sábado, 4 de abril de 2020

Cuarentena en el Mandor (XVII): La puesta de sol

Hace ya un rato que las tinieblas sustituyeron paulatinamente a un día soleado. A otro más de confinamiento pero más alegre por la luz que nos ha regalado el astro rey. Me ha pillado en la ducha después de hacer un rato de ejercicio. Este sábado quería hablar de la puesta de sol, un pequeño rito que simbolizaba el final de este día y el inicio de una nueva semana. Recuerdo ese momento de cuando era niño, en el circuito de los Viveros de Valencia.
Allí, sobre todo desde el cambio de hora en que los días alargan, mis padres iban a pasar la tarde de los sábados. Junto a sus amigos con treinta y tantos o cuarenta y pocos: Luis Cabrelles, Mari, Segundo, Manolita, Gloria, Nicole... y los hijos de todos ellos, que nos desperdigábamos entre la carretera corriendo o con alguna bici, en los columpios del parque o en la locomotora. Cuando empezaba a anochecer, los mayores llamaban a los niños y todos juntos montábamos un corro y cantábamos una canción:

"Al final de la semana
qué alegría que me da,
el estar en con mis amigos
en este bello lugar.
Enlazamos nuestras manos
para juntos alabar
El nombre de Jesucristo, 
nuestro amigo más leal...
¡BUENA SEMANA!"

No sabría decir cuándo dejamos de ir cada sábado por la tarde a los Viveros, pero a toda esa gente la sigo considerando hoy una segunda familia. Hace unas semanas vi a Luis y Mari después de mucho tiempo y estuvimos charlando. Me encanta abrazar a Segundo de año en año mientras él, merengón de toda la vida, me susurra al oído: ¡Hala Madrid!. De su hija Loida y de mí se decía que éramos novios cuando teníamos seis y cinco años. Ahora nos vemos de uvas a peras pero nos queremos una barbaridad, igual que sus dos hermanos, Eunice y Abel. 
Esta tarde estaba leyendo el libro 'Encuentros decisivos' de Roberto Badenas. Es un autor adventista, la denominación cristiana a la que pertenezco, pero dos de sus libros, tanto este como 'Encuentros', son plenamente recomendables creas lo que creas. En el capítulo 5 del que tengo en marcha, titulado 'El desencuentro', habla de un pasaje del ministerio de Jesucristo poco analizado. Del capítulo 3 de Marcos, donde el autor percibe las reticencias de su madre, María, y de sus hermanos ante un aún incipiente ministerio que le había separado mucho de ellos. Percibían que estaba centrado en todo menos en sí mismo y en los suyos.
Todos tenemos nuestra otra familia. Yo no me quejo de la mía, ni mucho menos. Echo de menos a mi tío Seba, que me llamaba 'indio' cada vez que venía de Úbeda. A mi otro tío, Agustín, que llevo años sin verlo. A los de Toledo, que les debo una visita porque vienen a Valencia siempre que es necesario y son geniales. A los de la parte política, en Ecuador, a los que no he ido a conocer en una década pero que me saludan por las vídeollamadas como a uno de los suyos. Y por supuesto a los 'gabachos' que menos Daniel ya están por aquí, a los Juanes y toda su tropa y al núcleo duro, que nos vemos cada semana... bueno, ahora también por el móvil.
Pero tengo otros, a unos veo más a menudo y a otros menos, pero que constituyen una segunda familia, la que eliges y que te elige. Que sabes que están ahí en cuanto alzas la voz... y viceversa. A esos no los voy a nombrar porque ya digo que lo saben. Seas cristiano o no, Jesucristo, el que nos presenta la Biblia, es un ejemplo para todos. Existiera o no, encarna un modelo de humanidad casi utópico muy necesario en estos días. Y él también necesitó otra familia. Sus discípulos y/o apóstoles, que entendieron que su mundo precisaba horas de trabajo para dar de comer a hambrientos, sanar enfermos y pronunciar palabras de esperanza.
Y al final de este sábado, yo quiero enlazar mis manos virtualmente con quien quiera. Si te puedo ayudar en algo, dímelo. Si no, podemos echarnos un cable entre todos, aunque no nos conozcamos a que nuestras vidas sean mejores durante y después de la crisis sanitaria. Hay miles de cosas por hacer para los demás. Empecemos por algo sencillo.
Quédate en casa
¡BUENA SEMANA!

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