martes, 6 de abril de 2010

Noche de terapia

Reconozco que lo necesitaba. Hacía tiempo que echaba de menos esa sensación tan placentera de sentirte sólo pero rodeado de gente. El plan ya es de por sí, perdonad el coloquialismo, la mar de friki. Hacía cerca de tres años que no iba al cine conmigo mismo. Sin tener que negociar para elegir la peli. Sin hablar con nadie. Sin la cálida compañía de mi amor o de un amigo. Algunos lo ven como algo triste, yo lo concibo como uno de esos momentos que, si sabes disfrutar, son sumamente placenteros. Algo así como el sabor del vino: al principio lo detestas hasta que te das cuenta que el simple aroma de un buen caldo te hace soñar despierto.
Salí del periódico un poco a regañadientes. Me apetecía ver el Villarreal B-Betis, pero alguien me aconsejó que huyese: "¡Para un día que podemos irnos pronto!". Como en los viejos tiempos, miré el reloj. Las 22.25 horas. "Da tiempo", me dije. Nos despedimos. Mi amigo, el del consejo, y yo. Él prefiere irse a casa. Aprieto el acelerador a fondo y llego a Kinépolis en diez minutos. Sé que las opciones van a ser escasas porque muchas pelis ya han empezado.
Una pareja que no se decide. Tres amigos de esos que tienen la puta manía de empezar a elegir película cuando están delante de la máquina expendedora... y así sucesivamente. Me desespero, pero finalmente llega mi turno. Saco la entrada a contrarreloj después de elegir la única opción mínimamente atractiva. Sé que salen Noriega y Belén Rueda, pero no me daba tiempo de leer la sinopsis.
Me siento en mi butaca sintiéndome observado. Algunos pensarán que soy friki, a otros les dará lástima ver a ese chaval barbudo y desaliñado entrar sólo al cine. Otros pasan de mí. Yo sigo tan feliz hasta que empieza la peli. Detrás de mí tengo a una parejita. Ella pide disculpas hasta con la risa, pero él está encantado de escuchar sus risotadas. Como si quisiera impresionarla. A ella o a todo el cine. Por muy buen chaval que sea, logra que lo deteste. Conforme avanza el metraje, su exagerado jolgorio se apaga. Menos mal que era un drama, si llega a tratarse de una comedia disparatada, le arranco las cuerdas vocales.
El título de esta entrada habla de una terapia. Hasta ahora he hablado de una actividad que echaba de menos, pero no de un tratamiento a dolencia alguna. Eso lo constituyó la propia película, 'El mal ajeno'. La trama transcurre en un hospital y las enfermedades consitituyen el hilo conductor de la historia.
Me veo obligado a esconder mi hipocondría para lograr la sensación más parecida posible al disfrute. Aunque algo previsible, la película está muy bien. Noriega da vida a un personaje más del corte de sus papeles habituales, que uno no sabe ya si los borda o es que este chico hace de sí mismo. No destacan los actores, más bien nos hallamos ante una cinta de guión.
No sé si la terapia ha surtido efecto. Durante la hora y media que he estado sentido en la butaca, me ha dolido el corazón, la cabeza y la garganta. He soportado la película como he podido, y no porque haya dejado de gustarme. Esta terapia no me da resultado. Si alguien tiene la panacea para esta sensación, que no espere más en decírmelo. Pero no voy a hablar hoy de mi hipocondría. Eso será otra historia.

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