viernes, 10 de abril de 2020

Cuarentena en el Mandor (XXIII): El banco junto al Mandor

Aquella mañana había dos chavales en el banco. Silenciosos. Casi se susurraban. No eran enamorados adolescentes pero como si lo fueran, como aquellos que antaño se escondían ante lo sicalíptico de los primeros besos húmedos, trataban de pasar desapercibidos en el último rincón antes del barranco. Cuchicheaban mientras saboreaban las últimas bocanadas de libertad.
En aquel sábado soleado, como dos rateros de pueblo a los que se soportan las leves maldades esperando que la cosa no pase nunca a mayores, los vecinos los miraban de soslayo. Fue el fin de semana en que cerraron las jaulas con barrotes de oro. Las de las primeras picardías para no dejar de salir de ese hogar otras tantas veces añorado. No sospechábamos que un mes después pagaríamos la mitad de nuestro reino por degustar al sol una cerveza y una tapa de bravas. O por quemar la suela de nuestras zapatillas durante unos kilómetros de suelos agrícolas.




Esta noche el banco está desierto. Como en los últimos veintitantos días. Ni rastro de los dos muchachos. ¿Harán las tareas del instituto? ¿Se pasarán el día conectados al facetime? ¿Serán más de FIFA o de Fortnite? ¿Habrán abierto algún libro de motu proprio o queman Netflix? Lo cierto es que el punto de reunión ya no lo es. Y esos chicos, más otros que se juntan habitualmente ahí, no van a hacer ruido este fin de semana. No notaré durante el paseo de mis perros el aroma a porro que me recuerda a tiempos pasados, cuando salíamos todas las semanas hasta el amanecer. Ni pensaré en que ya podrían callar un poco, porque seguramente habrá unos abuelitos a los que no dejen dormir.
Quiero que los chavales vuelvan. Que lleven allí su cena comprada en un establecimiento de comida basura y, eso sí, que no se dejen las bolsas ahí tiradas. Que se hagan sus botellones y sus porros, sin abusar. Que dentro de un par de meses pasen el verano de sus vidas en ese banco junto al Mandor. Si ellos son libres, tú y yo también habremos recuperado nuestro derecho a elegir. Ahora, en un nuevo fin de semana en que apetece de todo menos eso, tenemos una tarea. Ya la sabes...
Quédate en casa.

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