martes, 12 de mayo de 2020

Desescalada en el Mandor (V): Vivir con una enfermera

Cada uno tiene sus 'enfermedades'. La mía, desde hace tres o cuatro años, es el running. Soy un corredor mediocre -en tiempos, que no en entusiasmo-, pero de los que se entrenan casi a diario, de los que se ponen el dorsal varios domingos al mes y de los que miran el calendario de carreras de la zona donde va en vacaciones. Tengo mi reloj con GPS, decenas de camisetas y, claro está, hablo de mi afición y ojeo revistas especializadas. Hace unos meses, buceando por Instagram, vi la cuenta de un preparador sin un gramo de grasa y una musculación que daba envidia.
"¡Mira este tío, no está fuerte, no!", le mostré a Maggie. Ella miró, fijó la mirada en el antebrazo del chico y respondió: "Sí, tiene una vena maravillosa. Perfecta para ponerle una vía". Eso es vivir con una enfermera. Qué, a decir verdad, es compartir existencia con alguien que trabaja por vocación más que por ganarse el sustento. Que es importante, pero una vez garantizado, el sanitario es una persona que suele caracterizarse por su solidaridad y empatía con sus clientes.
Hoy ha sido el día de la enfermera. Me he enterado navegando por redes y me he abstraído tanto que he olvidado que el 12 de mayo es también el día en que Maggie y yo formalizamos nuestra relación. No he quedado mal, porque le he comprado un ramo, dedicado a alguien que en estas semanas vive cansada en sus días libres para trabajar como un titán en sus jornadas laborales de 12 horas. Cuando llegue mañana a casa, lo hará con ojeras, exhausta y con una sonrisa. Meterá su ropa en la lavadora, desayunará conmigo y se irá a dormir.
Misión cumplida. Hasta dentro de tres días, cuando regresará al campo de batalla. Porque ahora el enemigo es el Covid-19, pero a esta gente los clientes no les faltan. Enfermos, tarde o temprano, nos ponemos todos. Y eso es lo que debe entender la sociedad. Los políticos, pero también cada uno de los que han o hemos aparcado lo de aplaudir en cuanto nos han dado la oportunidad de salir a correr. Cuando abran los bares y regrese el fútbol, ni te cuento. Pero ellos seguirán ahí. Silenciosos y dispuestos a ayudar. Percibiendo esa vena por la que pueden inyectarnos vida mientras el resto del mundo se distrae en detalles banales.

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