jueves, 16 de abril de 2020

Cuarentena en el Mandor (XXIX): Un crujido estremecedor

Esta tarde, mientras preparaba la comida, he notado un crujido estremecedor tras el cual he sentido cómo algo helado me recorría la espalda. He adivinado que era un escalofrío mientras, al borde de la desesperación, bajaba la mirada para, creía, constatar el desastre. Estaba limpiando las gafas, sucias como casi siempre, y pensaba que había imprimido una presión excesiva a una de las patillas.
Quien lleve gafas graduadas, sabrá que romperlas suele costar un buen puñado de euros. Si es un cristal, más. Pero aparte del desastre económico, si no tienes repuesto (que no se suele contar con él, o al menos con uno como toca), llega el gran inconveniente. Todo esto se multiplica en estos días de confinamiento, en los que no tengo ni idea de si mi óptica de confianza trabaja, lo hace con el horario habitual, y si los suministros son rápidos o tardan días y días.
Estaba ya preparado para un incómodo y cómico uso de unas gafas cojas de una patilla. Cuando las he revisado y he visto que mis viejas compañeras permanecían ilesas, casi me pongo a besarlas. Recuerdo el día en que perdí las de sol porque se me hundieron en pleno descenso del Sella. Se alinearon los astros: cabezonería, torpeza e infortunio. Maggie buceó durante unos minutos y las encontró. Aquello supuso un alivio. El de hoy ha sido mayor.
El otro día leí un tuit de mi amiga Cristina Bea, que en la frontera entre el sarcasmo y la preocupación subrayaba lo poco que se habla en estos días del desastre que supondría que se nos rompiera el móvil. Añado yo que ese pequeño ordenador contiene en esencia un alto porcentaje de nuestras vidas y, más que el coste del aparatito, las consecuencias de perderlo si no acabas de realizar una copia de seguridad pueden resultar verdaderamente funestas. Que te ocurra en estos días de coronavirus, en los que puedes quedarte días sin el trasto más adictivo que haya creado el ser humano, ni te cuento.
No estamos preparados para perder cosas. Por nuestra naturaleza y por la sociedad consumista que hemos contribuido a crear. En estos días hemos perdido ya demasiado, y de lo que realmente deberíamos conservar. Vidas, sobre todo vidas, pero también libertades (que dicen que nos restituirán) y recursos (que a algunas familias ha trasladado de repente casi a la indigencia). Si se me hubieran roto las gafas, tampoco habría sido tan importante, la verdad... pero menos mal que han resistido un achuchón más.

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