jueves, 6 de octubre de 2016

Pokémon Go me ha costado 20 euros

Odio a los odiadores. Bueno, odiar, odiar no, que es una palabra muy fea. Ese sentimiento lo he reservado para un par de indeseables, y con el tiempo he comprendido que tampoco merecen que me envenene. Pero volvamos a los odiadores. No los aguanto. No entiendo el rechazo a las modas. Están los runners y los antirunners. Los futboleros y los antifútbol. Los viciados de las series y los enemigos de la televisión. Proliferan los críticos gastronómicos y hay quienes proclaman que se quedan con el típico bocata de tortilla y que lo demás son pijadas. ¿Para cuándo aprenderemos a respetar la libertad del prójimo? El último fenómeno que ha despertado amores y odios a partes iguales ha sido Pokémon Go.
En cuanto lo lanzaron al mercado, e imagino que como cualquiera, recibí una tormenta de opiniones. Que si es un juego que está muy bien parido... Que si otra tontería más para tenernos pegados a la pantalla... Que si sirve para que chavales que no hacen deporte salgan a pasear... Que si menudo futuro nos espera con la generación que se dedica a cazar a Pikachu… Qué queréis que os diga, a mí me despertó la curiosidad. Espero no decepcionar a nadie -¡qué diantres, me da igual!-, pero descargué la aplicación de Pokémon Go.
Estuve un par de semanas o tres, quizás llegué al mes. Me descubrí recargando municiones cada vez que entraba al periódico (en la puerta hay una estación de esas que ya no recuerdo cómo se llaman) y cazando bichos por medio de la calle. Un búho en un banco, una rata morada encaramada en el lomo de mi perro, un cerdo deforme amenazándome en mi sofá… seres extraños. Cerca de casa me salían siempre los mismos, pero si iba por lugares diferentes, las criaturas eran también distintas. Esto, claro, te engancha. A caminar y a tener Pokémon Go en marcha todo el tiempo porque, además, mientras andas incubas unos huevos de los que también nacen nuevos seres.
Un día, sin embargo, descubrí que me había quedado sin munición para cazar. Habría sido poco a poco, pero sin darme cuenta no había recargado. Pensé un instante y caí en que hacía días que no realizaba esta operación antes de entrar al periódico o en una rotonda de cerca de casa por la que salgo cuando voy a pasear a mi perro. Pokémon Go no me había enganchado, así que decidí eliminarlo. Sin más. Tengo un amigo mayor que yo que sigue (o al menos seguía) jugando. “El otro día unos chavales me dijeron: ‘¡Ese es jodido de coger!’. Cuando se marcharon, mi mujer me dijo: ‘Se estaban riendo de ti’”, me contó hace ya algún tiempo. A él Pokémon Go le ha servido para tener algo más en común con su hijo, para divertirse juntos. ¿Acaso eso está mal?
Mi conclusión es que no quiero perder tiempo con Pokémon Go, pero simplemente porque no me ha gustado. Pero tampoco me atrevo a criticar a nadie por ello cuando yo tengo tres juegos instalados en mi móvil. De hecho, me parece una gran idea.
Por cierto, se me olvidaba. Quien haya llegado hasta aquí se siga preguntando por qué Pokémon Go me ha costado dinero. No he pagado por avanzar más. Es sencillo. Un día, cuando estaba enganchado al juego, iba paseando por la calle. Saqué el móvil del bolsillo para comprobar si había algún bicho que cazar y sin darme cuenta arrastré un billete de 20 euros. Palmé la pasta y tampoco había un nuevo Pokémon para mi colección. Prometo que ese incidente sólo causó algunos exabruptos, no fue el motivo de que borrase la aplicación.

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