martes, 19 de enero de 2010

Niebla

Nube muy baja, que dificulta más o menos la visión según la concentración de las gotas que la forman. La RAE (Real Academia Española) define así la niebla. Yo lo pude comprobar anoche, mientras regresaba a casa por la Pista de Ademuz. Conducía con precaución porque más allá de 40 metros era imposible distinguir si la carretera estaba libre o había un trailer atravesado.
Esa niebla me hizo pensar en un submundo del que muchas veces hablamos con ligereza, pero que es la punta de un enorme iceberg que cada día hunde miles de vidas. La prostitución, dicen, es la profesión más antigua del mundo. Soy de los que acostumbra a dedicar la frase "¡que puta eres!" a una amiga en medio de una broma.
Muchos hemos disfrutado de despedidas de soltero en las que en un momento de la noche venía una stipper (o varias) a realizar un show para jolgorio de un rebaño de machitos. No hay nada de malo en ello... ¿o sí? No valoraré el sentido o sinsentido que tiene el sexo de pago pero sin amor, algo así como una piscina sin agua o un piso sin muebles.
Uno de los razonamientos de los defensores de la prostitución es que las mujeres lo hacen libremente... que cada uno puede disponer de su cuerpo para lo que le plazca. Estoy de acuerdo, y si ese negocio fuese así de sencillo, no le vería ningún problema. Yo no compro tabaco, pero tampoco exijo que lo prohíban.
Pero Antonio Salas, o como se llame en la vida real, me abrió los ojos con su libro 'El año que trafiqué con mujeres'. Hasta hace pocos días había avanzado durante 30 años en medio de la niebla. Me hice lector de periódicos y entre a trabajar en uno. Por aquel entonces ya veía que algo fallaba. Que un señor ganaba pasta sólo por vigilar a las señoritas negras o del Este de Europa. Ya me chirriaba que alguien sacase tajada sólo por estar ahí mientras ella se la chupaba a un gordo maloliente o se dejaba dar por culo sin rechistar.
Pero siempre queda el maldito razonamiento: si ella quiere y el gordo, el maloliente, el minusválido, el feo o el adicto al sexo la necesita... Pero no todo es ley de oferta y demanda. Vemos esa parte, pero la niebla enturbia todo un inframundo, una máquina que arrasa con todo para generar miles de millones de euros en beneficios anuales.
Antonio Salas cuenta en su libro cómo se infiltró en el negocio y contempló in situ varios tipos de prostitución. No siento pena alguna por las famosas o las universitarias que cobran por follar, más o menos según su caché o su presencia.
Me toca las narices que haya africanas que cruzan el Estrecho en patera para trabajar como putas en la calle, acojonadas porque alguien les ha sometido a una sesión de vudú y creen que si abandonan perecerán ellas y sus familias.
También me causa estupor que miles de rusas, rumanas o mujeres de la antigua Yugoslavia trabajen como meretrices después de llegar a España engañadas con la promesa de un empleo mejor mientras en sus países malvivían sin un empleo.
Pero lo que ya me cabrea sobremanera es saber que hay mafias que traen niñas, menores incluso de 13 años, para que sean desfloradas por "honrados" hijos de puta que creen que pueden pagar una infancia destrozada con un puñado de billetes.
Pretendía escribir la primera crítica literaria de este blog, pero me ha salido algo bien diferente. 'El año que trafiqué con mujeres' tiene más valor como testimonio que como obra. Debería ser libro de referencia en todos los institutos. Obligatorio para chavales que en poco tiempo serán clientes potenciales de las meretrices para una despedida de soltero o para apagar sus deseos insatisfechos. Imprescindibles para chicas tentadas a pagarse con su cuerpo un fondo de armario envidiable o una moto último modelo. Vital para todos los que durante toda la vida hemos visto la prostitución a través de la niebla.

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