martes, 13 de abril de 2010

Aspersores adictos al trabajo

Hubo un tiempo en que creía que la adicción al trabajo era cosa de los periodistas y los altos ejecutivos. Ya hace tiempo que salí de mi error y comprobé que de todo hay en la viña del Señor y que en todos sitios cuecen habas. Pero lo de ayer supera todos los límites, de lo real y de la fantasía. Jamás sospeché que hubiese aspersores, de esos que riegan los jardines públicos, enfermos de un exceso de celo en la vida laboral.
Regresaba a casa después de disfrutar una cena en el Sanfran con mi hermana y mi novia. Cuando declaras la guerra sin cuartel a la nada deseada curva de la felicidad, salirte un día de la dieta sabe a gloria. Esos sandwiches gigantes, unas patatas bravas alucinantes y los palitos de mozzarella conforman el mejor de los manjares. Después de dejar en casa a Maggie, traté de concentrarme para moderar la velocidad. Había llovido y no era cuestión de acabar el día de San Vicente compartiendo con él la última copa en su morada eterna.
Sobre la 1 de la madrugada, los aspersores riegan a diario el césped y las plantas que actúan como medianera en la avenida del Cid de Valencia. Lo que no me esperaba es que este sistema de riego estuviese ayer en marcha. Me equivoqué. Después de un chaparrón que hizo bueno lo de que en abril aguas mil, y cuando aún chispeaba, las mangueras echaban aún más agua. ¡Menudo empacho se cogerían los sufridos vegetales!
No había día festivo que valiese. Ni que la tierra ya se hubiera empapado tras dos horas de lluvia. Los aspersores estaban empecinados en cumplir su jornada laboral. ¿Y si a alguien se le ocurría aplicarles uno de esos ERE tan de moda en estos tiempos? No es cuestión de arriesgar el puesto de trabajo, y más teniendo pequeñas mangueritas a las que mantener.
Sonreí. Me dije : "Una más de Rita". Lo reconozco. Me vino a la cabeza el desmedido gasto en cambiar cada pocas semanas la decoración del Puente de las Flores, o la pasta que está costando la Ciutat de les Arts. No creo que la inversión de agua sea fastuosa. Más bien la califico de absurda.
Seguí conduciendo mientras escuchaba a De la Morena entrevistar a Luis Rubiales, y aprovechar la huelga de los futbolistas para pegarle un hostión a Ángel María Villar. Lo del director de El Larguero con el presidente de la Federación ya es una promesa de odio eterno.
Un cuarto de hora después, sin que mis limpiaparabrisas hubiesen parado en todo el viaje, tomé la salida de L'Eliana. Cuando llegué la segunda rotonda, me quedé perplejo. Ya no debe ser cosa de Rita y el PP, o de mi alcalde, José María Ángel, y el PSPV. San Vicente Ferrer comparte el 12 de abril con la celebración del día de los aspersores trabajadores. Esta glorieta ajardinada también necesita riego diario... pero no anoche.
Esas mangueras, sin embargo, ahí estaban trabajando a altas horas de la madrugada, quizás con la intención de no ser menos que sus homólogas de Valencia. Este post trata de ser una simpática denuncia a algo que puede parecer insignificante pero que desde luego deberían cuidar los Ayuntamientos. En unos tiempos de apreturas económicos y cuando la palabra sostenibilidad viste como complemento idóneo de cualquier programa electoral, no podemos derramar de una forma tan absurda unos cuantos cientos de litros de agua.
Tras una jornada festiva, entiendo que esos aspersores estarían programados, y que la persona responsable no previó que lloviese horas antes de que se pusieran en marcha. En una sociedad gobernada por las tecnologías, es posible manejar estos dispositivos incluso con un mensaje de móvil. Será costosa la instalación, pero cuando se malgasta el agua se pierden todas razones para luego reclamarla si escasea. Seguro que cuando llueve, los aspersores agradecen una jornada festiva. El medio ambiente también.

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