lunes, 2 de noviembre de 2009

La mochila

Recuerdo aquel día vagamente. Venía del instituto, creo que todavía cursaba Primero de BUP. Había salido tardísimo de clase y cogí el autobús Valencia-Silla, el que paraba (no se si sigue haciéndolo) en la parada del metro de Gaspar Aguilar con Agustina de Aragón.
Iba encorvado caminando por la acera. Me costaba aguantar el peso de la mochila. Quería llegar ya a la tienda de mis padres, derrumbarme en el sillón negro y comer. Una mujer me dice algo. Ríe. A lo lejos, veo a mi madre gesticular, levantando los dos brazos y agitándolos mientras abre mucho los ojos y grita algo.
La observo con curiosidad y giro mi cabeza a la izquierda. La mujer que me había dicho algo también la mira y entonces su risa ya es desternillante. Vuelve a dirigirse a mi: "Que dice tu madre que te pongas la mochila bien".
Durante días, ese episodio me causó vergüenza. Lo he recordado varios años, y no sé la razón, pero lo había olvidado hasta esta misma mañana, cuando subía las escaleras del periódico con la mochila colgada a un solo hombro.
Hoy, con 30 años a mis espaldas, parece que los bártulos pesen menos. Error. Primero, que aquella mochila iba cargada como un diablo, con varias libretas y algún libro. Segundo, aunque poca, ahora tengo más fuerza que cuando era un chavalín de 14 años.
¿Por qué cuento esto hoy? Porque mientras subía las escaleras, me ha dado un ataque de risa. Lo he disfrutado más que aquella clienta que se despelotó a mi costa antes de ir a su casa a comer. "¿Por qué sería yo tan gilipollas de llevar la mochila en un hombro, cuando tenía dos asas y podía repartir el peso?", me preguntaba yo esta mañana.
La respuesta es simple: en el instituto, los más guays llevaban el hatillo colgado a un hombro. Si lo llevabas en los dos, eras el empollón, el tonto de la clase o las dos cosas al mismo tiempo. Y eso era irremediable. o te lo decía algún enterado o te lo repetías tú mismo.
Quince años después, si alguien me dice lo guay que soy por como llevo la mochila, me parto la caja a su costa, como la clienta. Lo que yo quería en esta madrugada de insomnio era reflexionar sobre qué es la madurez. No lo sé, pero sí creo que este es uno de los marcadores que pueden evaluarla.
Ahora no llevo unos pantalones determinados, o la mochila de una forma, o una camiseta, o el pelo de aquella manera... pensando en qué dirán mis compañeros. Me pongo lo que quiero. Me hago mayor (¿viejo?) y el qué dirán empieza a sudármela cada vez más.
Lo de la mochila lo tengo superado, pero he de reconocer que siempre encuentro la horma de mi zapato. Es decir, que hay algo que tarde o temprano hago para que tal colega no se mosquee, o porque a mi familia no le gusta o porque es lo que todos esperan de mi. ¿Será porque no he madurado? Me temo que no lo haré jamás.

4 comentarios:

  1. A todos, aunque sea algo y no lo queramos admitir, nos importa el que diran sobre todo personas que nos importan, como tu dices, algun amiguete o familiar.

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  2. CLARO, A LA GENTE QUE QUEREMOS LE HACEMOS CASO, AUNQUE NO DE BUENAS A PRIMERAS, POR ESO DEL ORGULLO Y LA IDENTIDAD, PERO SI NOS ARGUMENTAN ACABAMOS SIENDO COPIA Y PEGA..
    SALUDOS!!!!

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  3. yo llevo la mochila con los dos hombros y no soy una empollona, me gusta por que voy mas comoda, me da igual lo que digan...

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  4. jajajaja.. buenísimo Moi, leo y releo esa escena de tu adolescencia y es que no te veo...
    Como mola crecer y comenzar a tener criterio propio!

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