martes, 14 de abril de 2020

Cuarentena en el Mandor (XXVII): El repartidor de congelados

Anoche me sonó el teléfono sobre las 10 de la noche. Nada extraordinario para un periodista deportivo. Es más, entre las 21 y las 23 se suelen rifar marrones. Si pita el teléfono y es algo de curro, malo. Pero ayer no. Ayer era 'Quique Bofrost', Quique, el repartidor de congelados: "Mañana estoy por tu zona, ¿quieres algo?". Le respondí que si tenía algo especial en este viaje: "¡Todo un camión lleno de cosas especiales!". 
He de reconocer que una compañera suya me había llamado desde la central y le había dicho, sin mentir, que tenemos el congelador casi lleno. Debería añadir que hay comida en la nevera como para que se acabara el mundo y nos enterásemos dos semanas después. Había agradecido la llamada, disculpándome y prometiendo que a la siguiente le compraría. Pero cuando Quique se puso en contacto conmigo, le pedí una bolsa de hamburguesas vegetales que al horno están de vicio.
También debo reconocer que podría haber sobrevivido sin ellas, y que el pedido tenía parte de compromiso con una persona que lleva más de años pasando puntualmente cada dos semanas por casa a vender comida congelada, de esa que te saca de un apuro cuando un día tienes 20 minutos para comer. Quique me ha traído dentro de una bolsa las hamburguesas y el catálogo de los productos especiales de su próxima visita. Me ha informado de que sólo se puede pagar con tarjeta, algo que tampoco era un inconveniente. Todo ello con mascarilla y con prisas. Hemos mantenido un diálogo de un par de minutos, acelerado, en el que me ha informado de cuándo pasa de nuevo, de que están extremando las medidas de seguridad, hemos comentado que es una suerte que estemos trabajando y de que momento, gracias a Dios, a nosotros y a los nuestros nos va bien de salud.
Quique y yo no somos amigos, pero me cae bien. Como a enfermeras, médicos, limpiadores, fuerzas de seguridad (los que no usan la placa para abusar de su autoridad)... lo considero un poco héroe sin capa, como se llamaba una sección que hicimos en el periódico durante las primeras semanas de coronavirus. Antes de la pandemia me hacía la vida más fácil y ahora, también. Está claro que viene como parte de su trabajo para cobrar un salario, faltaría más. Pero ahí está dando el callo, sin preguntarse (o al menos traga saliva y lo hace sin protestar) el riesgo de contagio que asume por haber subido hoy hasta la puerta de mi casa.
Tomemos las medidas de seguridad. Agradezcamos a todas las personas que nos cuidan o, si lo necesitamos, nos cuidarán. Me repugnan los cartelitos proponiendo a vecinos que trabajan en primera línea que se vayan a vivir a otro sitio. La pandemia ha sacado lo mejor que llevamos dentro. El que es vil tampoco lo puede esconder.

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