jueves, 17 de septiembre de 2009

El gordito asmático

Voy a aprovechar esta madrugada de insomnio para contar la historia del gordo tocapelotas, ese tipo absolutamente prescindible para la sociedad y que sólo es útil para joder la vida a los que le rodean y destrozar cualquier atisbo de creatividad...
Hablamos de un menor, cuya identidad debe ser protegida y hay que huir de la discriminación negativa porque pedagógicamente "no mola". Empecemos de cero.
Hoy voy a hablaros de un chico, fan acérrimo de los bollycaos, cualquier otro bollo que tenga chocolate, el propio cacao a palo seco y todo tipo de chucherías sintéticas. Aquel chavalote entrado en carnes padecía asma, o al menos eso decía.
Me remonto a mi efímera etapa como maestro, para ser más precisos, docente en prácticas. Aquel chaval de cuarto de Primaria tenía un deporte preferido: destrozar las clases de Educación Física.
Cuando tocaba calentar, es decir, hacer carrera continua, a nuestro simpático gordito le entraba el ataque de asma de tal envergadura que a uno le entraban ganas de llamar al SAMU.
Magia de la buena, pues en cuanto se repartían las pelotas, los discos, los aros o cualquier utensilio para realizar juegos, la crisis alérgica se le disipaba en un santiamén. El proceso se repitió varios días: primero el jodido crío se negaba a correr y luego machacaba la clase para desesperación de los maestros y del resto de los chavales, corriendo como un poseso para interponerse en los ejercicios de sus compañeros.
Un día, a la profesora, una joven casi recién salida de la Facultad, se le ocurrió una brilante idea. Lejos de ejecutarlo colgándolo de una canasta como yo propuse pese al riesgo evidente de que esta se cayese, la docente obligó a nuestro asmático circunstancial a correr. "Fulanito, tú lo que tienes es mucho cuento".
La historia acabaría aquí de no ser porque al día siguiente, una señora, de esas que se pirran por el tocino y la longaniza, llegó al colegio preguntándo por la profesora. La amable mujer juró en arameo lo que haría si a su cebado miniyó le llegaba a ocurrir algo porque la maestra le obligase a correr.
La señora no se interesó sobre el comportamiento del pequeño diablejo. Sólo le interesaba cargar contra la profesora que había osado plantar cara al chico. Es una cuestión de educación, la misma que ha llevado a que los docentes sufran agresiones de los padres o de los propios alumnos.
Seré breve por las horas. No podía esperar para escribir esto porque hace unas horas, en la mañana, escuché hablar en la Cadena Ser a un chaval de 25 años que tiene más razón que un santo. El tipo me cayó bien porque reconoció ante toda España que hace botellón, que acaba de terminar Derecho y que es un músico al que le pirra el heavy.
Pero luego habló del conformismo de una generación que no hemos vivido ni la guerra civil ni los convulsos años de después. Esa primera quinta de clase media sin complicaciones hasta los 40 empieza a procrear. Unos por desconocimiento y otros porque su jornada de mileuristas se lo impide, muchos sólo son padres porque han pegado un polvo sin condón de por medio.
Somos conformistas, queremos nuestro sueldo para tener casa, coche y vacaciones, cine, cena y copas... y el resto nos da igual. Los padres de hoy día quieren que a sus hijos no les tosa nadie, que se hagan de valer, que nadie les pise... y el resto que lo solucionen los políticos si pueden.
Pocos quieren cambiar la realidad, la lectura entre los más jóvenes es una actividad demasiado residual. El simpático heavy contaba que a una asignatura optativa, en la que con ir a clase y participar en debates se podía aprobar, el 80% de la clase optó por la empollada del examen final.
Ahora vengo de cenar y charrar hasta altas horas con unos compañeros de trabajo. Hemos hablado de nuestro periódico. Hemos compartido un rato agradable.
Mis padres me enseñaron a respetar a todos, a intentar llevarme bien con los que me rodean y a aprender de lo que digan. Hoy voy a dormir poco, pero creo que he cumplido ese objetivo. Pienso que forma parte de mi educación.
Por eso me saca de mis casillas ver la poca ilusión de los aspirantes a periodistas que llegan a las redacciones sin hambre, deseando acabar para regresar a los cafés de Facultad, los apuntes fotocopiados y el polvo ocasional con la compañera que se los ha prestado.
Mientras papá y mamá se están dejando los cuernos para darles de todo, ellos no han aprendido de esa primera generación apoltronada en la clase media, conformistas para lo que quieren y reivindicativos para lo que no toca. Ojalá los futuros padres eduquemos mejor y, sobre todo, que nos dejemos educar. No quiero que mi hijo sea el gordito revientaclases, y si lo es, no pienso defenderlo.

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