Dicen que los hombres somos niños mayores y con barba. Nos acusan de que no maduramos nunca. Y fíjate, que creo que esa es una de nuestras virtudes. Yo añadiría algo más: nos negamos a abandonar nuestros orígenes, nuestras aficiones de niños, por mucho que pasen los años. Un primer ejemplo: un día juré que vería el fútbol tranquilo. Hoy sigo vibrando con los partidos del Barça y del Levante. Reflexionaba sobre esto mientras rememoraba el encuentro contra el Inter y dedicaba un rato a mi nueva frikada.
He estado pegando cromos como un crío. El domingo decidí algo que llevaba rondando desde que en septiembre me regalaron el álbum de la Liga en los aledaños del Camp Nou. Pensaréis que es lamentable, pero he regresado al pasado para hacerme una colección. Lo echaba de menos y no podía esperar a tener un hijo al que, si Dios quiere y la salud me lo permite, le inculcaré esta bonita afición. Mientras tanto la mantendré yo.
Los cromos son uno de los grandes recuerdos de mi infancia. Me hice una sola colección y fue la de una Liga. Empecé a pegar cromos en el álbum en verano. Cosas de chavales, no pude esperar a la temporada siguiente. Esta vez coleccionaré de forma diferente, porque por primera vez he empezado a comprar cromos.
Cuando era un niño de colegio, me especialicé en las timbas de recreo. En ellas conseguí auténticos tacos de estampitas de futbolistas. Me asocié con Miguel. Ambos llegamos a reunir un taco con 600 cromos sin pagar ni una peseta. Todos los cursos hacíamos lo mismo, pero nuestros compañeros no parecían enterarse.
Alguien nos prestaba tres cromos. Jugábamos una partida, normalmente a pantalón. Y es que había tres juegos, todos igual de sencillos: el ya nombrado del pantalón, camisetas y equipos, reservado a auténticas timbas donde se comprometían 20 o más cromos por participante.
Ibas tirando estampas y, cuando coincidía la prenda o el equipo, quien había lanzado el último cromo se llevaba todo lo que había en la mesa, que solía ser el piso del patio. Había jugadores (normalmente cuatro) y espectadores. Algunos, como yo el primer día en que se ponían a la venta los cromos de fútbol, eran mendigos que querían un préstamo para probar fortuna.
Se llegaban a ganar o perder grandes cantidades de cromos, hasta el punto de que Miguel y yo llegamos a un acuerdo: llevar cada día al colegio un máximo de 20 cromos. Nos fue bien hasta que decidimos que este juego no nos haría ricos. Ese verano decidí reunir la colección. El álbum quedó a medias y todavía coge pronto, si mi padre no lo ha enviado a reciclar, en el sótano de casa.
Espero que eso no ocurra con el álbum de Sudáfrica. Quiero acabarlo y luego conservarlo. Es un reto que me he marcado. Busco cómplices porque no quedaría muy bien que un tío barbudo se presentase por los colegios con cromitos. Deseo acabar alguna colección que otra mientras llega el Moi júnior para relevarme. Espero que mi deseo sirva para forjar a un friki, que disfrute con cosas como reunir 600 estampas, leer cómics, ver partidos... pasatiempos que no hacen mal a nadie y que te alejan de otras cosas no tan buenas.
Bosquejos en mi blog (170)
Hace 4 años