martes, 22 de septiembre de 2009

Dictadores de la nada

Paulus van Orsouw es un chaval de alrededor de 25 años. Cuando llegó a Valencia desde su Holanda natal, lo hizo con la ilusión de triunfar en el mundo del fútbol. Ahora es un delantero de tronío y ha suscitado el interés de equipos punteros. Sin embargo, se ha tenido que retirar y no por una horrenda lesión. Su equipo ha quebrado y los jefes del balompié le han retirado la licencia para jugar.
Pero Paulus no está deprimido. Jamás se casará, ni tendrá hijos, ni trabajará en otro ramo empresarial. Tampoco se ha suicidado. ¿Contribuye más a crear un clima misterioso si os digo que los huesos, los tejidos y la sangre de van Orsouw están formados por la virtualidad del código binario?
Os resuelvo la incertidumbre. El ariete holandés era la estrella del FC Mosh, el equipo de fútbol que he regentado durante alrededor de cuatro años y más de 15 temporadas. Esto va a ser una pataleta en toda regla. La mayoría de ese tiempo he estado viciado a un juego por internet denominado Hattrick.
Desde hace un año había bajado el ritmo, pero durante muchos meses atrás estuve a todas horas en la página del juego, hablando en los foros, ideando alineaciones, pujando por futbolistas. Recuerdo el día en que fiché a Paulus: modifiqué mi plan de trabajo, chafando el acelerador algo más de la cuenta, para llegar al periódico justo tres minutos antes del final de la puja. Contraté por 1,3 millones, creo recordar, a un delantero que ahora valía más de cinco kilos.
En este tiempo he pagado el suporter, unos 25 euros anuales para contribuir al mantenimiento del juego, y he escrito un reportaje en Las Provincias sobre Hattrick. Y ahora, porque no he entrado en unas semanas (menos de las siete establecidas para eliminar un equipo), han borrado el FC Mosh.
Os he contado la historia lo más breve que he podido para llegar a este punto. Mi adiós a Hattrick, honestamente, casi es un alivio. No tengo tiempo material para atenderlo y después de cuatro años creo que el juego me ha aportado toda la ilusión y diversión que podía darme.
Lo que me crispa es la actitud de los Game Master, que cuando he protestado porque han borrado el equipo por error, me han tratado con indiferencia y no han movido un dedo para reparar el fallo.
Un Game Master es un usuario que tiene un equipo pero que se siente orgulloso de ser un pringado que trabaja gratis para Hattrick a cambio de poder impartir justicia cuando alguien hace trampas o comentarios inadecuados. En la práctica son tiranos de lo virtual, dictadores de la nada.
Por desgracia, tipejos como el que me atendió a mi abundan. Gente que les das un silbato y ya se creen comandantes de las Fuerzas Armadas, compañeros de trabajo que coordinan un trabajo y se consideran gerentes de la empresa.
Recuerdo a un segurata, cuando tenía 18 años, al que le tocó lo que ya os imagináis que hablase por teléfono en un complejo residencial, comentando en voz alta una victoria del Barça sobre el Valencia. Aquel tipejo, que tenía una placa que le concedía la misma autoridad que el logo de mi periódico, intentó provocarme para que me rebotase y poder agredirme alegando que se había sentido amenazado.
Esperpentos como ese, frustrados opositores a Policía Local o Guardia Civil, vigilan en la noche museos, empresas y núcleos de viviendas. Por fortuna, en Las Provincias los seguratas son actualmente tipos enrollados.
No quería que mi entrada sobre Hattrick fuese una pataleta sin más. Quería ofrecer un retrato del dictador de la nada, del segurata que se cree comandante del Ejército, del Game Master que piensa que es Laporta o del coordinador de área que considera que manda más que Zapatero.
Mirándome a un espejo creo que alguna vez he caído en eso, exigiendo a mis subordinados ocasionales, becarios o redactores de delegaciones, que cumpliesen mi mandato en un tono que ahora me avergüenza.
Quizás es que no he nacido para ser jefe, pero la altanería y la mala educación me cargan. La falta de empatía también. Si estar en la cúspide implica ser un tirano, prefiero estar tranquilo y de buen rollo en la base de la pirámide.
Pero lo que tengo bien claro es que jamás me convertiré en Game Master de Hattrick. Si soy un tirano, por lo menos tendré la valentía de ser injusto con alguien a quien pueda mirar a los ojos y rectificar si sus dos luceros imploran justicia. Dios me libre de gobernar a nadie con brazo de acero, pero sobre todo, que nunca me permita ser un dictador de la nada.

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