El caso es que Martín Labarta, un valiente y una buena persona, se fue al descanso en esa frontera entre el 5 y el 6 de abril del año del Covid-19. Lo de buena persona lo digo porque lo afirma gente de la que me fío. Fernando Miñana y Jorge Aguadé, a quienes identifiqué como las voces autorizadas del baloncesto en la redacción en la que desembarqué con ilusión y sin ninguna experiencia hace ya muchos años. O Juan Carlos Villena, el actual santo y seña del deporte de la canasta en el periódico: minutos después del mensaje del Valencia Basket nos informó, aún convaleciente y entre lágrimas, del fallecimiento de este icono de la Fonteta.
Dicen que Labarta vendió televisores y que cayó en el puesto de delegado del Valencia Basket por una cadena de acontecimientos, relaciones y casualidades. Da igual. Podría haber acabado en otro club, o vinculado la deporte del motor, o en una unión musical. El que es buen tipo, es buen tipo. Y hay que serlo para que cada jugador de élite con pasado taronja que se ha pasado por la ciudad en los últimos meses haya dedicado un rato a visitarle para darle ánimos en su lucha contra la enfermedad.
Yo, cuando parta, me gustaría que la gente me recuerde con las palabras que ayer le dedicó Pedro Martínez, un entrenador al que tampoco conozco de nada pero que también respeto muchísimo por su franqueza: "Una persona maravillosa y querida por todos. Daba igual si eras del Valencia Basket o de un rival. Sin olvidar el respeto a los árbitros. Hizo grande el club".
Hoy me ha hecho pensar. Me habría gustado conocerle, señor Labarta.
La virtud de ser bueno y de sumar en el lugar donde te coloque la vida. En estos días lo podemos hacer de una forma sencilla:
Quédate en casa.
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