podían vivir el uno
sin el otro…
No sé
si tuvimos algo que ver en que vuestro camino se bifurcase en dos senderos con
destinos totalmente opuestos. Lo que sí tengo claro es que Dios ha querido que
vuestro amor venza a todo. Y cuando digo a todo, uso esas cuatro letras a modo
de un tarrito de esencia que, vosotros sabéis, encierra un sinfín de
condicionantes que os pusieron a prueba. Habéis ganado.
Habéis
vencido. El pasado os ha examinado y habéis superado la reválida con matrícula.
Los recuerdos pesan como losas. Perduran en nosotros para siempre y marcan
nuestra vida. Una de las primeras cosas que recuerdo de mi hermana es cómo
gateaba, más bien, reptaba, por la casa. ‘Rastrapanza’, la llamaba. Había
llegado pocos meses atrás. Mi tortura.
Yo
quería un hermano, con el que jugar a los cochecitos, cambiar cromos… con el
que urdir travesuras… y llegó ESTO. Elisabet y yo crecimos entre los típicos
roces de hermanos y con alguna ‘Sonrisas y lágrimas’ de más. Mil broncas
después, mi padre aún intenta cada sábado separarnos en aras de la paz en las comidas
familiares… y no lo consigue. Con el tiempo, he llegado a la conclusión de que
esas riñas son algunos de los ‘allegros’ de nuestra sinfonía, una melodía
escrita sobre un pentagrama de más de un cuarto de siglo que ni el mismísimo
Mozart habría sido capaz de concebir.
Porque
aunque nos hayamos llevado mal en el pasado, lo que ambos llevamos realmente fatal
es ver que la felicidad del otro está en peligro. Y los dos sabéis que cuando
Juan Marcos apareció de la nada me puse alerta. Hay conversaciones orquestadas,
programadas con fecha, hora y lugar, que no aportan absolutamente nada. Otras,
iniciadas con la excusa de partir en busca de unos buñuelos para almorzar, se
convierten en el mejor de los cimientos.
Elegí
seis palabras ofensivas y directas y tú contrarrestaste con tres vocablos
conciliadores. Ahora volveré a eso para acabar, pero ese es Juan Marcos.
Enemigo de los conflictos. Paciente. Si no me equivoco, borraste la palabra
rencor de tu diccionario. Y todo pese a ser un cabezota… ¡EL TÍO SIGUE SIN
VENDERME A RAMI!
Esa
forma de ser os ayudó en esa encrucijada en que los vuestros caminos volvieron
a unirse. Juntos habéis ganado la batalla al presente. Pero tú, Markitos, de
friki a friki, has usado también como armas los libros de ‘Juego de Tronos’, el
Comunio, las partidas de Pro… ¡LOS HAS USADO PARA GANARTE AL CUÑADO!
¡Qué
mal suena! La palabra. Así que lo dejaremos en Mosh y Markitos. En fin, esto no
podía ir concluyendo sin deciros que no hay mayor dicha para un hermano que
veros convertidos en una pareja de bien. Y para ello, vuelvo al día de los
buñuelos. Yo quería poner a Juan Marcos aquel día como un trapo para quedarme
tranquilo y empezar de cero, y él no dejó que el ‘fuego purificador’ durase más
de 10 segundos. Os voy a hacer un regalito.
A todos
nos gusta sentirnos únicos, una deslumbrante composición de pasarela, pero a
veces ejercer de simple trapo no es malo. Cuando haya un conflicto emplearos a
vosotros mismos como bayeta para no dejar ni rastro. No permitáis que un café
derramado en la mesa gotee hasta el suelo. Y cuando todo acabe, valorad la
humildad del otro, la de convertirse en retal para contrarrestar cualquier
mancha que quiera salpicar al amor de vuestra vida. Que Dios os cuide y os siga
guiando para que juntos ganéis todas las batallas que os plantee el futuro.
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