jueves, 15 de agosto de 2013

La máquina del sexo

No sé si es por mi mente calenturienta, pero algunos productos guardan en si mismos un alto contenido sexual por su estructura fálica. Va, tú que estás leyendo esto porque te ha llamado la atención el título, no me negarás que has hecho alguna que otra broma con los plátanos, los pepinos, los fartons o el conocido helado Calipo. Precisamente esa mañana hacía un calor de justicia y, mientras esperaba en la calle, no le hubiera hecho ascos a un buen Calipo... de los que se meten en el congelador, claro.
Estaba en la puerta de un kiosco, esos establecimientos donde conviven las revistas porno -pulcramente colocadas fuera del alcance de las manos, que no de los golpes de vista, de los niños- con chucherías y baratijas que atraen a todos los diablejos del barrio.
Mientras esperaba a que le compraran un juguete a mi sobrina, observé cómo ese kiosko había cambiado el escaparate por tres máquinas de esas que te venden un refresco, una chocolatina o un paquete de papas al triple de su valor habitual. También me fijé en que todo el que paseaba ese domingo por la mañana -y no eran pocos- se paraban en la máquina del medio, la radiografiaban durante unos instantes, y se marchaban.
En los 10 minutos en los que estuve allí esperando, analicé la reacción de todos los viandantes que hacían un alto en el camino frente a ese armatoste. Sonreí al ver a una señora mayor que puso cara de estupor, al hombre de 40 y tantos padre de dos hijos que miraba de soslayo por encima de sus gafas de sol, y al par de veinteañeras que se escabullían entre risas tras comprobar el precio del artículo 52.
Aquella máquina ofrecía, entre sus dos homólogas cargadas de refrescos y golosinas, artículos como condones de sabores, consoladores y algún que otro lubricante. Una máquina del sexo disponible las 24 horas en la calle: a plena luz del día o al abrigo de la noche por si entre un apretón, que nunca se sabe.
No lo veo ni bien ni mal. Me llamó la atención, sin más, como a la anciana, al padre de familia... y al par de pícaras jovenzuelas quienes, por cierto, consultaron el precio de un consolador con forma de plátano. Y sí, sé que este era el artículo 52 porque antes que todos ellos, yo también estuve un rato escrutando la máquina del sexo.  

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