jueves, 8 de octubre de 2009

Tetris en el parking de Leroy

Esta es la breve historia de una odisea. Definitivamente y como ya he comentado en Facebook, Leroy Merlin debería hacerme hijo predilecto. Es lo que tiene hacerse una reforma en casa: he pasado de gastarme un pastón en librerías, tiendas de videojuegos y cine, a invertirlo en artículos de bricolaje. La sociedad del consumo nos atenaza.
Salíamos con un carro cargado de maderas: quince paquetes de friso de pino. A efectos numéricos, once kilos por pack y diez tablitas de dos metros y pico por cada uno de ellos.
José Luis y yo jugamos al Tetris, el legendario videojuego en el que había que ensamblar piezas para no perder.
Bajamos los asientos, retiramos un reposacabezas y colocamos una manta en el salpicadero. Empezamos a meter las piezas. Suerte que todas son alargadas y, como en el Tetris, no tienen cada una su caprichosa forma. Las primeras ocho caben sin problemas en el coche. El resto, tienen que ir irremediablemente asomando por la parte de atrás.
Varios malabares después y visiblemente acalorados, conseguimos meter en mi Nissan Almera esos 160 kilos de madera, a un servidor y a mi amigo José Luis, que iba entre el friso, donde podía como si fuese un chucho.
"Yo controlo, pero ve despacio a ver si la armamos". Por ir abreviando porque tengo que ir a un sitio del que otro día os hablaré. Llegamos al destino y el chico que hace la reforma exclama: "¡Están locos, eso no es un coche, sino una furgoneta!"
Diez minutos después, José Luis y yo nos despedimos. Ya era la hora de comer. "Muchas gracias, tío. Desde que surgió, sabía que este marrón nos lo comeríamos tú y yo", le digo. "No es nada. Ya tendré yo que hacer algo y te llamaré. ¿Para qué están los amigos?", me respondió.
Otra respuesta y un choque de manos sirven para asentir. Y este enlace. Porque estas pequeñas cosas son las que para mí definen la amistad. Son esos momentos de los que luego nos reiremos cuando quedemos a tomar un café solos o acompañados de nuestras novias.
José Luis y yo tenemos decenas para contar. Esta es la última, por ahora. Aún no os había hablado de él. Es de esos amigos que no sabes por qué han llegado a serlo. Es anti fútbol y conmigo eso es difícil de compaginar. En el trasiego de la vida, al menos en una ocasión le he dado razones para mandarme a la mierda por alguien que no merecía ese sacrificio.
Por fortuna, esa crisis pasó y ahora puedo contar con él para transportar cosas, pedirle auxilio cuando el cajero de la gasolinera no lee mi tarjeta de crédito o simplemente para charrar con un almuerzo de por medio.
Las grandes amistades no necesitan una eterna simbiosis, ese ser uña y carne con el que la definía cuando tenía 15 años, y que ahora califico como camaradería. Me vale un sms de un amigo que me felicitó por un pequeño cambio en la vida, cuando a él los giros se la están jodiendo en los últimos años.
Me valen esas llamadas a altas horas cuando lo estaba pasando mal. Tú las sabes, porque de vez en cuando me recuerdas los paseos que te dabas por el carril bici a las tantas mientras hacías de psicólogo. Me conmovió esa llamada en la que una frase me lo dijo todo: "Te llamo porque han pasado las semanas y no quería que te enterases cuando naciese". Me compensan esos cuatro minutos que me esperas por semana, y esos meses que tardo en llamarte que solucionas con un "sé que eres un impresentable, te conozco y te acepto así"
Seguro que me olvido de muchos. Son las pequeñas cosas que me han venido a la cabeza que, para mi, hablan de amistad. Porque un amigo no se juzga por peso, y tampoco creo que haya mejores amigos. Un amigo lo es porque lo sientes... y punto final.

2 comentarios:

  1. Cada pequeño como gran acto hacen de la amistad algo maravilloso, por lo cual nos sentimos vivos.
    Tengo un gran privilegio de sentirme como tal.

    ResponderEliminar
  2. La amistad no se debe de poner a prueba ni esperar que se adapte a nuestro deseo. La amistad siempre se mantiene cercana en los momentos difíciles y nunca nos abandona.

    ResponderEliminar