martes, 28 de julio de 2009

Quemado

Hoy escribo con rabia, con hastío, con impotencia... cansado de notar cómo el ayer no vale para nada, de saber que deberé sentirme satisfecho si el periódico de esta mañana atesora dentro de unas horas un bocata de jamón con queso. Sería una grosería decir lo que me tocan esos días que empiezan con optimismo y acaban con un mal rato, aunque se sufra de una forma camuflada y absurda.
Como no tengo ganas de muchas florituras, os voy a contar una pequeña historia de una mujer que sólo encuentra consolación, dígase consuelo, en su propio nombre. Voy a hacerlo escueto porque nada sé de su vida, ni de su pasado, ni de sus recuerdos... más que nada porque son un montón de cenizas.
Su presente es jodido y su futuro no se atisba mucho más halagüeño. Quien presentó su marido y resultó ser su pareja (demagogia barata para referirse a la persona con la que sin pasar por vicaría o por el juzgado de paz) padece un cáncer terminal.
El jueves venían de hacerle una transfusión y la policía les impidió acceder a la casa a la que se habían mudado hace una semana. No hizo falta preguntar el porqué. Su inmueble sobresalía en el paisaje, estaba más iluminado que nunca. Se había convertido en una fogata.
No conozco a Consolación, ni sé si es buena persona. No tengo ni idea de la cifra que califica su cuenta corriente ni cuánto ama a su pareja. Sólo supongo que ahora estará desconsolada. Yo en su lugar estaría a mitad de camino entre abatido y furioso, defecándome en mi meretriz existencia pero deseando con todas mis fuerzas pillar al macho caprino que el jueves se entretuvo encendiendo hogueritas en los barrancos cercanos a Valencia.
Suerte que pasó de largo por el Mandor. Ahora sentiría más rabia, hastío e impotencia. No soy militante de Greenpeace, pero me da rabia que se haya quemado un buen trozo del paraíso de Vall d'Alcalà porque un agricultor no tenía nada mejor que hacer que quemar unos rastrojos en día de poniente.
Cuando veo al presunto, no vaya a demandarme, pirómano de Onda me entran unas ideas por las que el mismísimo Torquemada sentiría escalofríos. Y ya cuando recuerdo que han muerto cinco bomberos en Lleida... entonces ya sí que noto un pálpiro de entrepierna que se convierte en un furor que me quema.
Y eso que los incendios venden periódicos todos los veranos. No. Si es así prefiero que se queden todos en el kiosko. Serán enfermos o resentidos, negligentes o ignorantes, odio con toda mi alma a todos los que calcinan una hectárea de naturaleza o ponen en peligro la casa de mis vecinos.
Reconozco que me gusta ver trabajar a las brigadas, los bomberos, los hidroaviones y los helicópteros, pero me embriaga la tristeza cuando veo una ladera teñida de negro.
Jamás he disfrutado tanto con mi profesión como aquella noche con Juanan, cuando éramos dos chavales, en la que estuvimos toda la madrugada cubriendo el incendio de la Calderona. Ese subidón,como ocurre después de cada incendio, se diluyó de forma instantánea, en cuanto vi cientos de árboles quemados. Entonces y el viernes, el resultado fue el mismo. Toda mi satisfacción por el trabajo realizado en un día agotador desaparecieron cuando vi la casa de Consolación arrasada. Odio a los pirómanos. Quemen lo que quemen, aunque no sea con fuego.

1 comentario:

  1. Cuanta razón tienes... Hace ya una semana y hasta mi nariz aún llega el recuerdo del humo de lugares cercanos como Torrent, Aldaia... Y ningún subidón periodístico impide que se te llene el rostro de tristeza cuando ves montes y laderas calcinados.

    ResponderEliminar