sábado, 11 de abril de 2020

Cuarentena en el Mandor (XXIV): El estanque mágico

Cumplimos el tercer sábado de confinamiento desde que me arranqué a escribir esta serie y como los anteriores, la entrada va a ser diferente. Hoy voy a hablar de un estanque mágico cuya historia jamás acabó de encajarme. Más típico de una novela de fantasía que de un relato bíblico que quiera presentar a un Dios amoroso, no veía, ya de niño, que en Jerusalén, el germen del cristianismo, hubiese una macabra competición entre tullidos de la que saliera un sanado y decenas de condenados a seguir enfermos. Ni siquiera una curación parcial a modo de medallas de plata y bronce de los podios de los eventos deportivos. Uno el todo y el resto, la nada.
La historia en cuestión es la del estanque de Betesda y se encuentra en la Biblia (Juan 5: 1-9). Narra la creencia de que el ángel de Dios bajaba y agitaba el agua. Que lo hacía sin una periodicidad clara. Simplemente, cuando se aburría (añado yo), no tenía otra cosa mejor que hacer que meter la mano en una charca maloliente donde se lavaban animales y la removía, a modo de pistoletazo de salida de una cruel carrera. Hoy me tocaba leer el capítulo 6 del libro de Roberto Badenas que recomendé la semana pasada y que se centra en este relato.
Achaca el fenómeno de Betesda a la teoría de los vasos comunicantes. Además, da una explicación lógica al hecho de que el primero en llegar al agua se sanase, generando una especie de tradición y/o superstición: "En esta piscina ocurre, de modo patente y visible, lo que ocurre desde siempre en todas las partes del mundo sin que llame la atención a nadie: que los enfermos de dolencias menores bien asistidos pueden sanar, mientras que los enfermos graves y desasistidos pueden tardar en curarse, o empeorar de sus males y acabar muriendo" ('Encuentros decisivos', página 89).
No voy a poner el foco en lo que necesita fe. Jesús acaba curando a un paralítico que llevaba 38 años enfermo. Para dar esto como cierto hace falta creer. Sí quiero poner en valor su actitud: siempre podemos hacer algo ante un problema o injusticia. Hoy he leído por encima y he estado un rato analizando la sección fija 'La curva del virus' que escribe cada día mi compañero Héctor Esteban en el periódico 'Las Provincias'. He visto un dato que alimenta mi esperanza y preocupación a partes iguales: hay a fecha 10 de abril en la Comunitat Valenciana 1.511 hospitalizados, 346 de ellos en la UCI. Las unidades de cuidados intensivos están al 57,2% de su capacidad.
Estos días he hablado bastante con médicos. De todo lo que me han dicho, me he quedado con un detalle: en la lucha contra el Covid-19 es básico evitar que las UCI colapsen. Me han dado un mensaje de esperanza: que los trabajadores de estas unidades empiezan a ser optimistas. Los datos también son buenos, pues estas primeras líneas de fuego llegaron a estar mucho más cerca de su plena ocupación. "Los enfermos graves y desasistidos pueden tardar en curarse, o empeorar de sus males y acabar muriendo".
Hay algo que me martillea y sé que a los sanitarios, más. ¿Se podría haber hecho algo más por enfermos que han fallecido y cuya atención ha sido la máxima en un momento de pseudocolapso, pero no la suficiente? No lo sé. Por si acaso, contribuyamos en no asfixiar las UCI. Nuestros políticos, dotándolas de más medios; los sanitarios, trabajando sin guardarse nada como lo están haciendo en su mayoría; y nosotros, el resto, lo que podemos... ya lo sabéis. No estamos de puente sino en guerra contra un enemigo letal y silencioso. No lo fiemos todo a la suerte o los milagros.
Quédate en casa

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