miércoles, 15 de abril de 2020

Cuarentena en el Mandor (XXVIII): La maravillosa sensación de ponerte unos vaqueros

Anoche no pude dormir bien. No sé si era la emoción ante la expectativa de salir por unas horas de mi encierro o una simple casualidad. El tedio de esta cuarentena empieza a afectar, por mucho que reitere con convicción lo afortunados que somos por dónde y cómo la estamos viviendo. Sin dejar de tocar madera y sin triunfalismos, sigo bien de salud y mis allegados, también. Firmo que sea así al final de la crisis.
Dicho esto, ya estaba harto de ponerme cada día un chándal y una camiseta de running, junto a las zapatillas que tendría que haber jubilado el pasado 29 de marzo en el Medio Maratón de Ojos Negros. Ahí siguen, estirando su vida útil en un momento en que el desgaste se ha reducido al mínimo. Pero convivo con ellas, igual que tengo aparcadas las camisas, pantalones vaqueros o calzado casual, igual que el coche... del coche... bueno, de eso hablaremos otro día que las ideas a veces empiezan ya a escasear y quiero cumplir con el compromiso de escribir a diario.
El tema es la sensación, maravillosa, que he experimentado al ponerme los vaqueros. Recién duchado, como cuando hasta hace poco iba a trabajar deseando hacerlo desde casa. Me ha costado encontrar el cinturón y me los he subido de forma minuciosa. Me ha gustado hasta ese momento en que la tela se te ajusta a la piel, al punto de apretarte ciertas partes que horas más tardes agradecerás que cambies el pantalón por el pijama.
He elegido también con esmero la camisa y he lanzado dos generosas dosis de colonia al cuello. Me he puesto las zapatillas anudando los cordones casi con cariño y he sonreído al descolgar la cazadora vaquera que me regalaron hace casi un año por el cumpleaños. He lanzado improperios cuando he tenido que buscar, ya a contrarreloj, el DNI, el carné de conducir y el del periódico, por si me paraban. Me he despedido de los perros, que ahora hablamos incluso más que antes, y me he lanzado a la calle sin importarme que la lluvia arreciaba con más fuerza.
Luego he visto a Pedro, que me alegro de que ya haya superado su neumonía, y a Toniko, que siempre da gusto verlo. Hemos compartido un café de máquina, manteniendo la distancia de seguridad. He saludado a Salazar, Caneiro, Trelis, Lladró y Andoni, el centro de mando avanzado de esta redacción de Las Provincias que trabaja a diario desde casa durante el estado de emergencia.
He hecho mi trabajo y, más tarde de lo previsto, he llegado a casa. Me he despojado de los vaqueros, reconozco que ya con ganas de ponerme de nuevo el chándal. Sobre todo, esas partes donde más aprieta el pantalón y que después de mes y pico ya están desentrenadas.
Como yo... ¡ay cuando nos dejen correr! Esa será otra batalla. Primero, ganemos al virus.
Quédate en casa.

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