viernes, 1 de mayo de 2020

Cuarentena en el Mandor (XLII): El grito

Andaba yo despistado hace un par de días mientras paseaba a los perros. Ellos, también algo desorientados, husmeaban al viento en busca del lugar más asqueroso y, para ellos, más apetecible donde orinar. Eso, no sin antes lamer la marca de otro de sus congéneres a modo de los faraones, que borraban los jeroglíficos de sus antecesores para borrar su huella.
De repente, escuché un grito agudo, casi gutural. De terror. Me sobresalté. Lo reconozco. Mis perros, también. No pudieron sino abrir más los ojos y caminar sin necesidad de que yo los azuzara. El berrido lo había proferido un niño de no más de cinco años. Iba de la mano de su padre y le había parecido aterrador que dos carlinos, el perro más indefenso que se me pueda venir a la mente, anduviesen a su vera.
El padre, también he de decirlo, no le hizo ni caso. Nada más allá de un susurro tranquilizador mientras proseguía su camino sin inmutarse. De este encierro constato que los seres humanos somos la especie más invasora de la Tierra. Los animales han vuelto a aparecer bajo la luz del sol únicamente tras constatar que estamos encerrados.
Tengo cuatro sobrinos y no me gustaría que ninguno de ellos se asustase sólo por la presencia de un perro más pequeño que ellos. También les enseño en lo que puedo a respetar a los animales. No como ni carne ni pescado porque rechazo la muerte de otros para poder alimentarme. No me consdero ni mejor ni peor por ello, sólo es una opción. Sí considero innegociable que aprendamos de una vez por todas a pensar en los demás, sea racional o no, nade, repte, vuele o camine sobre dos u cuatro patas.

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