jueves, 20 de agosto de 2009

Lo que no vieron ni Gaudí ni Zafón


Barcelona, modernista y cosmopolita. Que si la Sagrada Familia, que si el Tibidabo, el glamour de la Diagonal o los caserones antiguos. Todo muy bonito, pero será en otra ocasión. La ciudad condal también ofrece cerveza fresquita, calles en cargantes obras y tardes de fútbol.
Es una de las ciudades para volver una y mil veces. Recorrer Barcelona recreándose en la obra de Gaudí. Disfrutar de una noche en el Liceo. Visitar los escenarios del brillante pero repetitivo Carlos Ruiz Zafón. Ir de compras. Vibrar con un concierto del Bosh o los Rolling...
Esta gran urbe, de forma permanente u ocasional, nos ofrece todo esto y mucho más. Pero hoy os propondré otro plan, menos bohemio y culturetas, pero con el que os lo vais a pasar de lujo. El único requisito es tener sangre de azul y grana o pocos prejuicios.
Llegáis a Barcelona por la mañana, rozando el mediodía. A poder ser, evitar el tedioso y maratoniano autobús. Un coche con cuatro amigos sale más barato, el tren incrementa la comodidad y el precio, el avión es rápido pero no apto para cualquier bolsillo.
Una vez piséis el pavimento de Barcelona, hay que atravesarlo, dirigirse al subsuelo. Creo que es imprescindible viajar en el metro si se quiere conocer la idiosincrasia de la ciudad. Sus habitantes se desplazan por las entrañas de la gran urbe a bordo de un ferrocarril de precio asequible y servicio rápido y minucioso.
Salimos del metro al principio de las Ramblas. Tengo sed, por lo que la primera parada obligatoria es la fuente de Canaletas. Lugar de reunión de los aficionados del Barça, una inscripción alerta de que quien beba de este acuífero, quedará prendado de la ciudad. No con esas palabras, pero más o menos.
En el paseo hacia Colón nos encontramos con gente de muchas nacionalidades, varios Dunkin (¿Para cuando esos deliciosos donuts en mi amada Valencia?, el Liceo, actores que se disfrazan de estatua para ganarse la vida y decenas de tiendas con souvenirs y animales. Llevo la mano cerca de la billetera, el móvil y la cámara de fotos, pues no se si el que choca conmigo es un turista despistado o un carterista espabilado.
Giramos por un callejón cuando los pies empiezan a arderme. Llegamos a La Fonda, una especie de bar de polígono maqueado para convertirse, en relación calidad-precio, en la mejor oferta para comer cerca de la Rambas. Hay cola y un anuncio de menú por 8,95 euros. Tiene buena pinta.
Tras 20 minutos de espera, un hombre encorbatado nos invita a entrar y una legión de camareros asiáticos nos atiende sin amabilidad pero con eficacia. Los espaguetis a la carbonara están de muerte y Paquito dice que el crep de marisco, también. La salsa a las finas hierbas maquilla una carne sabrosa pero dura y Borja no se queja del rape. Un vino digno para salir del paso, una crema catalana casera y un cafelito de 6 terminan de perfilar La Fonda como un lugar recomendable.
Salimos, no sé si rodando o andando. Como bolas de billar caemos de nuevo en el agujero. La estación de Liceo y dos trasbordoas nos llevan a los aledaños del santuario, tomado por un hormiguero de azul y grana. Vamos a la botiga. Error: deberíamos haber acudido por la mañana. No quedan camisetas M, así que me contento con el segundo equipaje, que bien podría llevar en el coche como chaleco reflectante. La prenda, estampación con el 8 y mi nombre (Mosh), más la publicidad de TV3. Todo ello por una pasta infame, pero nos vamos la mar de contentos.
El calor y los muchos metros de caminata nos empujan hacia la Diagonal en busca de un bar donde tomar un refrigerio. Ya ataviados con nuestras camisetas, Paquito y yo sucumbimos a los encantos de la rubia más fresquita de Barcelona. Unas cervezas después, los tres amigotes juramos repetir experiencia en San Mamés y Liverpool. Yo prometo para mis adentros que con alguna cerveza menos entre pecho y espalda.
Son las 21. Entramos en el Camp Nou. No tengo palabras para definir el santuario culé. Se puede no ser del Barça ni futbolero y flipar. Como dicen del sexo tántrico, ver un partido en el coliseo azulgrana es una experiencia para vivir.
Mi única decepción, que Ibra no marcase. Por lo demás, mi primer partido en el Camp Noy se convirtió en un viaje perfecto. Vi fútbol pese a que el City se llevase el Gamper con un lamentable catenaccio y saboreé el aroma multicultural de las Ramblas. Buena compañía y ganas de pasarlo bien hicieron el resto. Sé que no es el mejor viaje ni el recorrido cultural más completo. Sin embargo, es un completo y lúdico día en la Barcelona que no retrataron ni el maestro Gaudí ni el novelista Carlos Ruiz Zafón. PD: ambos admirados por este humilde blogero.

4 comentarios:

  1. Mola mola!! jejejeej... sin nada mas que añadir! jajaja.. abrazooss!

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  2. CLARO, ASI HA DE SER... QUE LAS VISIONES DE LAS CIUDADES SEAN DIFERENTES SEGÚN LOS OJOS QUE MIRAN...
    OJALA, TOD@S RESPETARAMOS MUCHO MÁS LAS PERCEPCIONES DE UNA REALIDAD...
    OTRO GALLO O GALLINA(ELLAS CANTAN)... PUES ESO CANTARÍAN, LOS UNOS Y LAS OTRAS!!!
    BAJOS LOS EFLUVIOS SUDORÍFICOS!!!
    PERDONADA!!!
    SALUDOS!!!

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  3. solo elogiar tu acierto por el comentario del sacapuntas...
    muy certero!!!
    saludos!!!!

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  4. Muchas gracias... la verdad es que Barcelona tiene miles de visiones, esta es sólo una más... un lugar muy recomendable.
    PD.Las vacaciones han hecho estragos en este blog... habría que cambiar el título de la penúltima entrada

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